Maradona y la motivación en el deporte

30 Marzo 2009

Idolo para algunos, mal ejemplo para otros, Diego Armando Maradona demostró que es un motivador nato. Su sola presencia sirve para llenar estadios, provocar acaloradas discusiones y hacer cambiar la actitud de 11 profesionales del fútbol que vieron enaltecidas sus cualidades deportivas luego de escuchar las palabras del mejor futbolista argentino de todos los tiempos.
La figura de Maradona en positivo -alejada de aquella de hombre rodeado de escándalos familiares, conyugales y de abusos de todo tipo- llama a la reflexión sobre la relevancia de ejemplos nobles y estimulantes del espíritu deportivo. No exclusivo de quienes metódicamente realizan alguna actividad física, sino extensivo a los que se deleitan con la práctica de los atletas.
Antes de asumir como director técnico de la Selección argentina de fútbol, el “Diez” ya había mostrado sus cualidades de motivador con combinados nacionales que representaron al país en otras disciplinas. El Diego apoyando al equipo de Copa Davis dio qué hablar en la prensa de todo el mundo, al igual que el Maradona que visitó a las “Leonas” luego de la dura derrota que habían sufrido contra Holanda en la semifinal de los Juegos Olímpicos de Beijing 2008.
Alejado del exitismo, después de ese partido pasó por el búnker de la Selección de hockey para levantarles el ánimo. “Son de fierro”, declaró a la salida del vestuario. Y vaticinó que Las Leonas ganarían la medalla de bronce en el duro encuentro que dos días después, con la moral quebrada, debían disputar con la poderosa selección de Alemania. Las chicas vencieron y no dudaron en mencionar que la visita del astro del fútbol había sido fundamental para que salieran con una actitud ganadora a la cancha.
“Mientras los deportistas argentinos me demuestren cariño los voy a ir a alentar a cualquier parte del mundo, no importa dónde sea”, comentó el ex futbolista en Beijing. La mejor oportunidad para demostrar cuán capaz de lograr cambiar la actitud de un grupo de deportistas la tuvo cuando Julio Humberto Grondona finalmente le concedió el plafón de DT de la Selección nacional del deporte más popular de la Argentina.
Hasta el momento cumplió. Se puso al frente de un equipo que parecía desmotivado y que transitaba las canchas sin brillo, apagado, y desde que él llegó, el equipo ganó dos amistosos (a Escocia 1 a 0 y a Francia, 2 a 0) y un partido en las eliminatorias sudamericanas (goleó a Venezuela por 4 a 0). Maradona invita a reflexionar sobre las virtudes y los defectos del ser argentino. Sobre las ambigüedades que como sociedad enfrentamos muchas veces, anonadados y desbordados por la esquizofrenia en el actuar de hombres públicos de todos los ámbitos. Es condenable el ídolo vencido por los vicios, postrado por el sobrepeso, exasperado, violento, desconsiderado, abocado a agotar la paciencia de sus fanáticos y a desilusionar a sus seguidores.
El que merece elogios es el Maradona de pómulos marcados, de palabras medidas, de modales acomodados y gentiles. El que protege a sus hombres y les contagia pasión por el deporte. El que enaltece los colores de la bandera argentina. Ejemplos así faltan, y son urgentemente necesarios para forjar un divorcio definitivo entre el deporte y la violencia.

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