

Cientos de miles de internautas (quizás millones) quisieron saber quién era el ganador del reciente premio Nobel de Literatura. Entre ellos había muchos intelectuales y periodistas culturales a quienes no les sonaba el nombre del escritor. De hecho, entre los candidatos con mayores chances figuraban el italiano Claudio Magris y el japonés Haruki Murakami. Por esa rotación geográfica que a veces intenta dársele al galardón, algunos creyeron que llegaba el turno de América latina con Carlos Fuentes (quien hubiera podido celebrarlo junto con sus inminentes 80 años y los 50 del primer libro con el que inició el boom) o, en la otra vereda, con Mario Vargas Llosa. La variación de géneros y la obtención reciente de otros galardones relevantes son dos criterios que suelen ser tenidos en cuenta por quienes intentan predecir candidatos. Se pensaba, entonces, que podía haber llegado el turno de la poesía, con el sirio Adonis, o el de la ganadora del Príncipe de Asturias 2008, Margaret Atwood (a quien entrevistamos en LA GACETA Literaria la semana pasada).
Cuando el secretario permanente de la Academia sueca declaró que la literatura norteamericana era demasiado ignorante para competir con la europea, no faltaron exégetas de los discursos crípticos de la entidad que otorga las distinciones que señalaran que esa provocación anticipaba que los ganadores serían el estadounidense Philip Roth o su compatriota Joyce Carol Oates.
Necroilógicas
Le Clézio había subido notablemente en las apuestas en los días previos a la elección, y hay quienes creen que eso se debió a filtraciones del jurado. Lo cierto es que en países como el nuestro no era un autor muy leído. Solamente editoriales argentinas pequeñas, como El cuenco de Plata y Adriana Hidalgo, publicaron recientemente sus libros (Urania, El africano).
Pero no fue el nombre del flamante ganador lo que dejó pasmados a los internautas que ingresaron masivamente en Wikipedia, la enciclopedia más consultada del mundo, sino la última línea de su biografía. Le Clézio había muerto de un infarto de miocardio al recibir la noticia de que había obtenido el Nobel. Probablemente, el internauta más sorprendido fue el propio Le Clézio. De esta manera el autor pasó a engrosar una larga lista de escritores con necrológicas prematuras. Robert Graves leyó la suya en el Times y Coleridge se enteró de que había muerto por un comentario de un peatón. Por su parte, al leer su obituario en el New York Journal, Mark Twain respondió que los rumores de su muerte eran demasiado exagerados, y Kipling al hacer lo propio en una revista, pidió que, por motivos obvios, cancelaran su suscripción. Hemingway solía repasar un conjunto de necrológicas fallidas que lo tenían como protagonista, todas las mañanas, con una copa de champagne en la mano. El mismo Alfred Nobel encontró en un diario francés una nota que decía “Nobel, el mercader de la muerte, ha muerto”. Muchos piensan que esta noticia fue la que impulsó al inventor de la dinamita a crear los premios más famosos y prestigiosos del mundo.
Alguno de sus ganadores, como Bertrand Russell y, más recientemente, Harold Pinter, también fueron dados por muertos anticipadamente. Gabriel García Márquez, otro de ellos, leyó lo que le pareció una crónica de su muerte anunciada en el diario peruano La República. Lo fue, sin dudas, la nota que publicó la Goddard Association en 2000, en la que señalaba que una deficiencia pulmonar había causado el deceso de Arthur C. Clarke. En marzo de este año una falla respiratoria convalidó la involuntaria profecía sobre el visionario autor de 2001, una odisea espacial. Dicen que Jean-Marie Le Clézio, en los últimos días, ha estado visitando a su cardiólogo.
La Dirección - © LA GACETA







