
El tucumano Nicolás Avellaneda (1836-1885) otorgó gran valor al "Martín Fierro", que José Hernández había publicado en 1872 y que había agotado más de diez ediciones en 1879, cuando editó la segunda parte. Su juicio muestra perspicacia, porque, a pesar de la popularidad del libro, pocas eran todavía las personas cultivadas que lo mirasen con admiración. En una carta al abogado Florencio Madero, en 1881, Avellaneda apuntaba que "hay a veces mayor estudio en una página de 'Martín Fierro', que en uno de sus alegatos forenses".
Antes de conversar personalmente con Hernández y de conocer su biblioteca, Avellaneda ya sospechaba sus preocupaciones. "Ha estudiado, como Cervantes, los proverbios de todos los pueblos y de todos los idiomas, de todas las civilizaciones; es decir, la voz misma de la sabiduría, como los llamaba Salomón. Ha recogido la médula del cerebro humano. Era seguro que tendrían enorme eco en el público esas sentencias y dichos, que no son gauchescos sino en sus formas, pero que pertenecen al habla de todos los hombres, después de miles de años".
Allí residía, a su juicio, "el secreto de la popularidad" del "Martín Fierro".A pesar de su actividad intensa de rector de la Universidad de Buenos Aires y de senador nacional por Tucumán, el ex presidente se las arreglaba para tener "días tranquilos", según confiaba a Eduarda Mansilla de Garcia en una carta de ese mismo año 1881. "Soy espectador y veo cómo pasa por la calle la vida que otros conducen. Leo a veces, o más bien releo y escribo en otras ocasiones, buscando y no encontrando ese secreto de las palabras que no pueden ser sustituidas por otras y que nacen identificadas con lo que expresan".
Agregaba que "comprendo que éste es el único medio de escribir para la memoria y el arte; y no pudiendo alcanzarlo, lo abandono. En la imposibilidad de ser escritor, me hago resueltamente escribidor y lleno sendas páginas con alegatos para el foro. Agregue mis ocupaciones como Rector y ésta es mi vida", informaba melancólicamente a su amiga literata. Ya estaba atacado por la enfermedad renal que se llevaría su vida cuatro años después.