La formalización del Parque Universitario Julio Prebisch, por parte de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), merece celebrarse con responsabilidad. No se trata sólo de otro parque en Yerba Buena: 22 hectáreas que antes estaban desiertas o subutilizadas comienzan a proyectarse como espacio estratégico para afrontar desafíos concretos que afectan a Tucumán. Y en un tiempo en que el cambio climático impone urgencias, esta iniciativa puede marcar la diferencia entre seguir sufriendo y empezar a mitigar.
Primero, pensemos en esas tormentas cada vez más intensas y frecuentes. Tucumán -particularmente, el Gran San Miguel de Tucumán y Yerba Buena- sufrió reiteradas inundaciones: calles anegadas, canales desbordados, daños materiales y sociales, interrupciones de servicios. Las lluvias torrenciales ya forman parte de una tendencia ligada al cambio climático. Frente a eso, la ciudad necesita espacios que cumplan doble función: recreación y manejo hídrico. Justamente uno de los grandes logros del Parque Prebisch.
Las obras incluyen lagunas de laminación destinadas a capturar correntadas, a regular el agua de lluvia que baja por canales y a mitigar inundaciones. Que ese espacio contemple infraestructura verde, capacidad de absorción, vegetación y espacios permeables significa prevenir o reducir impactos severos cuando se desaten tormentas fuertes.
Pero los beneficios ambientales van más allá. Un parque así mejora la calidad del aire -los árboles filtran contaminantes, reducen el calor urbano- y promueve la biodiversidad local si se cuida la vegetación nativa. Los espacios verdes proporcionan salud mental, espacios para la familia, para el deporte, para el ocio, para la convivencia ciudadana. Que esté abierto a todos no es menor: democratiza el acceso a la naturaleza y al esparcimiento, algo muchas veces limitado a quienes tienen vehículos o viven en zonas privilegiadas.
Resulta imperioso que las autoridades universitarias, municipales y provinciales vigilen que el parque se mantenga; que lagunas, desagües y canales funcionen; que las etapas de construcción avancen con transparencia y calidad. Un parque no se “inaugura y se olvida”: exige mantenimiento, supervisión permanente y presupuesto asignado.
Y el ciudadano no está exento de responsabilidad. El parque será valioso si todos contribuimos. No arrojar basura. No encender fuegos para evitar incendios, daños a la vegetación. No vandalizar la iluminación, las bancas, los carteles y demás elementos de uso público. Actuar en forma responsables no sólo aumenta la seguridad; ayuda a preservar la inversión, el tiempo y el esfuerzo colectivo.
Un parque de estas dimensiones es mucho más que un espacio de recreo; es un pulmón y una reserva ecológica urbanos, un punto de encuentro, una señal de que las instituciones piensan a largo plazo. Que la UNT haya tomado esta decisión refleja esa voluntad. Que el municipio de Yerba Buena participe es esencial. Pero sin la participación activa de los ciudadanos ese potencial se diluye.
El Parque Prebisch tiene todos los ingredientes para convertirse en emblema de un Tucumán más verde, más amable. Que no sea sólo una buena noticia, sino el punto de partida de una nueva cultura: de responsabilidad ambiental, de cooperación estatal-ciudadana, de planificación urbana con conciencia climática.







