En las ciudades y rutas del país es evidente el crecimiento del parque automotor en los últimos años. Pero parece haberse acelerado, más aún, el aumento de motocicletas. Ante la creciente congestión del tránsito urbano, la moto permite desplazarse con mayor ligereza. No se trata solo de eso: atrae además a quienes buscan sensaciones más “vivas”, especialmente al viajar. La moto simboliza la libertad. Implica riesgo, velocidad y reflejos. Muchos motociclistas aseguran que, arriba de ella, se sienten más conscientes, más presentes. Un cuerpo, una máquina y la ruta. Es casi una extensión del propio cuerpo: una forma directa y despojada de moverse, sin barreras, sintiendo el aire, el movimiento y el control inmediato sobre el vehículo. En algunos casos, puede volverse una experiencia casi meditativa: viajar solo, pensar, mientras suenan el motor y el viento. Con el tiempo, suele ocurrir que la comodidad termina venciendo a la libertad. Alguien que antes disfrutaba andar en moto, de pronto ya no tanto, porque se ha acostumbrado al confort: al aire acondicionado, al parabrisas, a la protección y al envoltorio seguro que representa un automóvil. Paradójicamente, cada vez se ven más grupos de motociclistas ya no tan jóvenes -o directamente ya no jóvenes- que vuelven a valorar esas particularidades propias de andar en moto. También la posibilidad que ofrece de desestructurarse un poco. Metafóricamente, ponerse en “modo moto”, incluso sin tener una, podría ser una forma de recuperar la libertad. A veces, el apego al confort es precisamente lo que la limita.
Jorge Ballario
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