Liceo RC: la casa que nació del espíritu estudiantil y hoy sostiene el Seven Joaquín Quintana
Fundado por ex cadetes y renacido en San Pablo, Liceo RC combina historia, formación y trabajo comunitario. Con un crecimiento sostenido y un fuerte compromiso social, se convirtió en la sede natural del tradicional Seven Joaquín Quintana.
LA GACETA / BENJAMÍN PAPATERRA
En San Pablo, en el límite natural entre la ciudad y los cerros, se levanta uno de los clubes más jóvenes, persistentes y simbólicos del rugby tucumano. Liceo RC, anfitrión del tradicional Seven Joaquín Quintana, no es solo un punto geográfico en la intersección de la avenida Solano Vera y la ruta 338: es la consecuencia de más de tres décadas de sueños, mudanzas, esfuerzos y reconstrucciones. Su historia nace lejos de este predio de siete hectáreas y cuatro canchas; su origen está en los patios del Liceo Militar General Gregorio Aráoz de Lamadrid, donde un grupo de alumnos decidió que el rugby podía ser también una forma de identidad comunitaria.
A mediados de los años 80, cuando el Liceo Militar todavía funcionaba como internado, los cadetes convivían con un sentido de hermandad que el deporte potenciaba. De esa dinámica surgió el Círculo de Ex Cadetes (C.E.C.), una agrupación deportiva formada íntegramente por estudiantes y egresados del colegio. Fue una iniciativa casi adolescente, pero con una estructura sorprendente para su época: comisión directiva, entrenamientos, giras y participación regular en competencias locales. Esos jóvenes -algunos de apenas 18 o 19 años- cargaban en sus espaldas la responsabilidad de representar a una institución, gestionar recursos, conseguir canchas y sostener un proyecto que no tenía más respaldo que su propio entusiasmo.
“Éramos muy jóvenes, algunos con 18 o 19 años, pero gestionábamos todo”, recuerda hoy César Miranda, tesorero del club y expresidente. “El rugby nos enseñó a unirnos, a trabajar juntos, y eso se trasladaba a la vida del internado. Éramos 15 hermanos en la cancha”, indicó.
En 1993, esa primera etapa alcanzó su cima: el equipo ascendió a Primera tras ganarle la final a Huirapuca. El Círculo de Excadetes había logrado, con su espíritu estudiantil, lo que muchos clubes tardan décadas en conseguir.
LA GACETA / BENJAMÍN PAPATERRA
Pero la vida adulta, el trabajo y la falta de un hogar propio golpearon fuerte. Entre 1994 y 2010, el grupo vagó entre canchas prestadas –la última fue en Campo Norte en Tucumán Rugby- mientras sus integrantes se volvían profesionales, formaban familias o se radicaban en otras ciudades. El proyecto nunca se disolvió: quedó latente, esperando una oportunidad que llegaría recién en la década siguiente. En 2010, el grupo recuperó su vínculo con el Liceo Militar y volvió a jugar allí durante algunos años, otra vez bajo la sigla C.E.C. Sin embargo, por razones administrativas, esa etapa también tuvo un final. La historia parecía repetirse: jugadores que querían sostener un club, pero sin un lugar estable.
El giro decisivo llegó en 2015. Gracias al respaldo institucional de la Universidad de San Pablo-T, Liceo encontró por fin un hogar definitivo. El comodato inicial, firmado por 10 años, permitió instalarse en San Pablo y comenzar un proyecto desde cero, aunque con la experiencia acumulada de tres décadas. Con el tiempo, el vínculo se fortaleció y el acuerdo se amplió por 15 años más, garantizando estabilidad y proyección. Ese fue el nacimiento formal de Liceo Rugby Club, ya con nombre propio, estructura orgánica y un horizonte claro: convertirse en una institución de referencia para la comunidad del oeste tucumano.
“Este club se remonta treinta años atrás. Fue fundado por liceístas, y recién en 2016 conseguimos este hermoso espacio para desarrollarnos”, explica Roberto Gómez, presidente de Liceo RC. “Acá empezó lo que hoy es Liceo, con infantiles desde los cinco años hasta el plantel superior”, señaló.
