A las víctimas les cuesta develar su drama secreto

A las víctimas les cuesta develar su drama secreto

Soportan durante largos años el maltrato e intentan ocultárselo a los hijos, hasta que se dan cuenta de que les hacen más daño de ese modo.

09 Marzo 2008
Como sobrevivientes de una larga guerra, donde llegaron a sentirse sin ganas de vivir, hoy se reúnen -ya recuperadas- para ayudar a otras que todavía no se atrevieron a salir, porque no saben cómo hacerlo. Las integrantes de la Asociación Atenea saben que muchas mujeres ni siquiera reconocen que son víctimas de una situación enferma. Ignoran que es inútil esperar que el agresor se calme, o que ofrezcan la sumisión para detener los gritos, los insultos y los golpes.
Carmen tiene 48 años, pero su rostro desdentado parece el de una anciana. Recuerda que cuando asistió a su primera reunión con las integrantes del grupo de autoayuda, se sorprendió al escuchar que otras mujeres contaban historias muy parecidas a la que ella vivía. Cuando le tocó el turno se animó, por primera vez, a soltar el torrente de palabras que llevó tanto tiempo anudado en la garganta.
Al poco tiempo de casada se había dado cuenta de que su esposo era violento y se marchó. Pero él la buscó, llorando, y la persuadió de que volviera. Pero luego recomenzaron los golpes y el maltrato. Ella quedaba embarazada para escudarse en esa condición, pero él la golpeaba incluso en estado de gravidez. Así tuvo siete hijos.
"He pasado 24 años creyendo que mis hijos no sabían lo que me sucedía -relató Carmen-. Cuando yo volvía de trabajar, a la noche, me acusaba de haber demorado. Yo me iba al fondo para que me pegara y me hiciera lo que él quisiera, sin que mis hijos se enteraran. Pero un día mi hija, que tenía 17 años, me dijo: ?Mamá, ¿vos creés que nosotros no sabemos qué te pasa a vos??"
A pesar de que en ese momento decidió separarse, no se atrevía a denunciar a su marido por temor a que sus hijos fueran testigos de que lo sacara la Policía. "Yo había pasado por esas cosas cuando era chica, porque mi papá le pegaba a mi mamá, y no quería que ellos la vivieran -adujo-. Hasta que me di cuenta de que les estaba haciendo un daño mayor al mantener esa situación. Era cada día peor. El ni siquiera trabajaba. Un día mi hija consiguió información sobre el grupo de autoayuda, que me permitió encontrar el camino".

Graves secuelas físicas
Irene (56) se casó a los 22 años, es madre de cuatro hijos y sufrió durante 32 años la violencia a que la sometía su esposo.
"Hace dos años he dado un corte. Hoy me siento libre. Ya no soy la esclava. No me separé antes porque mi marido me decía: ?Perdoname, que ya me va a pasar. No lo voy a volver a hacer más. Voy a cambiar?. Yo le creía y lo perdonaba. Tengo daños físicos, cicatrices, moretones que no se van y secuelas en las córneas a causa de las trompadas en los ojos. He sufrido muchísimo, tanto yo como mis hijos", relató. Hace dos años, después de una golpiza, Irene buscó un ejemplar que había guardado de LA GACETA, publicado el Día de la Mujer -en 2006-, donde se consignaban las direcciones de los centros de ayuda. "Llegué a la avenida Roca 255. Me recibieron muy bien y así comencé a salir. Me costó sacar al agresor del domicilio, a pesar de que la casa es mía -comentó-. Hice ocho denuncias penales, pero hace dos años estoy esperando que salga la medida de exclusión. Hace poco pregunté, y mi denuncia de julio de 2006 todavía no había sido leída por el fiscal".

El germen en los hijos
Raquel (45), ex esposa de un policía, acordó en Tribunales una pensión alimentaria, hace tres años, pero nunca pudo cobrarla. En consecuencia, su hijo debió volver a vivir con el padre. "Ni siquiera le pude hacer una denuncia penal, porque los papeles nunca salieron de Tribunales hacia el trabajo de él", dijo.
Ella teme por sus hijos, porque crecieron en medio de la violencia y llevan ese germen. "Reeducarlos un trabajo de todos los días. Primero la mujer debe desaprender su conducta de codependencia y luego ?cambiarles el chip? a los hijos porque si no serán una copia del padre -indicó-. Para el hijo que queda viviendo con el padre es terrible, porque se va a convertir en un ser violento".
Regina Perea lamentó que uno de los grandes problemas radica en que los jueces siguen entregando los chicos a los padres agersores. "Ese hijo nos sigue agrediendo y después, cuando es mayor, pasa a agredir a su novia o a su esposa", explicó.

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