“Temía que algún día la droga lo iba a destruir”

“Temía que algún día la droga lo iba a destruir”

Silvia Sánchez no tiene consuelo porque su hijo, de 17 años, quedó discapacitado en un 100 % a causa de una sobredosis de fármacos. El joven consumía sustancias desde los 13 años. Sufrió un ataque de hipoglucemia y cayó un coma. Pedido de ayuda.

PREOCUPADAS. Silvia Sánchez y Angela Abregú sostienen que sólo si se mudan del barrio Tiro Federal podrán enfrentar el drama que viven. LA GACETA / INES QUINTEROS ORIO PREOCUPADAS. Silvia Sánchez y Angela Abregú sostienen que sólo si se mudan del barrio Tiro Federal podrán enfrentar el drama que viven. LA GACETA / INES QUINTEROS ORIO
16 Enero 2009

Nunca más podrá olvidar la noche del 4 de abril. Mientras estaba acostada presentía algo malo. Se levantó y vio a cada uno de sus cinco hijos. Se asustó al descubrir que uno de ellos tenía una almohada sobre la cabeza y, al quitársela, lo encontró inmovilizado. “Estaba duro y después empezó a convulsionar. Lo llevamos rápido al hospital, pero ya no se podía hacer mucho”, cuenta Silvia Sánchez, mientras mira sin consuelo a Esteban, de 17 años, que quedó postrado en cama a causa de su adicción a la droga y a las pastillas.
En la galería de la vivienda de la familia, ubicada en el barrio Tiro Federal, al este de la capital (cerca del río Salí), Silvia enciende un ventilador y direcciona el aire hacia el joven que permanece inmóvil, recostado sobre un colchón. “Seguramente tiene mucho calor”, argumenta.
La madre está preocupada. Es que otro de sus hijos, de 15 años, también consume estupefacientes y teme que sufra del mismo modo que su hermano. En el barrio muchos chicos tienen problemas con las drogas y los vecinos denuncian que se comercializan sustancias sin ningún control. Es por eso que un cartel que dice “Se vende” está a la entrada de la precaria casa de la familia. “No queremos otra desgracia. Nos vamos de aquí lo más pronto posible”, dicen los padres.
Esteban había comenzado a consumir drogas a los 13 años. “El se iba a la escuela todos los días, pero la maestra me hablaba para decirme que no entraba a clases porque se quedaba afuera para drogarse. Salí a buscarlo mil veces; le dije que parara porque iba a terminar mal. Yo temía que algún día la droga lo iba a destruir”, recuerda. “Pero él me decía que no le importaba nada. A diario, junto a otros amigos del barrio, se cruzaba la ciudad en bicicleta hasta la avenida Roca al 3.500, donde conseguía que le vendieran pastillas sin receta. Me robaba todas las cosas para comprar droga. Miren cómo quedó, tirado. No entiendo cómo en las farmacias pueden ser tan inconscientes de arruinarles la vida a los chicos como lo están haciendo”, apunta.
Según afirma su madre, y lo demuestra con un parte médico, el joven quedó incapacitado en un 100%, a causa de la ingesta de pastillas hipoglucemiantes orales, que le produjeron una hipoglucemia severa. Como consecuencia de ello, sufrió alteraciones neurológicas, confusión y coma. No habla ni camina. Se alimenta por sonda y usa pañales. Sólo puede abrir los ojos. “A veces mueve la boca como si fuera a decir algo”, explica Silvia, y no puede contener el dolor. Relata que quisiera despertarse y descubrir que todo lo que está viviendo es un mal sueño. “Le hablo y le grito para ver si reacciona... pero nada”, detalla.
“Era un chico lleno de vida, muy sano y alegre. Me ayudaba a cuidar el jardín de mi casa y con eso yo lograba que por unas horas no se drogara”, dice la abuela, Angela Abregú.

Desesperada
Silvia ni siquiera se anima a preguntarles a los médicos del hospital Centro de Salud, donde asisten a su hijo, si él algún día podrá recuperarse. “Me dijeron que fue un milagro que siga vivo por las lesiones que sufrió en el cerebro. Tengo destrozado el corazón”, dice. Tanto miedo tiene la mujer que ya no sabe qué hacer para contener a su otro hijo de 15 años. Cada noche, ella y su esposo, que es vendedor ambulante y trabaja todo el día, salen a buscarlo por todo el barrio. “Deambulamos sin parar porque se junta con otros chicos a consumir, lo mismo que hacía su hermano. A veces caminamos 20 cuadras y cruzamos la ruta para llegar hasta el río Salí. Ahí vemos a cientos de jóvenes drogándose. Es horrible. Estoy desesperada”, relata.
Silvia asegura que sólo si interna a su otro hijo podrá rescatarlo. “Está muy flaco y hasta ha perdido el color de la piel. Sale y vuelve desnudo porque todo lo cambia por droga. Tiene muchos problemas respiratorios. Necesito ayuda; está enfermo”, explica. Mientras observa el cartel que pone en venta la casa donde crió a sus hijos, llora. Sabe que tendrá que volver a empezar en otro lugar, y además le asusta pensar en que quizás, como ella dice, el problema de la droga esté en todas partes.

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