San Martín regaló una espada a La Madrid

Al fin, el arma terminó en manos de uno de los jefes colombianos. Por Carlos Páez de la Torre (h) - Redacción LA GACETA.

GREGORIO ARAOZ DE LA MADRID. Su rostro en la medalla acuñada por el Gobierno de Tucumán por el centenario de su nacimiento, en 1895. GREGORIO ARAOZ DE LA MADRID. Su rostro en la medalla acuñada por el Gobierno de Tucumán por el centenario de su nacimiento, en 1895.
19 Agosto 2009
El general tucumano Gregorio Aráoz de La Madrid (1795-1857) dedica varios párrafos, en sus "Observaciones" (1855), a exponer las vicisitudes de una de sus armas. Es conocido que en 1814, el general José de San Martín, por su enfermedad, tuvo que dejar su función de jefe del Ejército del Norte, con cuartel en Tucumán. Narra La Madrid que "me regaló su espada al tiempo de marcharse, diciéndome que era la que le había servido en San Lorenzo, y que me la daba para que la usase en su nombre, seguro de que sabría yo sostenerla".
Se trataba, dice, de "una hermosa hoja". Meses después, en la campaña del Alto Perú y durante un ataque nocturno al subir la cuesta de Turubuco, a aquella espada "me la hicieron saltar de la mano", agrega. La dio por perdida, hasta que un sargento Bracamonte, que fue prisionero de los realistas largo tiempo en la cárcel de Chuquisaca, le contó más sobre aquel regalo de San Martín.
Un día en que lo había sacado de la celda y caminaba custodiado, Bracamonte se encontró, "en los corredores del Cabildo, con un soldado de los enemigos que estaba con mi espada en la mano y apoyando la punta en el suelo; al instante que la vio la conoció, y dijo al sargento de guardia que lo sacaba: ’Esta es la espada que le hicieron saltar de la mano a mi coronel, en la noche del ataque al subir la cuesta de Turubuco".
La revelación hizo que el arma empezara a pasar de mano en mano. En efecto, el sargento se la compró al soldado por una onza de oro, y enterado el oficial de guardia, la adquirió a su vez del sargento, por dos onzas. Por fin, cuando el comandante supo del asunto, "se la tomó al oficial dándole cuatro o seis onzas por ella".
Sigue el relato de La Madrid. Cuando en 1826 el gobierno de las Provincias Unidas comisionó al general Carlos de Alvear y al doctor José Miguel Díaz Vélez -suegro del tucumano- como plenipotenciarios ante Simón Bolívar, "dicha mi espada se hallaba ya en manos de uno de los jefes colombianos en Chuquisaca; y en vano hizo mi padre político los empeños por rescatarla a cualquier precio: nunca pudo conseguirlo".

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