09 Marzo 2008
“¿Para qué venís a reclamar si no sabés ni siquiera pararte tras un escritorio?”- escuché que le decía un hombre a una mujer, supongo su pareja, mientras soportaban la larga espera de los bancos oficiales de Tucumán. “Dejala nomás que ella sirva la gaseosa…. ¿no ves que es tontita? Para qué le vas a decir algo si es tontita!”-eran las palabras con las que una mamá, terminaba una pelea fraternal, ante la mirada atónita del mozo que intentaba limpiar la bebida sobre la mesa. “¡Caminá rápido te digo! ...Aunque mejor quedate aquí con los chicos que yo traigo el auto. No sé para qué te traigo si es más lo que estorbás, que lo que ayudas”-decía un joven a la anciana que trataba de equilibrarse con su bastón y un niño pequeño agarrado de su falda.
Estas escenas lamentablemente no son la excepción; basta con observar con más detenimiento. O acaso no nos pasó alguna vez que huimos de ver a determinada familia por la incomodidad que nos genera la agresividad con la que castigan o se burlan de los niños. Es difícil advertir que se es testigo de situaciones de maltrato pero más arduo es admitir que muchas veces somos víctimas o propinadores de violencia. Nos cegamos en entender la violencia sólo como golpes físicos, sin ver las heridas que desde lo emocional genera el ataque a la autoestima.Lo esencial es invisible a los ojos: elegir libremente, con opciones y sin coerciones son las posibilidades que debemos defender de las palabras o gestos que nos hieren.
Estas escenas lamentablemente no son la excepción; basta con observar con más detenimiento. O acaso no nos pasó alguna vez que huimos de ver a determinada familia por la incomodidad que nos genera la agresividad con la que castigan o se burlan de los niños. Es difícil advertir que se es testigo de situaciones de maltrato pero más arduo es admitir que muchas veces somos víctimas o propinadores de violencia. Nos cegamos en entender la violencia sólo como golpes físicos, sin ver las heridas que desde lo emocional genera el ataque a la autoestima.Lo esencial es invisible a los ojos: elegir libremente, con opciones y sin coerciones son las posibilidades que debemos defender de las palabras o gestos que nos hieren.
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