La transfiguración del Señor

Por Pbro. Dr. Jorge A. Gandur.

08 Marzo 2009

Toda oración verdadera implica una actitud de escucha.
Hoy, segundo domingo del tiempo cuaresmal, la liturgia nos presenta la otra cara de la moneda.
Sabiendo el escándalo de la Cruz que había producido en sus apóstoles, el amor misericordioso de Jesús muestra su gloria en la Transfiguración. Los motivos de este cambio de figura son muchos: Nuestro Señor quiso mostrar su gloria, que tenía encubierta bajo su humanidad, y la que tendrían los que lo sirviesen cuando El triunfara, para así animarlos a llevar su Cruz, para que entendiesen que Dios muestra su gloria a aquellos que lo siguen por el camino de la Cruz, y, que a pesar de las grandes contrariedades, siempre detrás de ellas hay una luz que hace ver más allá de lo que se puede percibir por los sentidos. Este pasaje evangélico es poco meditado y sin embargo allí se esconde la belleza, la sabiduría, la grandeza del amor de Dios manifestado en Cristo. ¿Quién no desea ver la gloria? Todos los que de verdad aspiran al Cielo lo ansían.
Los apóstoles que acompañaban a Cristo en ese momento eran Pedro, Juan y Santiago (que podrían representar las virtudes teologales: fe viva y fervorosa: Pedro; esperanza fuerte: Santiago; caridad encendida: el discípulo amado, Juan).
Cristo los lleva a orar, y ésta es la mejor enseñanza que podemos sacar del Evangelio de hoy. La oración transfigura el alma cambiando la visión del hombre. A la persona que no reza le ocurre como a los apóstoles, que no veían a Jesús más que como hombre. En cambio, metidos en la oración, se muestra la gloria del Cielo y se contempla al Hijo amado del Padre, quien expresa a los tres apóstoles que Jesucristo es el Hijo de Dios, el Hijo amado, Dios mismo. En la Transfiguración, el Padre Eterno nos exhorta con una palabra: "Escuchadlo", como para indicar que Jesús es también el profeta supremo anunciado por Moisés (cf. Dt 18, 15-18).

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