13 Mayo 2007
Se llama Juan Matías Loiseau, pero firma, modestamente, Tute, y está a la altura de Quino, de Fontanarrosa o de Caloi, para citar a los más conocidos. Cineasta, diseñador gráfico y poeta. Tres talentos que se advierten en sus dibujos humorísticos y que potenciados por una prodigiosa creatividad nos provocan sonrisas reflexivas.
Tute es una muestra perfecta de cómo se puede ser profundo sin cometer el imperdonable pecado de la solemnidad. Porque lo opuesto al humor no es la seriedad sino la solemnidad, esa pose acartonada y pretenciosa tan cercana al aburrimiento, pariente directo del bostezo.
Schopenhauer definió el humor como "la seriedad oculta en la risa", y Tute es la prueba de la exactitud de esta definición. Le brindo algunos ejemplos. Un hombre piensa: "Siempre dije la palabra justa en el momento indicado, a la mujer equivocada". Una chica solitaria expresa: "Sólo busco un muchacho bueno que me haga sufrir". Juega con la lógica, "daría lo que no tengo por tener lo que me falta" o lanza, así, al pasar, una angustiante inquietud, "me pregunto si Dios creerá en mí". Tute puede dibujar filosofía.
Asimismo despierta carcajadas con elementos más simples. Un pordiosero que recibe una moneda y pregunta "¿no tiene más grande?". Otras veces recurre a pinturas famosas, al absurdo, a unas simples líneas, a una mancha de tinta. Sorprende su arsenal de recursos, que uno sospecha inagotables. Y es evidentemente dueño de mucha audacia, porque es lo que hace falta para desarrollar un chiste en seis cuadritos con palabras y veinticuatro mudos, lo que equivale a los espacios en la arquitectura y a los silencios en la música.
Alguien debería analizar por qué los mejores humoristas argentinos están presentes en los medios gráficos y casi ausentes en la televisión.
Conclusión: este libro debería figurar entre los artículos de primera necesidad. Léalo, regálese sonrisas inteligentes y frescas. Eso le dará fuerzas para enfrentar el humor chatarra de ciertos programas televisivos. (c) LA GACETA
Tute es una muestra perfecta de cómo se puede ser profundo sin cometer el imperdonable pecado de la solemnidad. Porque lo opuesto al humor no es la seriedad sino la solemnidad, esa pose acartonada y pretenciosa tan cercana al aburrimiento, pariente directo del bostezo.
Schopenhauer definió el humor como "la seriedad oculta en la risa", y Tute es la prueba de la exactitud de esta definición. Le brindo algunos ejemplos. Un hombre piensa: "Siempre dije la palabra justa en el momento indicado, a la mujer equivocada". Una chica solitaria expresa: "Sólo busco un muchacho bueno que me haga sufrir". Juega con la lógica, "daría lo que no tengo por tener lo que me falta" o lanza, así, al pasar, una angustiante inquietud, "me pregunto si Dios creerá en mí". Tute puede dibujar filosofía.
Asimismo despierta carcajadas con elementos más simples. Un pordiosero que recibe una moneda y pregunta "¿no tiene más grande?". Otras veces recurre a pinturas famosas, al absurdo, a unas simples líneas, a una mancha de tinta. Sorprende su arsenal de recursos, que uno sospecha inagotables. Y es evidentemente dueño de mucha audacia, porque es lo que hace falta para desarrollar un chiste en seis cuadritos con palabras y veinticuatro mudos, lo que equivale a los espacios en la arquitectura y a los silencios en la música.
Alguien debería analizar por qué los mejores humoristas argentinos están presentes en los medios gráficos y casi ausentes en la televisión.
Conclusión: este libro debería figurar entre los artículos de primera necesidad. Léalo, regálese sonrisas inteligentes y frescas. Eso le dará fuerzas para enfrentar el humor chatarra de ciertos programas televisivos. (c) LA GACETA






