En estos días, las puertas cerradas de los centros de atención a personas con discapacidad se han convertido en símbolo de un país que mira sin ver. LA GACETA en su sección política lo ha reflejado con la crudeza de la verdad: instituciones que suspenden actividades, profesionales que no cobran, familias que desesperan y un Estado nacional que no ejecuta los fondos ya asignados. No se trata - como algunos pretenden reducirlo- de un conflicto administrativo. Es una emergencia humana. La llamada Ley de Emergencia en Discapacidad, sancionada para aliviar el dolor de los más vulnerables, hoy yace inmóvil en los escritorios del poder de la nación. Mientras tanto, miles de niños, jóvenes y adultos esperan una prestación que nunca llega. Como asesor de la Comisión de Salud de la Legislatura, por iniciativa del Vicegobernador Miguel Acevedo y del presidente de la Comisión de Salud, Dr. Gabriel Yedlin se acompañó desde el inicio este reclamo. Se presentó en la cámara de Diputados la moción contra el veto, se exigió la reglamentación inmediata y se advirtió que no hay presupuesto que justifique el olvido. La discapacidad no puede esperar a la buena voluntad de un decreto: cada demora es una herida moral. Borges, el iluminado en la sombra, escribió: “Nadie rebaje a lágrima o reproche esta declaración de la maestría de Dios, que con magnífica ironía me dio a la vez los libros y la noche”. Esa ironía persiste: los que pueden ver, no miran; los que pueden actuar, se paralizan. Los verdaderos iluminados son quienes avanzan con muletas, bastones o sillas, sin perder la fe. Hoy no alcanza con discursos. Urge que la Agencia Nacional de Discapacidad (Andis) ejecuten los fondos disponibles y reactiven el Consejo Asesor. Los prestadores no pueden seguir siendo mártires de la burocracia. Y las familias - como bien dice Jorge Soler, de Hatun Wasi - deben involucrarse, porque el futuro de sus hijos depende de esa conciencia colectiva. La verdadera emergencia no es económica: es la del alma. Cuando un gobierno calla ante el dolor, cuando un pueblo se acostumbra al abandono, deja de ser Nación. Y como decía Borges, “la patria es un acto de fe y no un contrato”. Tengamos la fe suficiente para mirar a los que sufren y actuar con la urgencia que su dignidad reclama.
Jorge Bernabé Lobo Aragón
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