SORPRESA. Durante las excavaciones en una obra en construcción, se encontró enterrada una bomba de 500 kilos de la Segunda Guerra.
Por Máximo Hernán Mena - Para LA GACETA - Colonia (Alemania)
Ha terminado la conferencia del escritor peruano Santiago Roncagliolo en uno de los anfiteatros del edificio principal de la Universidad de Colonia. Al salir a la avenida Albertus Magnus Platz, en este jueves de enero, la fría noche está atravesada por destellos rojos, amarillos y azules. Todo el playón que conecta la Facultad de Romanística y el edificio principal, está lleno de ambulancias, camiones de bomberos, autos de la policía, en lo que parece ser un simulacro de emergencia. Hay mucha gente y movimiento en el comedor de la Universidad que a esta hora suele estar vacío y a oscuras. Un auto de la policía circula por los alrededores mientras repite una grabación en la que advierte que los ciudadanos deben abandonar las calles, dirigirse a sus hogares y alejarse de las ventanas.
Todo adquiere sentido al sintonizar la radio de la ciudad: durante las excavaciones de una obra en construcción, se encontró enterrada una bomba norteamericana de 500 kilos de la Segunda Guerra. La orden de evacuación de un radio de 500 metros y el despliegue de sirenas y altavoces no era un simulacro: semanas atrás, en Euskirchen, a 30 kilómetros de Colonia, murió un operario luego de que la pala de su retroexcavadora hiciera explotar una bomba o una mina aérea.
Sobre la historia de la destrucción
El libro de W.G. Sebald toma su título de una nota que nunca pudo escribir Lord Zuckerman, luego de visitar Colonia al finalizar la guerra. Nada de lo que hubiera podido escribir lograría representar la destrucción y las ruinas que había recorrido entre un desierto de piedra y frente el negro “Dom” (catedral) que alberga reliquias de los reyes magos. Para dar una imagen de la destrucción, a cada habitante de Colonia le correspondieron 31,4 metros cúbicos de escombros, sobre los que se comenzaron a erigir cruces de madera para dar cuenta de ese vasto cementerio de piedra inamovible.
Sólo la Real Fuerza Área (RAF) británica arrojó un millón de toneladas de bombas sobre Alemania. Como nos relata Sebald, durante la Operación Millenium (1942), los bombarderos surcaban los aires de la noche y ligeros regresaban por más bombas: “una vez oí decir a un ex artillero aéreo que veía todavía Colonia en llamas desde su puesto en la torreta de cola cuando estaban ya de vuelta sobre la costa holandesa”. Por su parte, en Hamburgo, durante la Operación Gomorra (1943), la conflagración reunía las explosiones y las tormentas de fuego que recorrían las calles, se elevaban hasta 2.000 metros hacia el cielo, convertían en caramelo el azúcar de las panaderías y congelaban en un último gesto, como en Herculano y Pompeya, a los habitantes que creían haberse salvado de las explosiones o los derrumbes.
Entre el cielo y la tierra
Se estima que existen más de 100.000 bombas de la Segunda Guerra enterradas y sin explotar por toda la geografía alemana. Casi todos los meses se descubren explosivos en diferentes ciudades que requieren la intervención de equipos especializados que pueden optar por desactivar los detonadores o directamente provocar una explosión controlada.
El profesor Nil Santiáñez, destaca que la “guerra absoluta” es una nueva forma de producir espacio, un espacio que no es un mero telón de fondo. Del mismo modo, la guerra no existe sin lenguaje, necesita de la palabra para dar cuenta de la violencia, el miedo y la muerte. De nuevo en la noche de enero, la radio anuncia que en minutos se procederá con la explosión controlada, ya que, por sus grandes dimensiones, es imposible trasladar el artefacto explosivo. Silencio en toda la ciudad. En los portales de noticias anuncian que la bomba ya ha sido detonada. No se ha escuchado nada. Quizás por la distancia de la ciudad o en el tiempo. Hubiera sido como escuchar un estruendo del pasado.
Así como las huellas o los relámpagos de la guerra se pueden observar en huecos y orificios de la piedra, en monumentos o cementerios de Berlín, así también, el pasado de un cielo nocturno que explota y retumba, sigue flotando debajo de la tierra como una amenaza dormida. Como una sombra bajo el suelo que vuelve a aparecer. Como el reflejo de un cielo olvidado y profundo del que siguen brotando relámpagos de fuego.
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Máximo Hernán Mena - Doctor en Letras y Docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT.







