En menos de una semana pasamos de “la juventud no vale la pena, está perdida”, a lamentarnos con “pobrecita la juventud, lo que tiene que aguantar”, para terminar con “orgulloso de la hermosa juventud que tenemos”. El problema es la generalización. Un día responsabilizamos a la juventud de todos nuestros males, al siguiente nos enorgullecemos de sus logros y después la convertimos en víctima de todo. Ese vaivén no hace más que cargarla con culpas y expectativas que no le corresponden. Los jóvenes (como cualquier otro grupo etario) solo están tratando de entender y vivir en el presente. No son ni la causa de los males, ni la salvación absoluta. Sin embargo los señalamos por los delitos de unos pocos y al mismo tiempo los presionamos a ser mejores que lo que fuimos nosotros. ¿Cómo no van a sentirse perdidos o desesperados si los demonizamos y bendecimos al mismo tiempo? Quienes insisten en encerrar la realidad juvenil en una definición única refuerzan una anomia generacional que profundiza la brecha ya existente. Nadie posee una fórmula mágica ni una verdad absoluta. Yo defiendo a la juventud, no porque sea perfecta, sino porque comprendo que cada realidad es particular. Y porque no existe argumento válido para exigirles que carguen con los pesos de una sociedad que nunca logró entenderse ni a sí misma.
Iván Esteban Urueña (25 años)
Uruguay 347 - Monteros







