Los 40 años de soledad de una obra cumbre hispanoamericana

Los 40 años de soledad de una obra cumbre hispanoamericana

El aniversario de la memorable creación de García Marquez no mereció una reedición, sino dos. Por Alvaro José Aurane.

03 Junio 2007
El martes, Cien años de soledad cumplirá 40 años de soledad. Cuatro décadas como la gran novela hispanoamericana. El acontecimiento mereció no una reedición de la obra cumbre de Gabriel García Márquez sino dos.
La más novedosa es la de Alfaguara, una edición conmemorativa preparada por la Real Academia Española y por la Asociación de Academias de la Lengua Española, que reúne a 21 instituciones del continente. En el libro hay un texto corregido de la celebrada creación del premio Nobel colombiano, que le fue presentado a él, quien se encargó personalmente de revisarlo. Relatos, estudios y análisis de amigos y de especialistas completan el volumen, junto con un glosario, un listado de nombres propios y hasta un árbol genealógico de los Buendía.
La puerta de entrada es una semblanza de García Márquez escrita por su amigo Alvaro Mutis. Dos páginas cargadas de expresiones emocionadas y, por momentos, devotas. “Para darle nombre a América”, el artículo de Carlos Fuentes, aporta, a cambio, una serie de datos que enmarcan la génesis de la novela. El mexicano, no por riguroso en muchos de sus pasajes, ahorra generosidad con su par latinoamericano. Tanto en las anécdotas conjuntas en Europa como en la laudatoria -y premonitoria- nota que Fuentes le escribió a Julio Cortázar.
Pero, sin dudas, uno de los puntos más altos de esta edición conmemorativa es la reproducción de una parte sustancial de ese análisis de lucidez implacable que realizó el peruano Mario Vargas Llosa sobre la narrativa de quien fue su amigo (sobre el presente de esa relación hay mitos que varían en fondos y formas según quién cuente el cuento). Ese estudio que, considera a la obra homenajeada como una “novela total”. es un análisis que merece el apelativo de “mayor”. A continuación, “En busca de la verdad poética”, de Víctor García de la Concha, no le va en zaga. Su abordaje sobre el tiempo real y el tiempo ficticio, sobre el simbolismo de los elementos del clima, o sobre los espacios que delimitan la casa y la familia Buendía, lo tornan una guía deliciosa para la relectura de la novela.
El preludio es completado por Claudio Guillén, fallecido a poco de completar ese texto, quien comienza por advertir que una de las claves de la gran creación de García Márquez radica en que, a diferencia de obras como El Quijote o la Ilíada, el relato predomina sobre la historia misma.
Luego de la novela revisada, aparece otro grupo de textos. Pedro Luis Barcia desarrolla las condiciones de Cien Años de Soledad, que van desde la accesibilidad y la retórica hasta las muertes anunciadas y el goce narrativo, pasando por el realismo mágico. Juan Gustavo Cobo Borda (quien escribe en este número de LA GACETA Literaria), revela con conocimiento de causa los inicios poéticos del joven Gabriel. Gonzalo Celorio y Sergio Ramirez completan el volumen rescatando el aporte de García Márquez y de Cien Años de Soledad a la novela hispanoamericana
Justo en medio de toda esta producción periférica está impresa la soberbia obra del hombre de Aracataca. No importa cuánto hace que no se visita su prosa ni las veces en que ha sido recorrida. Ni si se ha empezado por ella, o si ha ella se ha llegado luego de leer cada uno de los textos que la acompañan en ese ejemplar. Cien años de soledad está ahí, como condenada a una inspiración interminable que se alimenta a sí misma. Con la misma circularidad que tiene en ella la propia soledad. La de los pergaminos de Melquíades, que narraban el fin que llegaba cuando eran por fin descifrados. La de la crianza de Fernanda del Carpio. La del coronel Gerineldo Márquez viendo llover. La de la lluvia, convertida en el sonido del silencio de Macondo. La de Macondo, el pueblo que ni los muertos conocían hasta que feneció un vecino. La de los vecinos que, por incredulidad forzada, convierten en leyenda la matanza de trabajadores inmediatamente después de ocurrida. La de José Arcadio Buendía, el fundador, atado al tronco de un castaño. La del coronel Aureliano Buendía, recordando, frente a un pelotón de fusilamiento, el día que su padre lo llevó a conocer el hielo. La del cuarto de Melquíades, en donde todos los días era lunes.
El tiempo no ha hecho mella en esa poderosa narrativa, a la cual la otra edición conmemorativa, la de Sudamericana, termina de convertir, oficialmente si se quiere, en un objeto de culto. Porque consiste, sin más, en la reimpresión del texto de la primera edición, la que, con ese sello editorial, en Buenos Aires, vio la luz el 5 de junio de 1967. Es una suerte de satisfacción a la demanda de contar con la letra original de ese prodigio que vendió 30 millones de ejemplares y que fue traducido a 35 idiomas.
Esa publicación está cargada de nostalgias. El texto prístino. La tapa que debió improvisarse para la primera edición (representa un galeón hundido en la selva), porque la encargada al pintor mexicano Vicente Rojo no llegó a tiempo. La modesta biografía de 17 líneas, impresa en la contratapa blanda, del joven autor que por entonces tenía 40 años.
Como único agregado, hay un facsímil de una carta de García Márquez, escrita a máquina el 30 de octubre de 1965, para el legendario editor Francisco “Paco” Porrúa, por entonces en Editorial Sudamericana. En la misiva, le pedía que lo ayudara a concretar su sueño de centralizar en una sola editorial todos sus libros. Y en la segunda carilla, le adelantaba que llevaba escrita ya más de la mitad de Cien años de soledad.
“Es una novela muy larga y muy compleja -tipió su autor-, en la cual tengo fincadas mis mejores ilusiones”. Ese es, sin dudas, el más acabado eufemismo literario de las últimas cuatro décadas.