Cartas de lectores: Día Mundial sin Alcohol

20 Noviembre 2025

El 15 de noviembre se celebra cada año el Día Mundial sin Alcohol, promovido por la OMS para concientizar sobre los riesgos del consumo excesivo de alcohol. En Tucumán, este día pasó sin pena ni gloria y con pocas campañas de prevención. En mi casa, durante mi infancia, el alcoholismo nunca fue un tema lejano, y no porque hubiera problemas familiares, sino porque mi padre dedicó buena parte de su vida profesional a acompañar a quienes sufrían esa adicción. Médico, psicoanalista y jefe de la histórica Sala 8 del Hospital Padilla, recibía allí, en pleno siglo XX, a pacientes con cirrosis hepática, hepatitis alcohólica y cuadros neurológicos producto del alcohol, que muchas veces llegaban tarde. En aquellos años no había servicios especializados, por lo que la Sala 8 era el refugio para esos pacientes y allí se los internaba. Crecí escuchando esos relatos; por lo tanto, hoy me resulta difícil mirar el alcoholismo juvenil como un asunto menor. Lo que empieza como un juego de jóvenes desemboca en lo que mi padre asistía en esa Sala 8. El alcohol tiene algo que lo vuelve muy peligroso: parece inofensivo y los jóvenes lo incorporan tempranísimo, ya sea para desinhibirse, para “encajar”, para divertirse o para pertenecer. La escena típica es la de un grupo de chicos que se reúne un viernes a la noche; empiezan suave y primero es euforia, pero pronto, ante un mayor consumo, aparecen el descontrol y los daños orgánicos, que se dan cada vez más temprano. El hígado de un joven trabaja a pleno, y los primeros daños no duelen, no avisan y no alarman. Pero así comienza la esteatosis hepática (hígado graso). Si el consumo llega a la hepatitis alcohólica, esta puede ser grave, y finalmente aparece la cirrosis hepática, ese punto sin retorno en el que el tejido sano es reemplazado por cicatrices. Hoy no sorprende ver cirrosis en jóvenes que no llegaron a los 30 años. Lo trágico es que esto sucede mientras la sociedad mira para otro lado: venta a menores, banalización del consumo, publicidad disfrazada de humor y festejos donde se minimiza el riesgo. El alcoholismo juvenil no es un exceso simpático ni un tropezón de sábado. Es un tóxico que genera adicción y que está dañando cuerpos, hígados y cerebros en plena construcción. Debemos tomar este tema con seriedad. La adicción no aparece de un día para otro, sino en forma paulatina, y pedir ayuda no es signo de debilidad, sino de lucidez. El alcoholismo se esconde detrás de su apariencia socialmente aceptada, porque no tiene el estigma del tabaquismo, ni de las drogas alucinógenas, ni el sacudón financiero de la ludopatía, pero está ahí: celebratorio, legal y disponible. Esa normalidad es, quizás, su arma más eficaz.

Juan L. Marcotullio

marcotulliojuan@gmail.com

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