“Braden o Perón” y “Liberación o Dependencia” fueron consignas clásicas que hoy vuelven otra vez a escucharse a partir del enlace ideológico Donald Trump y Javier Milei. El caso de los Estados Unidos como proveedor de ayuda hacia la Argentina tendrá seguramente en el kirchnerismo y en la izquierda un fuerte elemento de propaganda electoral y se hablará de “cipayos” o de “entreguismo”, por supuesto. Y desde ya, que la discusión por los pliegues hará gastar mucha saliva, como sucedía con aquellos latiguillos de 80 y 50 años atrás, sin mayores resultados probablemente.
Para Trump, quien le ha puesto en estos días toda su energía personal al casi final de la contienda entre Israel y Hamas, mientras se quedó sin el Nobel de la Paz por las “siete guerras” que dice haber conjurado, el caso de su discípulo latinoamericano, debe ser seguramente una propina apenas. Tanto, que delegó en el secretario del Tesoro, Scott Bessent la tarea de monitorear a la Argentina y de calcular con la mayor exactitud posible cuándo debía aparecer en escena el Séptimo de Caballería para darle una mano al presidente argentino.
Estaba muy claro que como venía la velocidad de deterioro, la Argentina ya no iba a llegar al 26 de octubre con la cabeza fuera del agua –que fue la primera idea de EEUU para monitorear el resultado eleccionario y sobre todo las alianzas en marcha (Mauricio Macri y algunos gobernadores) y las que se puedan instrumentar a futuro- y así el jueves pasado, cuando el país ya se había gastado casi todo lo que había recogido con aquella insólita y por demás cara liquidación de exportaciones de granos sin impuestos, el secretario notificó que, a través de terceros, eran ellos quienes habían salido a “comprar pesos” para fortalecerlo.
La injerencia del Tesoro de los Estados Unidos fue casi un manotón de ahogado pedido desde acá (aunque aceptado probablemente para hacerse de la manija) para que el dólar no supere el techo de la banda y para evitarle al BCRA perder más Reservas, algo que los cantos de tribuna ejemplifican con un “cueste lo que cueste”, mucho más aún por lo rara que sonó la frase del secretario a los oídos argentinos, quienes suelen mirar la película desde la suba del dólar. En verdad, lo que ocurre también es que el peso se deteriora.
En su primer posteo de fines de setiembre, Bessent dijo varias cosas más que de a poco se fueron diluyendo y como prueba está el devenir de los mercados que se recuperaron algo y volvieron a deslizarse. Por ejemplo, dos veces marcó que el menú (swap por U$S 20 mil millones, compra de deuda primaria o secundaria y/o asistencia a través del Fondo de Estabilización Cambiaria, etc.) iba a tener efecto recién “inmediatamente después de las elecciones”. Específicamente, planteó la fecha por segunda vez cuando dijo que había estado “en contacto con numerosas empresas estadounidenses que planean realizar importantes inversiones extranjeras directas en Argentina en múltiples sectores en caso de un resultado electoral positivo”.
Es notable, pero el caso argentino dentro de los EEUU también ha generado gran resistencia desde el otro lado del espectro, ya que los demócratas creen que se usa el dinero de los contribuyentes para salvar al amigo argentino y de paso, para darle una mano al conglomerado de empresas que están cerca del poder. La gran crítica es que “mientras el gobierno está cerrado” (y no se pagan sueldos, por ejemplo) se dilapidan fondos que bien podrían ir a darle alivio a los agricultores estadounidenses. Hay un proyecto de ley para frenarlo todo, pero nadie cree que eso prospere.
Para mostrar como la dinámica de los acontecimientos pueden trastocar los planes de cualquiera, junto a la compra de pesos el mismo jueves se puso sobre la mesa una eventual mega inversión de U$S 25 mil millones de Open AI en “la Patagonia”, algo que por lo gaseoso del anuncio (sin detalles y con una cifra más que importante que parece por ahora destinada solamente a los titulares) debería tomarse con pinzas, al menos preventivamente. Los mercados, igualmente le dieron la derecha a ambas cosas y se verá si eso persiste. Lo más significativo de todo, más allá de la retracción del dólar a niveles algo más lejanos del techo de la banda cambiaria, fue que el riesgo-país volvió a los niveles previos a la elección bonaerense (aproximadamente, 930 puntos básicos).
