El vandalismo en la cancha, advertencia para el fútbol

21 Noviembre 2025

Lo ocurrido en la final entre Tucumán Central y Concepción FC dejó al descubierto, una vez más, la fragilidad del fútbol tucumano. Lo que debía ser una celebración terminó convertido en un inventario de destrozos: butacas arrancadas, sanitarios destruidos, chapas retorcidas, portones violentados. Las imágenes viralizadas del estadio de La Ciudadela no sólo indignaron a los hinchas de San Martín; también encendieron una señal de alarma que la Liga Tucumana ya no puede seguir pasando por alto.

Lo ocurrido no fue un accidente ni una excepción. Fue la consecuencia inevitable de un sistema que hace años muestra síntomas de agotamiento: operativos de seguridad insuficientes; decisiones dirigenciales erráticas; violencia reiterada y arbitrajes que muchas veces agravan el clima hostil. La final dejó un campeón, sí; pero también dejó expuesta una estructura que se repite año tras año y que amenaza con vaciar de sentido cualquier conquista deportiva.

El presidente de San Martín, Rubén Moisello, fue categórico al responsabilizar a la Liga y exigir la reparación total de los daños. Y tiene razón: el club cedió su estadio sin costo alguno, con la buena fe de garantizar un marco adecuado para una final con dos parcialidades. La respuesta institucional llegó rápidamente a través del vicepresidente de la Liga, Darío Zamoratte, quien pidió disculpas y aseguró que la reparación será cubierta con la recaudación del partido.

El daño material fue evidente; el simbólico, más profundo. La Ciudadela es uno de los pocos escenarios de Tucumán capaces de albergar finales con público de ambos lados. Si cada vez que se abre para estos eventos termina devastada, ¿qué club estará dispuesto a asumir ese riesgo? ¿Qué margen queda para pensar en un fútbol tucumano capaz de crecer, atraer familias y recuperar su convivencia natural?

La violencia no es un episodio aislado: es un síntoma cultural. Como reconoció Zamoratte, ningún operativo policial es suficiente cuando la responsabilidad individual y colectiva falla. Pero la dirigencia tampoco puede limitarse a este diagnóstico general. La Liga tiene la obligación de replantear sus mecanismos de organización, control y sanción. Porque mientras los clubes sigan siendo los que pagan las consecuencias, el sistema continuará reproduciendo sus fallas.

El vandalismo en los estadios no se combate sólo con más policías. Se combate con sanciones firmes a los responsables, con educación en divisiones inferiores, con campañas que cuestionen la masculinidad agresiva que históricamente impregnó las tribunas, con padres formados para enseñar a sus hijos que el fútbol no se expresa a golpes, sino en la cancha. También con clubes, escuelas y comunidades articulando para reconstruir valores básicos: respeto, empatía, juego limpio.

Lo de La Ciudadela no fue un daño colateral: fue una advertencia. Si la Liga Tucumana no impulsa un cambio profundo, cada final con dos hinchadas será una ruleta rusa para el patrimonio ajeno y una nueva derrota para el fútbol provincial. La reparación de las chapas y los baños llevará su tiempo, pero se podrá hacer. La reparación cultural, en cambio, sigue pendiente.

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