El "conspiracismo"

El "conspiracismo"

Por Pedro Luis Barcia. Para LA GACETA, Buenos Aires.

16 Agosto 2009
Este neologismo, aun no aclimatado en nuestro uso, designa la tendencia maníaca del hombre a la sospecha -vivimos en la cultura de la sospecha- de que, detrás de toda realidad, hay un plano oculto que la gobierna, un club de conjurados o de conspiradores. El temor de ser meras marionetas pendientes de los hilos de quienes nos manejan desde la sombra, nos hace consumidores de los escritos que abordan estos temas, en busca de la revelación de lo oculto. Si estos textos no son tratados académicos sino relatos novelescos bien tejidos, al tema se le suma el valor agregado del interés con que una buena trama sabe enredarnos, cual moscas en su tela, y resultamos dos veces atrapados por el relato. Este es el talón de Aquiles del lector que descubrió Dan Brown (1964) y que le ha servido para urdir sus cuatro novelas publicadas y, sin duda, la que editará este año: El símbolo perdido. El olfato del autor norteamericano le sugirió otro factor de imantación para cebar la atención, ya perpleja, del azorado lector: el plano de los símbolos secretos, de los mensajes criptográficos, de las claves ocultas que revelan el ombligo del mundo. De alguna manera, los códigos -electrónico, en La fortaleza digital (1998); leonardino, en El código da Vinci (2001); el diamante de los Illuminati, en Ángeles y Demonios (2000); la Delta, de La conspiración (2003)- prometen la develación de lo secreto y, con ello, el final de nuestra indefensión y de la amenaza que late tras el velo. De alguna manera, Adán y su varona, o desde Edipo, si usted prefiere lo clásico, se quiere ver y saber lo que le está prohibido percibir y conocer (ese es el "otro" complejo edípico humano).
En la primera novela conspirativa de Brown, la frase oculta es "Te estamos mirando". En el Nuevo Orden Mundial, se acentúa esta vigilancia omnisciente, entre divina y diabólica, que Orwell en su novela denominara: The Big Brother, designación falsamente protectora de un Estado que todo lo sabe y todo lo manipula, como en la Rusia de Stalin, que, en 1984, el inglés denunciaba. Angeles y demonios, anterior como libro a El código..., fue rescatado por el éxito fílmico de este. Tengo comprobado que son pocos los Odiseos que navegan las 600 páginas promedio íntegras de las novelas de Brown. El escándalo crítico, funcional al bolsillo del autor, motivó a los espectadores hacia las películas. Hay un hilo conector entre las dos estrenadas: el simbologista Robert Langdon (Tom Hanks en el cine), oficia como detective de un policial de enigma. Si usted no se inquieta por las causales esotéricas, el relato puede engancharlo por el suspenso detectivesco.
Falta mencionar un ingrediente más, en la cocina de Brown, común a los libros que han generado ambas películas: las luchas soterradas y sordas por el poder en lo más remontado de la cúpula eclesial: el secretismo del Vaticano. Brown es un hábil cocinero en su "petrogaldulfeo" literario. Sabedor de las cuerdas que debe pulsar en el ánimo del lector, para satisfacer la apetencia por la revelación de lo secreto, de los temas que sugerir.
© LA GACETA

Pedro Luis Barcia - Presidente de la Academia Argentina de Letras.

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