"El domingo cueste lo que cueste": el pedido de los hinchas de San Martín al plantel en el banderazo

Durante una práctica abierta, el equipo de Campodónico fue despedido entre aplausos y cánticos antes del viaje a Buenos Aires para el duelo contra Deportivo Morón.

POSTAL. Los jugadores trabajaron en el campo con la popular de Bolívar repleta y un marco de banderas y aliento incesante. POSTAL. Los jugadores trabajaron en el campo con la popular de Bolívar repleta y un marco de banderas y aliento incesante. Foto de Osvaldo Ripoll/LA GACETA.

La Ciudadela vivió una tarde de fervor y reencuentro. En la antesala del viaje a Buenos Aires, donde el equipo afrontará la primera fase del Reducido frente a Deportivo Morón, los hinchas de San Martín transformaron la última práctica del plantel en una demostración masiva de apoyo. Durante más de una hora, el estadio se convirtió en un punto de unión entre la gente y los jugadores, en un gesto que buscó recuperar la conexión que se había debilitado a lo largo del año.

El ingreso fue libre, y las tribunas comenzaron a poblarse mucho antes del inicio del entrenamiento. Familias, grupos de amigos y peñas de distintos barrios fueron llegando hasta llenar la popular de Bolívar, la única habilitada. En las calles cercanas, el ruido de los bombos y trompetas marcaba el ritmo de la previa, en un ambiente que combinaba ansiedad, ilusión y necesidad de comunión. No era un partido, pero el clima fue idéntico al de una gran noche de fútbol.

PASIÓN. Hinchas con banderas, bombos y trompetas coparon las afueras del estadio antes de ingresar para ver la práctica. PASIÓN. Hinchas con banderas, bombos y trompetas coparon las afueras del estadio antes de ingresar para ver la práctica. Foto de Osvaldo Ripoll/LA GACETA.

En el campo, Mariano Campodónico ajustaba los últimos detalles tácticos junto a su cuerpo técnico. Nicolás Castro, Tiago Peñalba, Gustavo Abregú y Leonardo Monroy encabezaban los trabajos con pelota, bajo la atenta mirada del público. Cada acción era celebrada con aplausos, como si se tratara de una final anticipada. “El domingo, cueste lo que cueste, el domingo tenemos que ganar”, se escuchó desde la popular, y el cántico se repitió hasta volverse himno.

Con el paso de las horas, la escena fue ganando en intensidad. Los hinchas encendieron humos rojos y blancos que cubrieron parte del campo y tiñeron el cielo con los colores del club. Los jugadores, sorprendidos por la postal, respondieron con gestos y sonrisas. Desde un costado del campo, el presidente del club Rubén Moisello observaba la práctica junto a otros dirigentes, mientras Juan Cruz Esquivel, Juan Jaime y Juan Orellana realizaban ejercicios diferenciados.

La convocatoria había surgido días atrás por iniciativa de los propios hinchas, que buscaban acompañar al plantel antes de un partido decisivo. Sin embargo, la magnitud del banderazo superó las expectativas. Fue un acto espontáneo, sin banderas políticas ni divisiones internas: solo el deseo de alentar. Durante buena parte del torneo, la relación entre el público y el equipo había atravesado momentos de distancia. Esta vez, en cambio, predominó el apoyo, la cercanía y una energía positiva que pareció contagiar al grupo.

PLANIFICACIÓN. Campodónico y su cuerpo técnico supervisaron la última práctica en Tucumán. PLANIFICACIÓN. Campodónico y su cuerpo técnico supervisaron la última práctica en Tucumán. Foto de Osvaldo Ripoll/LA GACETA.

“Esto no tiene precio”

Entre los cientos de hinchas presentes se repetían historias de esfuerzo y fe. Miguel Ángel Agüero, de 44 años, viajó desde Buenos Aires para vivir la jornada. “Esto no tiene precio. Vine con mi familia para bancar al equipo. Tengo toda la fe del mundo, sé que se puede dar. San Martín es fuerte de visitante y tiene huevo, lo vamos a sacar adelante”, aseguró, visiblemente emocionado.

En otra zona del estadio, Matías Risso Patrón sostenía a su hijo Jaciel, de seis años, envuelto en una bandera rojiblanca. “Vinimos a despedir a los jugadores, hay que ganar sí o sí. Este partido es especial. Mi hijo ya canta en casa, dice que quiere subirse al paravalancha. Esto es una herencia familiar, un sentimiento”, contó, mientras el niño agitaba sus brazos al ritmo de los cánticos.

También estuvieron los históricos Arturo Tula (87) y Juana Azadte de Tula (81), quienes no quisieron perderse el banderazo. “Para mí San Martín es el mejor equipo de Tucumán. Lo sigo desde siempre. Me emociona ver esta gente, los bombos, los colores, todo esto que representa al pueblo”, expresó Arturo, con la voz quebrada.

Al finalizar la práctica, los jugadores se acercaron a la tribuna para agradecer el apoyo. Algunos regalaron camisetas, otros saludaron entre aplausos. El capitán Darío Sand fue uno de los más ovacionados. “Esto te da una motivación enorme. Ojalá podamos darles una alegría a todos y avanzar. Sentir este apoyo nos da la fuerza que necesitamos para ganar”, expresó el arquero.

A su lado, Matías García también destacó el impacto del encuentro. “Fue un año duro, pero este apoyo nos renueva. Este es un club pasional, que es pueblo. Jugar en La Ciudadela con esta gente es hermoso. Vamos todos juntos, con la ilusión de ascender”, afirmó.

AMOR POR EL CLUB. Arturo Tula y Juana Azadte de Tula posan junto a su familia en la previa del banderazo. AMOR POR EL CLUB. Arturo Tula y Juana Azadte de Tula posan junto a su familia en la previa del banderazo. Foto de Osvaldo Ripoll/LA GACETA.

Reencuentro

Con el cierre del entrenamiento, los hinchas permanecieron unos minutos más en la tribuna.

Algunos siguieron cantando, otros se abrazaron o sacaron fotos. No fue una simple despedida: fue un gesto de reconciliación. Durante meses, las críticas y los resultados habían enfriado el vínculo. Pero en esa tarde, las diferencias quedaron a un lado.

El banderazo dejó una imagen que trasciende el resultado del domingo: la de un club que se reencuentra consigo mismo. San Martín viajará a Buenos Aires con el respaldo de su gente, que volvió a demostrar que el sentimiento no entiende de distancias ni de contextos.

En Bolívar y Pellegrini, esa conexión volvió a encenderse. Y para un equipo que se juega todo, no hay impulso más poderoso que ese.

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