Desgarradoras imágenes nos muestran a los ciudadanos palestinos volviendo a sus ruinosas casas. Familias enteras regresan con esperanza, en búsqueda de lo poco o nada que les queda, asumiendo el dolor de la pérdida de seres queridos, de su frágil dignidad y de sus escasos bienes materiales. Una vez más la historia se repite. Gobernantes y dirigentes de rasgos psicopáticos, se pelean pegándose patadas en el traste ajeno. Destruyen y matan a mansalva, enarbolando falaces banderas nacionalistas, ideológicas o cualquier otra que les haya permitido hacerse del poder, mientras que los Gandhis, Mandelas y Wojtylas se retuercen en sus tumbas pensando que habrán omitido hacer o decir. ¿Qué tiene de distinta esta escena actual de las que nos rememoran, por ejemplo, las masacres del Congo Belga, de Nanjing en China o de las “chungas movidas” de croatas y serbios, al decir de Joaquinillo? Pues nada; es más de lo mismo; la eterna lucha entre el Eros y el Thánatos, entre las pulsiones de vida y muerte, entre la tolerancia y el deseo de someter a nuestro rival de turno. ¿Podremos los humanos, dejar alguna vez de lado nuestras miserias y obrar como el ganador de “El Juego del Calamar”? ¿Será una historia de nunca acabar? Aires contemporáneos y no tanto hacen pensar que nuestras sociedades han evolucionado, aceptando las diferencias religiosas, étnicas o sexuales, pero capaz que sólo se trata de una “mise en scène”, para acomodar lo discursivo y “empatizar con los tiempos que corren”. Siempre queda el final abierto, y la esperanza intacta de que ello ocurra, de que finalmente evolucionemos y hagamos carne el verbo amar, pudiendo convivir con nuestras diferencias, con respeto y empatía.
Marcelo Rogel
marcelorogel@hotmail.com







