He leído con atención la carta del señor Luis Ovidio Pérez Cleip, quien intenta reducir una tragedia humana a una cuestión de “clientelismo político” y “pensiones truchas”. Es necesario, entonces, aclarar algo elemental: no se puede combatir el abuso castigando al inocente. La impudicia no se purga dejando sin tratamiento a un niño autista ni cerrando las puertas de un centro terapéutico. La emergencia en discapacidad no es un tema contable ni partidario; es una catástrofe moral. Los fondos existen, las leyes están sancionadas, los decretos promulgados. Lo que falta es la voluntad de ver. Borges, el iluminado en la oscuridad, escribió: “Nadie rebaje a lágrima o reproche esta declaración de la maestría de Dios”. Sin embargo, los que ven, se ciegan ante el sufrimiento ajeno. Y esa es la peor forma de ceguera: la del alma. El lector menciona “pensiones falsas”. No lo niego. Pero pregunto: ¿qué culpa tiene el verdadero discapacitado del delito del falso? ¿Acaso cerramos hospitales porque algunos médicos son corruptos? ¿O negamos la educación porque hay docentes negligentes? El argumento es tan cruel como inexacto. Desde mi rol de asesor de la Comisión de Salud de la Legislatura, mi lucha es y seguirá siendo por los verdaderos discapacitados, los que esperan una prótesis, un turno médico, una rampa, una oportunidad. Esa es la política que dignifica. El resto es ruido. La discapacidad no es un privilegio ni un artilugio electoral. Es una realidad que se vive cada día, con dolor, con esfuerzo y, a veces, con fe. Y como bien escribió Borges, “la patria es un acto de fe y no un contrato”. Quienes creemos en esa patria seguimos mirando, aunque muchos prefieran cerrar los ojos.
Jorge Bernabé Lobo Aragón
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