Cartas de lectores: Infancias trans: escuchar también es humanizar

13 Octubre 2025

Decía el pastor luterano Dietrich Bonhoeffer, ejecutado por el nazismo, que “la estupidez es más peligrosa que la maldad”. La maldad puede enfrentarse; la estupidez, en cambio, se alimenta de sí misma, se cree sabia y se complace en el agravio. Esa lúcida “teoría de la estupidez”, recordada este domingo por Federico Diego van Mameren en LA GACETA, parece escrita para describir ciertos tiempos, ciertos odios y ciertas plumas. Entre ellas, la del señor Santiago Paz-Brühl, quien, en la carta del 12/10, ha pretendido asociar mi nombre y mi pensamiento con Luzbel, el demonio, y con lo que llama “aberraciones contra natura”. No se trata ya de una discrepancia de ideas: es una infamia personal y moral, una ofensa a la verdad, a la fe y a toda una vida dedicada a servir con decencia a Tucumán y a la Justicia. No acepto que nadie me coloque en el infierno de su fanatismo. He sido juez, fiscal, legislador y ahora asesor de la Comisión de Salud de la Honorable Legislatura de Tucumán. He combatido mafias reales, dictado sentencias bajo custodia y defendido durante décadas a los más vulnerables: los niños, las mujeres, los discapacitados, los excluidos. Mi compromiso con la infancia trans no es ideológico ni religioso: es humano. Escuchar no es legislar, ni adoctrinar, ni corromper. Escuchar es reconocer al otro como persona, como hijo de Dios. Mi carta “Infancias Trans: Escuchar también es humanizar” no fue un panfleto, sino un llamado al respeto y a la empatía. La tergiversación deliberada del señor Paz-Brühl - que me presenta como propagador de tinieblas- constituye no solo una injuria personal, sino un atentado contra el espíritu del diálogo. Por ello, y en ejercicio de mi derecho constitucional, me reservo iniciar acciones penales por injurias, pues el límite de la libertad de expresión es la calumnia. A diferencia del insulto, la reflexión del doctor Osvaldo Llapur (“Sexualidad infantil y construcción de la identidad”, 12/10) aporta sensatez: señala que la sexualidad y la identidad infantil son procesos que requieren contención, palabra y escucha. En eso coincidimos plenamente. Tucumán necesita más voces como la suya y menos pregoneros del odio. Reitero lo que siempre he sostenido: defender la escucha no es negar la ciencia ni la moral; es humanizar el diálogo. He vivido de la justicia y para la justicia, guiado por la fe en un Dios que no juzga por apariencia ni condena por miedo. Los fanáticos que cierran sus oídos al otro olvidan que la intolerancia también es una forma de idolatría. Quien cree hablar por Dios mientras injuria al prójimo, habla solo con el eco de su soberbia. No busco polémicas. Busco restaurar la decencia del debate público, hoy invadido por lo que Bonhoeffer llamó “la fuerza invencible de la estupidez”. Esa que impide pensar y convierte la mentira en bandera. Tucumán  - tierra de independencia y de ternura - no merece ser rehén de los necios. Como decía Teresa de Calcuta, “si juzgas a la gente, no tienes tiempo para amarla”. Y agregaba Borges: “Nadie es la patria, pero todos lo somos.” Yo agrego: nadie es la verdad, pero todos tenemos el deber de buscarla con respeto. No escribo por mí. Escribo por todos los que alguna vez fueron callados por la injuria. Porque aún creo  -con la fe de quien ha perdido una pierna y nunca dejó de andar- que la palabra justa y el amor al prójimo siguen siendo las únicas luces que disipan la oscuridad.

Jorge Bernabé Lobo Aragón 

jorgeloboaragon@gmail.com

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios