


Charly García, León Gieco y Luis Alberto Spinetta conforman la santísima trinidad del rock argentino, Ricardo Iorio dejó bien claro a quién considera el dios padre del culto. Que haya elegido tres clásicos spinetteanos para su inclasificable disco de covers es toda una declaración de principios. Y bien repartidos, por cierto, porque remiten a distintas etapas del devenir del Flaco: Almendra, Invisible, Pescado Rabioso.
Ojo, que Iorio y León sintonizan ondas parecidas -ahí está “Bandidos rurales”, riquísimo legado para la antropología de la música-. Pero “Ayer deseo hoy realidad” apunta a una fina -y evidentemente sentida- selección de joyas bluseras y rockeras, ancladas en esos años 70 a los que tantas veces se subestima. Lo que Iorio escuchaba de pibe, al fin y al cabo.
Emblema del heavy nacional y popular, genuino y honesto por donde se miren las polémicas a las que se subió, controvertido en cada poro de su piel metalera, Iorio destila sentimiento a la hora de cantar a sus referentes. ¿Quién lo hubiera imaginado confesando versos de Roque Narvaja, por ejemplo?
No hay banderas arriadas en este esperado trabajo de Almafuerte, más allá de las previsible críticas de cierto sector del metal. Iorio no versionó a Calamaro.
Da gusto escuchar los arreglos de Claudio Marciello, capaz de sacarle lustre a los solos de Pappo. Y de ambientar con un punteo exquisito “Mariposas de madera”, una arriesgada y más que satisfactoria incursión de Iorio por el universo de Miguel Abuelo. Tema que, dicho sea de paso, seguramente eriza los pelitos de la nuca de la intransigencia heavy vernácula.
Almafuerte pisa sobre terreno firme y se luce homenajeando a Billy Bond y la Pesada (“Tontos”). Se puede percibir la ironía de Iorio en algunos pasajes: “existen tontos tontos/tan solo tontos/Ya sean hippies, hippies/o tipos de chalecos cortos/Tontos que ensucian la sangre a otros/tontos que chupan la sangre a otros/tontos que tienen la sangre de todos los tontos”.
Otra perlita para mentes abiertas: “Blues del atardecer”, incandescente invitación de El Reloj a la melancolía que Almafuerte acepta en un rapto de inspiración.
Las versiones de Spinetta son una historia aparte. Me quedo con “Durazno sangrando”, un lujoso fraseo de Marciello y el corazón de Iorio: “quien canta es tu carozo/pues tu cuerpo al fin tiene un alma/ Y si tu ser estalla/será tu corazón el que sangre/y la canción que escuchas/tu cuerpo abrirá con el alba”. De “Rock de la madre selva”, y para guardar, el solo de Marciello.
Que Almafuerte haya dado este paso, independientemente del agite que provocó la salida del disco, implica un salto de calidad en el panorama rockero. Un motivo interesante para discutir, (re)descubrir, valorizar. Demasiado chata es la escena como para soslayar un trabajo tan inquieto, llamativo, interesante y absolutamente sorprendente.








