"Yo estoy orgulloso de que mi farmacia sea así; desde 1925 tiene este nombre, aunque mi padre la compró en 1951. Nací aquí", contó Juan Pintado de atrás del mostrador de la farmacia Bristol. Allí guarda el banco en el que se pusieron de novios sus padres, la vieja balanza con aguja y los mostradores de madera que le dan al lugar ese aire "retro" que aún atrae a los clientes.
El tiempo pasa, pero no para todos por igual. Los avances tecnológicos y los nuevos diseños arquitectónicos y de decoración pasaron al lado de algunos negocios sin tocarlos. Son los que aún logran funcionar mientras resisten al paso del tiempo sin grandes cambios.
Con clientela fiel, muchos locales de El Bajo tienen más de medio siglo y se niegan a renovar su estética. Muchos son negocios familiares que pasan de generación en generación. Un ejemplo es el de la Santería Innocentiis, fundada en 1894 por Alfonso de Innocentiis. Luego el local fue administrado por su hijo mayor, después por el padre del actual dueño y ahora también trabaja su hijo. Este negocio nunca cambió de lugar e incluso está conectado con la vivienda, también antigua, de la familia. Para Manuel Eduardo de Innocentiis, el secreto para seguir de pie es simple: "uno conserva los clientes porque se cobra lo justo, se les vende lo que piden, la calidad es buena y la atención también", explicó.
"Hace muchos años que vengo acá, es una santería vieja. Ahora compré una imagen de la Virgen de la Merced y vine directo porque estaba segura de que la tienen y de que me atienden bien", elogió Rosa López, de 58 años.
La vieja balanza
En la esquina suroeste de Balcarce y 24 de Septiembre, a media cuadra de la santería, la farmacia Bristol permanece inamovible desde 1925. "Antes había otra farmacia, pero se incendió y en el año 25 hicieron esta construcción", recordó Pintado, que siguió los pasos de su padre en el comercio, que se resiste al paso del tiempo. Pintado dice que está orgulloso de que su local siga como siempre, con una vieja balanza que usa la gente que va de paso, a pesar del cartel que expresa que es sólo para uso de los clientes; con los aparadores de madera color crema, sin productos de mercería ni perfumería, y con un banco de mármol verde de la década del 30. "En ese banco se pusieron de novios mis padres", rememoró mientras lo señalaba.
"La diferencia con las farmacias modernas reside en que acá orientamos a nuestros clientes, que en su mayoría vienen del interior, que buscan consejo y vienen desde hace años", explicó acerca del porqué perdura a pesar del avance de las farmacias modernas con balanzas a monedas y con productos de perfumería, de belleza y hasta de regalería.
De una generación a otra
A pesar de que la moda exige novedad, hay quienes se ingenian para sostener sus negocios de ropa sin responder al estereotipo de negocio con vidrieras muy iluminadas y prendas sobre los maniquíes. "Estamos desde hace 80 años. El negocio pasa de generación en generación porque la gente sabe que somos serios", explicó Silvia de Criado, de la tienda "La Nueva Gloria". El negocio conserva la ropa colgada en perchas sobre la pared externa del local; sin decoración, con un ventilador que tiene algunas décadas, al igual que el viejo televisor entre los estantes.
En la manzana de la Casa de Gobierno, sobre 24 de Septiembre, hay otro negocio que no cambió y que está en el corazón de muchos tucumanos de distintas edades: el bar El Molino, donde los clientes saben más de la historia del bar que los jóvenes encargados.
"Vengo acá desde hace 50 años", dice con orgullo Héctor Nieva, uno de los clientes más fieles."Antes había una orquesta de señoritas que tocaba los fines de semana, pero siempre fue un bar de hombres", relató, sentado en un banco de la mesa donde se realizan las jugadas más importantes.
Las mujeres no son parte del paisaje cotidiano y no es que tengan la entrada vedada, sino que en el bar se juega al billar, un juego tradicionalmente masculino.
También se practica dominó, ajedrez y se siguen las carreras de caballos. Para algunos es como el café del tango "Cafetín de Buenos Aires". "Vengo desde los 18 años. Este lugar nos sirve como ?desenchufe?. Aquí aprendí todo: lo bueno y lo malo", dijo Terry, de 53 años, que pasaba la tarde del sábado con sus amigos del billar.
Así como hay negocios que se niegan a cambiar, también hay clientes para los que la tradición es un valor más fuerte que la tentación de modernizarse. Quizás porque lo que se transmite de generación en generación sirve para conservar la memoria y la identidad.