Hoy parece que hay mucha gente cuya brújula vital es pasarla bien y disfrutar. Pero, ¿no será una opción demasiado frívola y vacía? Casi todas las vivencias humanas existen por contraste con su opuesto. Si alguien estuviera siempre sintiendo placer, llegaría un momento en que dejaría de percibirlo así. Además, muchos, en su afán por no interrumpir el goce, comprometen su bienestar futuro. Es decir, pagan el placer presente con sufrimientos venideros. ¿No es una paradoja? ¿Lo habrán pensado los disfrutadores seriales? Sería saludable que el disfrute surja genuinamente de cada uno y no de la obediencia al mandato cultural de “disfrutar a toda costa”. Ese imperativo no produce placeres auténticos y puede derivar en conductas obsesivas, alejadas de un goce verdadero y profundo. Es esencial distinguir entre el placer instantáneo y el valor a largo plazo, pues el exceso del primero puede obstaculizar la conquista del segundo, sembrando las semillas del arrepentimiento futuro. Por ejemplo, si nos damos todos los gustos de forma inmediata, podríamos descuidar la capacidad de ahorro o la administración de otros recursos valiosos, como el tiempo y la energía motivacional necesarios para proyectos significativos. Así, los gustos inmediatos que me conceda no alcanzarían a compensar la falta de sentido en mi vida y harían que, con el tiempo, muchas cosas que me ocurran no sean de mi agrado. Para mí esto sería un problema, pero para el mercado omnipresente no: solo tendría que ajustar su oferta y brindarme lo que en ese momento requiera, por ejemplo, fármacos antidepresivos.
Jorge Ballario
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