A simple vista, son quioscos o almacenes. Pero, entre sus mercaderías, tienen pegamento, pastillas y porros. Los clientes más asiduos miden poco más de un metro. A veces, se trata de una casa como cualquier otra. Se diferencian del resto porque en el tendido eléctrico que está sobre la vereda hay un par de zapatillas colgando, que indica que allí se venden estupefacientes. Cerca del anochecer, es común ver que aparece alguien extraño y se para en una esquina. De repente, lo rodean muchachos que quieren abastecerse. El capítulo final de estas tres escenas se repite en muchos barrios: cada vez más chicos consumen drogas.
Nadie sabe cómo manejar el flagelo. Padres, docentes y expertos coinciden en que los estupefacientes están destruyendo la adolescencia e incluso la niñez. En los barrios marginales, aseguran, ya no hay chicos que no consuman pegamento o marihuana.
En el barrio Juan Pablo II, más conocido como “El Sifón”, hay madres que desconocen qué hacer o adónde recurrir en busca de ayuda para rescatar a los menores. “Esto es un carnaval. Los chicos se pasean drogándose por todos lados. Hay más presencia policial, pero los agentes les tienen miedo a los chicos. Nadie hace nada. Aquí la mayoría deja la escuela y sale a drogarse o a robar. Los padres no podemos meternos porque los chicos son muy agresivos. Ellos no tienen la culpa. Aquí ofrecen la droga como si fueran caramelos. Primero, se la regalan, para que se hagan adictos”, cuenta Isabel (29) que vive en San Miguel al 1.800, frente al hospital Obarrio.
Los pasadizos que hay en la zona, a la que también suelen llamar “La Oculta”, siempre están llenos de chicos. “Se pasean buscando dónde conseguir el pegamento y, si uno lo compra para pegar algo, no funciona. Pero los deja a todos los changuitos dados vuelta. Después, salen a robar. Llamamos varias veces a la Policía para decir dónde venden la droga y nadie hace nada”, añade Roxana (35).
Carencias
De los 7.872 habitantes de “El Sifón”, el 70 % son menores. La falta de espacios verdes o de recreación, la falta de educación y la desestructuración familiar son las causas principales del casi generalizado consumo de drogas, opina la doctora Patricia Contar, jefa del Caps del barrio. “La situación es alarmante. A pesar de que no llegan aquí los adictos, se ve una explosión de consumo y de violencia. Ya hubo muertos y heridos”, detalla.
La especialista señala que desde hace muchos años es preciso encarar un programa serio contra las adicciones en esa zona. “Hemos atendido casos de sobredosis con pastillas”, recuerda.
La secretaria del dispensario, Isabel Welzel, es testigo directo del daño que causa la droga entre los menores. “A veces vienen madres desesperadas que quieren internar a sus hijos. Pero no sabemos adónde derivar estos casos. Aquí consumen desde cocaína hasta mezclas con telas de araña. Empiezan a los 10 años. Es terrible. Las chicas llegan al CAPS embarazadas desde los 13 años y también son adictas. Aquí hay un promedio de 20 nuevos embarazos mensuales”, remarca.