Cartas de lectores: dos espadachines políticos

Hace 14 Hs

Corría septiembre de 1929 y el ministro de Gobierno de Tucumán, Doctor Joaquín Apolinario, se sintió agraviado por el contenido del discurso pronunciado por el diputado Doctor José Lozano Muñoz, que años más tarde sería elegido Intendente municipal de San Miguel de Tucumán (1939). En esa época era una deshonra no defenderse ante una ofensa; era sinónimo de cobardía que podía afectar a la familia. Los doctores Julio Rosenvald y Felipe J. S. Pérez, padrinos del ministro, haciéndose presentes en la residencia de Lozano Muñoz, le entregaron la misiva en la cual se lo retaba a duelo. Como hombre de honor, “recogió el guante”, no se achicó a la invitación, aceptando de buen agrado; de inmediato quedó concertado el lance. Mediante reglamento de la época, se pactó a “sable de filo, contrafilo y punta”, con asaltos de un minuto y dos de descanso, hasta que alguno de los duelistas quedara en inferioridad de condiciones. El duelo tuvo lugar al despertar el alba del 9 de septiembre de 1929, en el patio trasero de la quinta del Doctor Felipe Terán, ubicada en la quinta cuadra de la calle Muñecas prolongación (hoy calle Muñecas esquina Perú, predio ocupado por la Escuela Ricardo Gutiérrez). El lance se realizó ante la presencia del periodismo para transcribir las incidencias del combate. Tratándose de dos personalidades conocidas en el ámbito político, se cursó invitación al comandante de la 5ta. Región Militar, General de División Juan Esteban Vacarezza, asistido por su ayudante de campo, teniente Nicolás Antonio Revilla, a los efectos de actuar como director del lance caballeresco. Toda la aristocracia tucumana se dio cita. Una larga caravana de automóviles ingresaban a la quinta conduciendo a los amigos de los combatientes. Previo a iniciar el combate, el General Vacarezza leyó el reglamento ante la presencia de un escribano de turno, preguntando a ambos contendientes si estaban dispuestos a reconciliarse; el silencio significó un “no“ rotundo. De inmediato se despojaron del saco, la camisa y la corbata, quedando con el torso semidesnudo, y el ayudante de campo exhibió una caja de madera en cuyo Interior estaban depositados los sables, realizándose el sorteo de las armas y también se les entregó un guante de protección para resguardar los golpes en la empuñadura. El director del combate dejó caer un pañuelo dando la señal del inicio del combate. Ambos combatientes se hicieron una referencia y empezaron a chocar las armas de acero toledano. En el aire se veían las chispas; el árbitro no tuvo actuación, debido a que estos caballeros eran honorables y respetaban el pacto. Terminados los asaltos, ambos quedaron extenuados; ambos eran eximios espadachines y la afrenta no desapareció, se fue a la tumba con ellos. Alguien diría “qué tiempos aquellos”.

Víctor Hugo Rossi                                                          

Ecuador 4.536 - S. M. de Tucumán


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