El paraguayo José Gaspar García Rodríguez de Francia (conocido más brevemente como "el doctor Francia"), es una de las figuras sombrías y misteriosas de la historia americana. Nacido en Asunción en 1766, en una familia respetable, estudió Teología en la Universidad de Córdoba y allí se graduó en 1785.
Entonces volvió al Paraguay. Miembro del Cabildo, fue adquiriendo -después de la revolución argentina de 1810- creciente preponderancia en la dirección de los asuntos de su país. El Congreso de 1813 lo eligió "cónsul de la República" junto con Florencio Yegros, con grado de general. En 1814, la Asamblea lo designó por cuatro años "dictador temporal", y el Congreso, en 1816, lo nombró "dictador perpetuo".
Así fue como, con el título de "Supremo Dictador", Francia instaló en el Paraguay lo que un historiador llama "un estado totalitario, quizá el primero del mundo en el sentido moderno de la palabra, donde fueron arruinadas las principales familias, fusilados los próceres, aplastada la élite intelectual. Sin clase dirigente, sin instituciones ni cultura, los templos y escuelas amenazando ruina, se mantuvo al país en un verdadero enclaustramiento".
Durante sus tiempos de estudiante, Francia había llevado una vida disipada de mujeriego. Al poco de volver al Paraguay, rompió relaciones con su padre, a quien , según algunos historiadores, llegó a abofetear. Se encerró luego en la castidad más absoluta, concentrado en dedicarse al manejo personal, con mano de hierro, de los asuntos públicos. Juzgaba personalmente la mayoría de los delitos, y por lo general dictaba la pena de muerte, que se cumplía sin dilación. Utilizaba también la tortura para que extraer la confesión de imaginarias conspiraciones. Asistía a todas las ejecuciones y azotainas. Ordenaba que los cadáveres de los ajusticiados se colocaran frente a su ventana y los observaba largo rato.
En 1821, arrestó sin causa alguna y mantuvo cautivo por 8 años al sabio Aimé Bonpland. Lo liberó parcialmente en 1829, y lo expulsó del Paraguay en 1831.
Melancólico y taciturno, Francia no gozaba de buena salud. Tenía un pésimo estómago, por lo cual se alimentaba con gran frugalidad. Pero vivía aterrorizado por la posibilidad de otras enfermedades, para consultar sobre las cuales acudía al doctor Estigarribia, su despistado y angelical médico de cabecera.
Estigarribia integraba el brevísimo grupo de sus allegados, con el escribano Patiño y un tal Bejarano, que oficiaba de barbero y de verdugo, especialista en azotar sin matar.
Lo atormentaban unos terribles insomnios. Antes de acostarse cerraba personalmente todas las puertas de la casa de gobierno, miraba debajo de los muebles y de las camas, pensando en emboscadas de sus enemigos. A veces recorría los patios hablando solo o lanzando injurias contra supuestos traidores, del mismo modo que se encerraba en su habitación durante semanas enteras.
Según el viajero Robertson, era "moreno, de ojos negros muy penetrantes; su umbrosa cabellera, que peinada hacia atrás descubría una amplia frente, para desvanecerse en naturales ondas sobre sus hombros, le daba un aire de dignidad que atraía la atención". Otro autor dice que "tenía frente alta y oprimida, nariz recta y firme, boca larga de labios finos, color trigueño bilioso". Era "de estatura mediana, delgado, espaldas ligeramente encorvadas, pie pequeño". Caminaba despacio y hablaba lentamente, con un lenguaje salpicado de arcaísmos.
En 1839, su salud empezó a declinar rápidamente, pero a pesar del debilitamiento de sus facultades siguió gobernando con la misma energía imperturbable de siempre. Ramos Mejía escribe que "a medida que su mal aumentaba, sus órdenes se hacían más caprichosas, más violentas y extravagantes": la memoria le funcionaba apenas y "su palabra era cada vez más difícil y torpe".
El 20 de setiembre de 1840, un ataque cerebral terminó con la vida del "Supremo Dictador". Treinta años más tarde, sus restos desaparecieron misteriosamente de la iglesia de la Encarnación, donde había sido enterrado.