Vivir y/o morir en Argentina

Reflexiones en torno al caso del triple crimen de Florencio Varela.

FLORENCIO VARELA. Brenda del Castillo (20 años), Morena Verri (20) y Lara Morena Gutiérrez (15) fueron asesinadas y enterradas en una casa. FLORENCIO VARELA. Brenda del Castillo (20 años), Morena Verri (20) y Lara Morena Gutiérrez (15) fueron asesinadas y enterradas en una casa.
12 Octubre 2025

Por Fabián Gautero

Para LA GACETA - TUCUMÁN

En una Argentina golpeada por los vaivenes económicos y los infaltables escándalos de la corrupción, lo único que se esperaba con ansias era la primavera. Volver a disfrutar del reverdecer de los campos y el color intenso de las flores parecía ser el bálsamo inmediato que aliviaría nuestra marcha mediante los fascinantes artificios de la estética. Pero este año, el preludio primaveral marcó fuertes contrastes entre la vida y la muerte. Brotó con fuerza la amenaza “del narco”, un fantasma con el que, lamentablemente, convivimos hace más de dos décadas.

En clave psicoanalítica

Corría el año 1955 cuando el psiquíatra y psicoanalista Jacques Lacan introducía en el campo del saber dos conceptos claves para entender la organización de los individuos en la sociedad: El “gran otro” y el “pequeño otro”.

Dejando de lado las cuestiones técnicas, el primero refiere al mundo de lo simbólico. Una figura o entidad que representa la autoridad, las normas y los valores sociales que nos orientan y contienen desde antes que nacemos. Es como una “guía” que nos dice qué es correcto e incorrecto y nos ayuda a dar sentido a nuestras experiencias.

El “pequeño otro” se refiere a las personas cercanas a nosotros (como amigos, familiares o colegas) y su influencia en nuestra vida. Son aquellos a los que miramos y con los que nos comparamos, pero no tienen la misma autoridad que el “gran otro”.

En la argentina actual, el “pequeño otro” se vistió con ropajes consonantes y se hace llamar “pequeño J”.

Si prestamos atención al modo en que transcurrió la existencia del “pequeño narco peruano” -presunto autor intelectual del crimen-, tendremos un ejemplo claro de la importancia que tienen los vínculos familiares en la estructuración del psiquismo. Sigmund Freud refirió dos constantes claves que deben estar en la base de nuestras existencias. Primeras prohibiciones que nos brindan un formato adecuado para la vida en sociedad, a saber, la prohibición del incesto y del parricidio. Son representantes de la autoridad paterna. Reglas de juego básicas para entrar al campo social. No cumplirlas, pone patas arriba el ordenamiento familiar y la posterior salida del individuo a la sociedad.

Estos convenientes límites sirven para dejar afuera de la vida a la infame muerte. Inscriben en lo más recóndito de nuestro sistema consciente/Inconsciente que el asesinato es cosa detestable para la vida. Resulta obvio, dicho así, que para que este orden resulte sostenible, los encargados de instaurarlo deben dar el ejemplo. Es decir, cumplirlo en aras de la buena educación. Así como en la naturaleza los animales enseñan los rudimentos de la caza a sus crías, en el mundo de la cultura las familias están obligadas a refrenar los impulsos primitivos que nos gobiernan.

Se sabe que, de malos padres, pueden resultar buenos hijos, en tanto estos se mantengan alejados de su influjo. No fue el caso de “pequeño J”, quién vivió a la luz y sombra de una familia inserta en el mundo del crimen y, cuyo padre, terminó abatido por algún ajuste de cuentas dentro de esas márgenes.

“Ni un caso más”

Desde el psicoanálisis lacaniano comprendemos que la falta es una condición inherente al ser humano. Una carencia que nos empuja a búsquedas constantes motorizadas por un deseo que no debe ausentarse. Sabemos, además, que nunca estaremos totalmente satisfechos. Todo lo que seamos capaces de obtener se traduce en un juego acumulativo que poco sentido tiene si lo jugamos en soledad. Necesitamos de compañías, pues somos seres sociales.

En este momento, me atrevo, no sin algunas dudas, a proponer otro principio que nos tenga a todos del mismo lado, algo que nos permita volver a las bases de nuestra civilización y a las del psiquismo bien organizado. El principio es simple y no lo estoy inventando. Debemos ser intolerantes con el asesinato: ¡Ni un caso más!

Si el tiempo y el espacio son relativos, si todo en el mundo y el universo acaso lo sean, lo único absolutamente estable puede ser la defensa de la vida humana. Pues este principio al nacer de una de nuestras facultades superiores que es la voluntad, puede suceder en el gobierno a la entronada razón. Ésta última, ya demostró de lo que es capaz en sus aspectos instrumentales y no resulta conveniente seguir prestándole apoyos incondicionales.

© LA GACETA

Fabián Gautero - Psicólogo, filósofo, escritor.

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