Después de 35 años

Testimonio.

"Decir amistad es decir entendimiento cabal, confianza rápida y larga memoria; es decir, fidelidad". Gabriela Mistral

Era un pasaje que ya cambió de nombre, cerca de las vías del ferrocarril Belgrano. Era la época en que las familias salían a tomar el fresco a la vereda y las vecinas se contaban las novedades calle o casa de por medio, porque lo que pasaba a uno involucraba a todos. El vecino era como familia entonces. En esas veredas y calles crecimos, jugamos, soñamos. Nos hicimos amigos, prácticamente, porque no había elección, y casi sin darnos cuenta del afecto que iba enraizándose por dentro. Estar juntos era una certeza. Las peleas, parte de la rutina, necesarias para reafirmar el carácter pero inútiles para separarnos. Pasó la niñez, y ya entrados en la adolescencia los vientos de mudanza, más temprano a algunos, más tarde a otros nos llevaron a otros barrios, sitios donde los vecinos son vecinos y las veredas se dejan libres para el tránsito del peatón.

A lo largo de tres décadas y media, no faltaron encuentros casuales entre algunos caracterizados con un apurado "¿Cómo estás?" o "¿Tus cosas van bien?". Entre otros, no hubo ni noticias. Hasta que en enero de este año, tres del grupo se atrevieron a encarar el desafío de reunirnos. Buscaron y consiguieron teléfonos, y llamaron e insistieron, y confirmaron y reconfirmaron. Así, el 12 de enero se hizo el asado del reencuentro. Tal vez pueda describirse la alegría de volver a vernos. Pero, cómo explicar que desde lo más profundo de cada uno comenzaron a desanudarse y a emerger aquellas raíces del afecto incontaminado de la adolescencia. Ese querer por querer; porque no hace falta tener intereses o gustos en común con los otros; nos queremos, simplemente, porque somos nosotros, los del pasaje. Y volvimos a hablar, 35 años después, con el mismo corazón abierto, la misma confianza, la misma entrega que sólo pide reciprocidad en el cariño.

Como hace 35 años, Graciela planea las bromas, pero Javier se le adelanta y la sorprende. Quique relata experiencias y, más reservado, Perico acerca recuerdos que nos hacen reír a todos. Pato deslumbra con su ritmo como Anita con su voz. La risa sonora de Yenny nos envuelve mientras Norma se divierte sin perjuicios. Gloria y Bibi no ocultan el placer de haberse recuperado y Mónica muestra que los años le quitaron caprichos y le sumaron comprensión. Liliana habla y cuenta entre risas cualquier cosa que haya pasado. Blanca se ve cariñosa como siempre y dispuesta a la diversión. Juan José, Valle, Silvia y Charly, más tímidos, disfrutan cada momento. Harry se ocupa de que todos estén bien y celebra cada broma con su carcajada adolescente. Edi agradece la oportunidad del reencuentro. Willy, Rubén y Sergio, los más chicos, ahora se sienten miembros plenos. Yo los observo, y gozo.

Nos divertimos, sí; nos reímos mucho, claro; nos contamos penas, fracasos, logros, por supuesto. Sin embargo, fue la fuerte sensación de pertenencia, la historia en común del pasaje que nos unió y que nos une, lo que nos llevó a repetir los encuentros. Ya van seis, y quedan otros tantos más pendientes para el resto del año. Pasaron 35 años y aunque muchos creíamos que esta amistad era un recuerdo, el afecto y la confianza están intactos. La diferencia, quizás, es que ahora nos estamos eligiendo amigos de siempre.

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