La amenaza latente
En momentos en que las revueltas en la media luna árabe que engloba el Magreb con Oriente Medio no tienen una definición clara a la vista, y a 24 horas del ataque de la OTAN contra la residencia de Muammar Gaddafi, que ocasionó la muerte de familiares directos y supuestamente más allá de lo dispuesto por las Naciones Unidas, la caída de Osama Bin Laden se debate entre ser el hecho que cierra una etapa y abre otra o el que dispare el renacimiento de una fuerza terrorista devastadora.

Al Qaeda es un movimiento naturalmente desestructurado. Llevó a su máxima expresión el concepto de células compartimentadas, quizás dormidas, donde los integrantes de cada una desconocen a los de la otra. El funcionamiento de esta red parece, por momentos, responder más a la realización de atentados por la libre (es decir, sin articulación y organización superior y surgidos de decisiones independientes) que a un plan orquestado por una conducción única.

El temor creciente a un atentado con una bomba sucia (compuesta con elementos radioactivos que generen contaminación en amplias zonas, pero no destrucción masiva inmediata) es la sombra que cubre el continente europeo desde hace años y que ahora vuelve a echar oscuridad.

No faltará quien pretenda resucitar operativamente a Al Qaeda en momentos en que los levantamientos en el mundo árabe no la tenían como el norte a seguir, ni ideológica ni militarmente.

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