Pocas organizaciones del rugby desarrollo lograron en tan poco tiempo una infraestructura tan sólida. En menos de una década, Liceo RC construyó un complejo que incluye un predio de siete hectáreas, cuatro canchas -dos de ellas iluminadas-, vestuarios con duchas de agua caliente, un quincho vidriado, una cantina en funcionamiento, una boutique propia y amplios espacios de entrenamiento. El crecimiento material, sin embargo, vino acompañado de un trabajo minucioso en la construcción de su capital humano. Para la dirigencia, la mayor riqueza del club no está en sus canchas, sino en las personas: entrenadores, preparadores físicos, managers, padres, voluntarios y jugadores que se integran desde edades muy tempranas. Hoy Liceo cuenta con unos 150 socios, distribuidos entre infantiles, juveniles, plantel superior y rugby femenino, un número significativo para una institución con menos de diez años en su etapa moderna.
Una de las particularidades del club es su enfoque pedagógico. A diferencia de las instituciones tradicionales del rugby tucumano, cuyos jugadores suelen provenir de familias con historia en el deporte, Liceo incorpora a muchas familias que llegan al rugby por primera vez. Para la mayoría, la “ovalada” no es un legado, sino un descubrimiento. Por eso, el club prioriza la formación humana por encima de los resultados.
“Los clubes grandes tienen generaciones formadas desde los cinco años. En nuestro caso, muchas familias conocen el rugby por primera vez acá. Por eso hacemos un enorme trabajo en la base”, explicó Gómez.
La idea es que los chicos se desarrollen en un ambiente donde puedan incorporar valores, destrezas básicas y hábitos deportivos antes de pensar en la competencia de alto nivel. El objetivo es claro: que, a largo plazo, Liceo pueda formar jugadores capaces de competir de igual a igual con las instituciones históricas, pero primero asentados en una identidad ética y comunitaria.
La estructura deportiva está compuesta por un director deportivo, entrenadores especializados en cada bloque, preparadores físicos y un equipo de trabajo estable que acompaña transversalmente a todas las categorías. El crecimiento, insisten dentro del club, debe ser integral. Liceo RC tampoco se limita a su actividad deportiva: en poco tiempo se transformó en un agente activo dentro de la comunidad de San Pablo. Trabaja con escuelas de la zona y recibe actividades escolares. Esa presencia barrial reforzó un concepto que para ellos es clave: la diferencia entre casa y hogar. La casa es el espacio físico; el hogar, en cambio, implica la creación de vínculos. Liceo buscó construirse como hogar desde el primer día.
También posee una fuerte agenda solidaria. En el último tiempo trabajaron junto al Hospital de Niños, apoyaron campañas de donación, colaboraron con familias atravesadas por tratamientos oncológicos e impulsaron actividades de concientización sobre donación de órganos. La intención es clara: que el club sea parte activa de la sociedad que lo rodea, no solo un lugar donde se practica rugby.
Dentro de ese ecosistema, el Seven Joaquín Quintana ocupa un lugar central. Nació en 2016 como un homenaje impulsado por jugadores del plantel superior, acompañado desde el primer día por la familia de Joaquín. El torneo comenzó de manera modesta dentro del ámbito del rugby desarrollo, pero su espíritu solidario y su identidad humana impulsaron un crecimiento que no se detuvo. Nueve ediciones después, es uno de los eventos más esperados del calendario tucumano. Reúne a instituciones del desarrollo, a clubes de primera y a equipos invitados, y funciona como un auténtico punto de encuentro comunitario.
Ser sede del evento también consolidó a Liceo como espacio de referencia. El torneo, más allá de su competencia deportiva, representa el ADN del club: solidaridad, memoria y comunidad.
El sueño institucional para los próximos años es claro: fortalecer cada bloque formativo, ampliar la estructura de entrenadores, incorporar un gimnasio propio y consolidar una pirámide que permita, algún día, tener una primera competitiva formada íntegramente con jugadores surgidos de la casa. Para Liceo RC, ese futuro no se mide solo en títulos. Se construye en los cimientos invisibles: identidad, pertenencia y continuidad. Y en esa forma de pensar se explica, quizá, la esencia misma de un club que nació del impulso estudiantil y que hoy sostiene, con esfuerzo y convicción, uno de los torneos más emblemáticos del rugby tucumano.







