La patologización de las infancias

En el Asilo de Alienados de Oliva, fundado en 1914, fueron internados niños y adolescentes de todo el país (entre ellos, 30 tucumanos) afectados con distintas problemáticas subjetivas. Allí se realizó, en agosto pasado, el Simposio “Los procesos de medicalización, patologización y psiquiatrización de las infancias en Argentina: ayer y hoy”. Con las resonancias de ese evento entrevistamos al tucumano Eduardo López Molina, profesor de la UNC y coautor, junto a Raúl Teyssedou, de Historias Clínicas: Infancias.

La patologización de las infancias
26 Octubre 2025

Por Gabriela Duguech para LA GACETA

¿Cómo empezaron esta investigación sobre las infancias?

-Hace 10 años, el doctor Teyssedou comenzó a investigar las historias clínicas obrantes en el archivo de la colonia para luego publicar cinco tomos en los que recuperaba tanto sus historias de vida como los datos duros respecto a su origen, nacionalidad, profesión, edad, etc. Allí descubrió 3 cosas: 1) que más del 50 % eran inmigrantes (de 59 países), siendo la mayoría, italianos; 2) que hubo niños internados desde los cuatro años; 3) que fueron internados hasta 1945, 709 tucumanos. A partir 1938 comienza a disminuir esa derivación en virtud de la fundación del Hospital de Alienados en Tucumán.

-Me contaste que en diálogo con personas del pueblo no estaban enterados.

-Forma parte del “secreto público”. Consultamos médicos, enfermeros, funcionarios, y todos manifestaron su desconocimiento al respecto. Pero hay otro desconocimiento mayúsculo en la historia argentina: el Estado implementó desde fines del siglo XIX y primeras décadas del XX, una política contra la “minoridad peligrosa” y los niños desobedientes de la autoridad paterna, huérfanos, abandonados, deambuladores, canillitas y los que jugaban con volantines eran llevados al Depósito de Menores de la Policía Federal, orfanatos, Casa de Expósitos, comisarías y a barcos de la Armada. Hechos ocultos de nuestra historia. Invito a revisar también el relato acerca de que este país recibió con los brazos abiertos a los inmigrantes. Basta leer lo que de ellos decían Ramos Mejía, O. Bunge, Cambaceres, Morra y tantos otros.

-¿Desde qué edad se recibían niños? ¿Cuáles eran los diagnósticos prevalentes y qué posibilidades tenían de volver con sus familias?

-Entre 1914 y 1939 fueron ingresados 335 niños de cuatro a 15 años. Crueldad que se iniciaba con la expulsión del hogar, seguía con la intervención del médico policial y el traslado en móviles de las policías provinciales hasta Oliva, no siempre acompañados por algún pariente. En varios casos iban esposados. Este año investigo la internación de adolescentes de 16 a 20 años. Los diagnósticos prevalentes eran Idiocia, Imbecilidad, Debilidad mental, Degeneración, Pobreza de espíritu, Epilepsia. En cuanto al alta, no siempre los médicos detallaban si el paciente había sido retirado por la familia o si había fallecido allí al poco tiempo o después de muchos años de internación. En algunos casos fueron retirados por la familia y luego reingresados.

-¿Qué impacto te produjo a vos como psicólogo?

-Ya cuando me tocó trabajar el tratamiento que se les dio a los inmigrantes sentí un impacto emocional tremendo, que se potenció cuando accedí a las historias clínicas y fotos de esos pequeños trasladados por policías. No alcanzó la imaginación para tratar de ficcionar sobre lo que habría sido la salida de su hogar, el viaje, la llegada al hospicio o la entrevista con un señor con habitus de clase tan distintos. Una experiencia exótica in extremis. Pero el impacto también sirvió de impulso para la decisión de dar a conocer estas historias, y así develar secretos familiares celosamente guardados por años y generaciones.

-Por los modos en que esos niños eran llevados, alojados y tratados, ¿te parece que consideraban su condición de sujeto como hoy lo vemos desde el derecho y el psicoanálisis?

-No, indudablemente. Lo peor fue descubrir que esto no fue un procedimiento aislado. Formaba parte de una política de Estado. Para los chicos de sectores medios y altos, estaba la escuela, para los llamados “menores” las instituciones correccionales.

-¿Cómo encaran la investigación en lo cotidiano? ¿Dónde se instalan, cómo manejan las historias clínicas y cómo eso se transforma en un libro al que podemos acceder hoy?

-Vamos una vez por mes, nos brindan alojamiento y comida en el mismo hospital y trabajamos dos o tres días cada vez.

-¿Cuál es el interés para los lectores de hoy de leer Historias clínicas? ¿Te parece que les aporta para poder abordar los problemas de sufrimiento psíquico de los niños de una manera más humana y considerando realmente la singularidad de cada niño?

-No nos guía una curiosidad morbosa ni un interés de ganar terreno en la academia, sino dar cuenta de que la historia de lo que fue, es también la historia de lo que hoy es. Dos pruebas: la resolución que sacó el Andis en enero de este año donde se vuelve a hablar de Idiocia, Debilidad mental e Imbecilidad y los procesos de medicalización de la infancia promovidos por los laboratorios y los DSM. Hoy el encierro es subjetivo. Ya no es necesario construir estos “Versalles de la locura”.

-¿Qué historias te impactaron más?

-Es difícil seleccionar porque son muchas, pero recuerdo dos en particular: una niña inglesa traída del colegio inglés de La Cumbre. Es uno de los escasos casos de pacientes provenientes de sectores de altos recursos. Su diagnóstico era de Epilepsia y el médico agregaba un segundo dato: frente olímpica. En consecuencia, fue lobotomizada. Otro es el caso de una niña de 14 años que comía muy poco porque quería ser como las chicas de las revistas. La carta que escribe a sus padres es conmovedora.

© LA GACETA

PERFIL

Eduardo López Molina nació en Tucumán. Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de Córdoba, es profesor titular de Psicología Educacional y de Teorías Psicológicas del Sujeto en la misma universidad. Trabajó en el Ministerio de Educación de la provincia de Córdoba.

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