Una oportunidad para fortalecer la democracia

26 Octubre 2025

Los argentinos volvemos a las urnas. Será una elección legislativa, “de medio término”, pero cuyo significado político y ciudadano va mucho más allá del calendario. Cada votación es, en realidad, un acto fundacional de la convivencia democrática: una renovación simbólica del pacto que nos une como sociedad. En un contexto donde la desconfianza parece haberse instalado en todos los órdenes de la vida pública, el voto vuelve a ser la herramienta más poderosa para transformar, ratificar o cuestionar el rumbo de un país.

No hay democracia sin participación. Las instituciones, las leyes, los partidos y los dirigentes son pilares importantes, pero nada de eso tiene sentido si el ciudadano se ausenta del proceso. Como escribió Winston Churchill, “la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado”. Con sus imperfecciones y desencantos, sigue siendo el único espacio donde el poder se distribuye, donde cada persona cuenta exactamente lo mismo frente a la urna. El voto encierra un poder que ninguna red social ni manifestación individual puede igualar.

Votar es, en esencia, ejercer la libertad. Pero también es asumir una responsabilidad colectiva. La historia argentina enseña que el voto no siempre fue un derecho garantizado; fue una conquista. Desde la Ley Sáenz Peña en 1912 hasta el retorno de la democracia en 1983, cada paso en esa dirección costó luchas, silencios impuestos y vidas. Por eso, cada elección es también un homenaje a quienes creyeron que la voz del pueblo debía ser escuchada sin miedo ni condicionamientos.

Muchos suelen restarles importancia a las elecciones legislativas, considerándolas un trámite o una oportunidad menor. Pero se equivocan. Son precisamente estos comicios los que equilibran el poder, los que permiten al Congreso representar la pluralidad y ejercer su función de control. Votar no es solo respaldar o expresar desacuerdo contra un gobierno, sino fortalecer las instituciones que lo sostienen y lo limitan. La democracia se alimenta tanto de los consensos como de las diferencias. “El voto es la voz de los que no tienen voz”, decía Nelson Mandela, recordándonos que cada sufragio cuenta.

Las democracias sólidas no se construyen sólo con gobiernos que administran bien, sino con ciudadanos que participan activamente. Quedarse en casa, resignarse al escepticismo o votar en blanco como gesto de desinterés no son formas de protesta, sino de renuncia. La abstención no cambia las cosas: las consolida. Participar, en cambio, es una forma de exigir, de marcar un rumbo, de poner límites o de respaldar políticas que se consideran valiosas.

El voto, además, tiene una dimensión ética. Nos obliga a pensar más allá de lo inmediato, a considerar el país que queremos dejar a los que vienen. No se trata sólo de premiar o castigar gestiones, sino de reafirmar la vigencia de un sistema que permite la alternancia, el debate y la libertad. Cada elección es una página más en la historia democrática argentina, y cada ciudadano escribe una línea con su decisión.

Argentina parece inmersa en una eterna división. Parece imposible encontrar puntos de consenso. Pero hay signos de esperanza. En los dos últimos debates que se realizaron en Panorama Tucumano, el programa de LA GACETA, los candidatos discutieron, disintieron y se enfrentaron. Pero lo hicieron con respeto. Primó la educación. Es un ladrillo en una pared que debemos construir entre todos,

Ningún sistema político puede mejorar si quienes lo sostienen se retiran del juego. Como decía José Ortega y Gasset, “la salud de la democracia depende de un mínimo de virtud cívica de sus ciudadanos”. Ese compromiso empieza, y se renueva, en el cuarto oscuro. El voto no resuelve todo, pero sin voto no se resuelve nada. Es la base sobre la que se apoyan todas las demás transformaciones.

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