En el baile

En el baile

Por Diego García Quiroga -Para LA GACETA - Ginebra (Suiza)

28 Marzo 2010
A mediados de junio estaban en Tumbledown cubriendo una saliente del perímetro cuando se dieron cuenta que los ingleses habían metido una brecha entre ellos y el resto de la sección.
No tenían comunicaciones, las radios estaban descalibradas y habían agotado las baterías tratando de ajustarlas. Era de noche y Eduardo consideraba replegarse; hacía casi seis horas que aguantaban la posición y los ingleses seguían metiendo gente. Sabía que lo único que podía hacer era demorarlos pero necesitaba verificar las órdenes que tenía porque ahora el enemigo avanzaba hacia el sur, buscando rodear todo el dispositivo. Tenía que cambiar la táctica acordada y decidió mandar al Brujo Quispe como mensajero.
Asomó la cabeza con cuidado y escuchó que alguien se acercaba arrastrándose. Alcanzó a ver que era Numa -que ocupaba otro pozo detrás del suyo- cuando un disparo de mortero explotó entre los dos.
El estallido fue tan violento que Numa quedó atontado. Cuando se recuperó vio a Eduardo con el torso volcado hacia adelante y la cara hundida en la turba. Se acercó y verificó que respiraba. Aliviado, lo empujó hacia adentro del pozo y comenzó a arrastrarse para volver, pero cambió de idea y decidió llegarse al pozo de la derecha, en donde estaban Tony y el Oso.
Ya Eduardo le había dicho que el Oso había recibido un disparo en el hombro.
Cuando Tony vio la sombra que se le acercaba estuvo a punto de disparar, pero la luz de una explosión hizo que mirara mejor. Numa se zambulló de cabeza en el agujero y descubrió que lo que el Oso tenía era un bayonetazo.
- ¿Lo mataste? -preguntó señalando la herida.
- ¡No, cómo se te ocurre! -dijo el Oso riéndose- ¡Lo felicité y lo invité a tomar el té!
Asomó la cabeza al lado de la de Tony. Escuchaban cada vez menos disparos y podían oír voces en inglés. Llegaban desde la retaguardia y se alejaban, pero era muy difícil ubicarlas. La noche era oscura, estaban cansados y el único visor nocturno estaba roto. No había forma de distinguir nada entre las explosiones y por un momento se olvidó de donde estaba, fascinado por el espectáculo de las explosiones contra el cielo negro.
Cada estallido y cada ráfaga de ametralladora iluminaban una imagen y todas juntas parecían una película filmada por un loco. Se le fijaban en la retina como pasa en las pistas de baile, donde cada cuadro es una visión separada del resto.
Le pareció que los ingleses disparaban con pausas más largas y cobrando coraje se arrastró de nuevo hasta el pozo de Eduardo. Llegó casi al mismo tiempo que el Brujo, que venía desde la dirección opuesta.
- ¿Cómo va? -preguntó.
- Creo que no queda nadie -contestó el Brujo sin emoción-. Recorrí cuatro pozos y están todos muertos.
En ese momento Eduardo asomó la cabeza con tanta energía que casi le rompió la cara con el casco.
- ¿Qué pasa? ¿Qué hacen aquí? -preguntó nervioso- ¿Y el resto? Brujo, ¿por qué estás aquí? ¿Qué pasa con tu flanco?
- Nos liquidaron, jefe -dijo Quispe.
De pronto Numa se dio cuenta que nadie disparaba. Todavía había muy poca luz, los colores se confundían pero había claridad suficiente como para ver. Eduardo salió del pozo y les ordenó que recorrieran el perímetro en cuerpo a tierra, pero antes de que se hubiera arrastrado cinco metros se incorporó.
- ¡Agacháte, boludo! -soltó Numa con voz apagada. Eduardo estaba recortado contra la luz precaria, un blanco fácil para el más torpe de los tiradores. No escucharon nada. Ni un disparo. Despacio, se puso también él de pie preguntándose adónde se habrían ido los ingleses.
-Nos pasaron -dijo Eduardo en voz alta- ¡Hijos de puta, nos pasaron!
- ¿Cómo "nos pasaron"? -preguntó Numa.
- ¿No te das cuenta? -Dijo Eduardo, entre asombrado y enfurecido- ¡Nos pasaron! ¡Nos dejaron atrás como quien pasa al lado de un poste, estamos aislados!
Numa empezó a entender. Los ingleses habían pasado por sobre el grupo sin darse cuenta de que todavía estaban ahí. ¿O se habían dado cuenta y no les importaba?
Eduardo estaba furioso, lo que Numa veía como un golpe de suerte increíble, para su amigo era una afrenta personal. La idea de que los ingleses los habían dejado atrás ofendía su orgullo profesional y lo hacía dudar de las decisiones que había tomado durante la noche.
Trató de hacerle entender que los habían sobrepasado aprovechando el bombardeo y solamente porque él estaba knock-out en el fondo del pozo, pero Eduardo sentía que le habían robado la posibilidad de hacer bien su trabajo poniéndolo fuera de combate en el momento más decisivo de la lucha.
Recorrieron las posiciones en el amanecer que no acababa de definirse, atentos a que en cualquier momento un disparo los arrancara de esa situación absurda. Al cabo confirmaron lo que el Brujo había dicho. Aparte de ellos tres, solamente estaban vivos Tony y el Oso. El resto del grupo había muerto luchando, todos habían agotado su munición y en varios pozos se había combatido cuerpo a cuerpo. En algunos pozos había soldados ingleses mezclados con argentinos y varios encuentros se habían resuelto con bayonetas.
Sin necesariamente debilitar la amistad que compartía con Numa, esa mañana marcó a Eduardo y afectó la relación que tenían hasta entonces. Si antes el marino escuchaba con simpatía entretenida las opiniones que el otro dejaba caer sobre el Proceso que había vivido desde lejos y sobre el futuro del país, a partir de entonces se volvió menos flexible y más exigente.
Algo se endureció dentro de él y su conversación perdió soltura. La responsabilidad que lo unía al grupo era una relación casi física y frente a sus hombres muertos supo que jamás iba a olvidar lo que veía. Su mundo se volvió blanco y negro como el paisaje en el que él y sus compañeros se movían, igual que piezas olvidadas sobre un tablero de juego.
 
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