Todavía están buscando un lugar en el panteón de los pensadores con bigotes

Todavía están buscando un lugar en el panteón de los pensadores con bigotes

Por Julieta Teitelbaum, Profesora de filosofía (UNT).

16 Abril 2011
Cursaba el segundo año de la carrera de Filosofía cuando descubrí a Simone de Beauvoir a través de uno de sus libros autobiográficos: Memorias de una Joven formal. Fue tal el entusiasmo que sentí al leer la vida de esta pensadora que rápidamente me sumergí en las páginas de La plenitud de la vida, donde pude atravesar (aunque más no fuera ficticiamente) las experiencias de Simone como pensadora comprometida, como profesora, como mujer y como compañera inseparable de Sartre.

Más adelante, me sentí profundamente movilizada al encontrarme con las ideas escritas en El segundo sexo, impulsada por el deseo de cambiar lo socialmente establecido, de reinventar categorías para interpretar el mundo y para pensar nuestra condición humana, sobre todo nuestra condición de mujeres.

Pero me atrevería a decir que la incidencia que tuvo De Beauvoir en mi generación no fue tan fuerte como la que ejerció antes, cuando era necesario conquistar un nuevo lugar para las mujeres.

La historia de la filosofía estuvo siempre marcada por una impronta masculina y aún nos cuesta reconocer mujeres que sean filósofas y que sean estudiadas en nuestros planes de estudio. Simone advirtió el carácter cultural, histórico, contingente de lo que llamamos "femenino" y "masculino", puso en jaque una concepción determinista o biológica sobre ser mujer; paradójicamente, la seguimos viendo como una figura "a las espaldas" de Sartre.

En una época en la cual parecen gestarse propuestas superadoras de prejuicios (pensemos en la Ley del matrimonio igualitario), las palabras de Simone recobran sentido: más allá de los logros del feminismo y de los de las minorías, quedan cosas por transformar, por cuestionar, por mirar de nuevo.

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