Después de Sara, en este segundo tomo de sus heroínas bíblicas Halter toma el personaje de Séfora, mucho menos conocida aun cuando es citada en varios versículos del "Exodo". Pero el procedimiento del autor es el mismo: de arquetipos míticos, sus heroínas se transforman en personajes de novela. Lo logra ahondando en su psicología e inventando los pasajes de sus vidas que la Biblia deja en blanco. Y lo hace muy bien en la medida que logra captar el interés del lector y hasta emocionarlo. A esto se agregan sus conocimientos históricos, que nos permiten acercarnos a la vida cotidiana de gentes que vivieron hace milenios. La humanización de los personajes y el exotismo de su entorno son dos elementos que favorecen el interés del lector.
Como no pretende ser una obra estrictamente histórica, la imaginación y la habilidad del autor pueden hacer creíble el hecho de que la princesa egipcia que rescató a Moisés de las aguas fuera la famosa Hatsepsut.
Como los estudiosos parecen no estar de acuerdo sobre las fechas en que los hebreos estuvieron en Egipto, el autor se toma la libertad de hacer coincidir cronológicamente a ambos personajes y hacer de Moisés un príncipe de Egipto. Otros estudiosos, en cambio, creen que la estancia de los judíos en el país del Nilo fue durante el reinado de Akenaton, basándose en algunas coincidencias entre algunos versículos bíblicos con el poema al Sol, como símbolo de Atón, del célebre faraón monoteísta.
Moisés conoció a tres de las hijas de Jetro, el juez y consejero de los reyes de Madián, mientras las jóvenes iban a buscar agua y fueron atacadas por unos hombres y defendidas por el héroe judío. Jeboda era la mayor, ya casada y feliz; Orma era famosa por su extraordinaria belleza y Séfora, la menor, era admirada por su buen sentido y su bondad. En realidad, Séfora procedía del país de Kush y recién nacida había sido hallada, junto a su madre muerta, por Jetro, quien la adoptó y quizás la amó más que a sus propias hijas, pues siempre admiró su sabiduría.
Séfora era negra y bella como la amada de "El cantar de los cantares". El encuentro de Séfora y Moisés fue semejante al de Sara y Abraham: se enamoraron en forma inmediata, pero debieron esperar un largo tiempo antes de unirse. Séfora fue la consejera de Moisés y constantemente lo instaba a cumplir la misión que Dios le había encomendado: salvar a su pueblo y conducirlo a la tierra prometida. Los madianitas se consideraban descendientes de Abraham y de José. Por tanto, Séfora tenía la misma religión que Moisés.
En Egipto, Moisés pudo visitar a sus dos madres: la hebrea y la egipcia, recluida en un palacio que muy pocos conocían, pues el nuevo faraón había hecho creer a su pueblo que Hatsepsut había muerto. En toda la travesía, Séfora estuvo al lado de Moisés, pero la familia de su esposo la miraba con desconfianza, como a una extranjera. Especialmente los hermanos Myriam y Aarón: decían que por haber nacido en el país de Kush y ser negra, y aunque hubiera circuncidado a su hijo, no era heredera del pacto que Dios había establecido con su pueblo. Quizás este mismo hecho hace resaltar las virtudes de Séfora, su espiritualidad, su sabiduría y su capacidad de amor y sacrificio, al presentarlas como valores universales y no solamente propias de un pueblo determinado.
En esta obra podemos apreciar no sólo la habilidad narrativa del autor, sino también la calidad de su estilo literario, que se transparenta a través de la excelente traducción de Carmen de Celiz. (c) LA GACETA