A partir de estas acciones, se abre para el análisis un proceso que también tendrá mucha incidencia electoral, tanto como otros peldaños de la ardua escalera que transita el Gobierno, producto de sus errores políticos de dos años casi, a la hora de buscar la hegemonía y de espantar a potenciales aliados tratando de “teñir el país de violeta”, de maniobras financieras poco claras, de agrande opositor en el Congreso estimulado por su negligencia y de varios episodios de supuesta corrupción que lo han metido entre la espada y la pared. Cuando se habla de “riesgo-kuka”, siempre habría que considerar si el potencial regreso del kirchnerismo o el de mantener mayorías en las Cámaras tiene que ver con las siete vidas que se les atribuye o con todos los errores del oficialismo que, en conjunto, le han permitido al adversario renacer una vez más: el famoso túnel sin final o bien, el perro que se muerde la cola.
En verdad, poco y nada ha cambiado en este “corsi e ricorsi” con que la historia obsequia a los argentinos desde siempre. La descripción del humanista napolitano Giambatista Vicco representa el vaivén de las olas sobre la arena aplicado a la historia que, en el caso de la Argentina se cumple a rajatabla. Nunca hay fin de ciclo porque la locomotora apenas tira dentro de un túnel donde no aparece nunca la luz del otro lado. Así, el “ir y volver” nunca se termina de concretar del todo y la marcha se ralentiza siempre porque cada nuevo avance carga con la inercia de su propia historia.
El caso actual con los Estados Unidos, como en tantos de la historia económica de la Argentina, permite reflexionar también sobre la ética del poder, es decir el dilema que se presenta entre necesidad y soberanía o sea, entre pragmatismo y principios. Cuando un país acude a financiamiento externo no sólo negocia dinero, sino también márgenes de maniobra política y así las condicionalidades (reformas estructurales, ajustes fiscales, privatizaciones, etc.) suelen ser presentadas como recetas técnicas, pero en el fondo son decisiones profundamente políticas que afectan el tejido social.
Lo cierto es que el acreedor impone condiciones porque tiene el poder de decidir si otorga el préstamo y bajo qué términos y el deudor acepta porque necesita evitar un colapso económico, aunque eso implique ceder parte de su autonomía. La ambigüedad aparece cuando los actores políticos critican esas condiciones desde la oposición con ropaje nacionalista, pero las aceptan o incluso las profundizan cuando gobiernan. Esto sería básicamente lo que hay que mirar también en este caso: ¿es la necesidad la que tiene cara de hereje? o ¿hay dos éticas, la de enfrentar los dilemas reales estando en el oficialismo y las de la comodidad oportunista del discurso del otro lado?
Como en todo, hay límites que, en este caso, son los que marca la sociedad, porque cuando las ambigüedades se convierten en contradicciones flagrantes, el costo político se termina pagando en las urnas. Lo que debería ocurrir en la teoría es que la ciudadanía sepa muy bien qué cosa se está negociando y por qué; que los medios, académicos y actores sociales discutan todas las implicancias sin simplismos ni frases hechas y que los partidos mantengan principios claros (por ejemplo, al kirchnerismo no le costó mucho negociar con China), aunque adapten sus estrategias con cierta lógica opositora. La gran pregunta es si todo esto es posible en medio de una campaña electoral tan cruda como la actual.
Quedan diez ruedas de mercado desde ahora hasta las elecciones y un escenario que muchos están percibiendo es que, más allá de la reunión del martes entre ambos presidentes en el Salón Oval de la Casa Blanca y de lo que se pueda anunciar en materia arancelaria, lo delicado de la situación argentina hace de todos estos anuncios siempre algo provisorio, con posibilidad de reversión si se le saca el respirador al enfermo. “Golondrinas de un solo verano”, suele decir un financista gardeliano.







