Verónica “C-4” Ruiz, la boxeadora que convirtió la adversidad en gloria y sueña con ser campeona mundial

La tucumana conquistó los cinturones argentino y sudamericano en la categoría mínima, sumándose a la dinastía de los Ruiz. Madre de dos hijos y trabajadora, combina sacrificio, boxeo y familia mientras se ilusiona con una chance mundialista.

La tucumana Verónica “C-Cuatra” Ruiz muestra con orgullo los cinturones argentino y sudamericano que la consagraron campeona. La tucumana Verónica “C-Cuatra” Ruiz muestra con orgullo los cinturones argentino y sudamericano que la consagraron campeona. LA GACETA / OSVALDO RIPOLL

En la escena del boxeo tucumano, el apellido Ruiz hace tiempo que dejó de ser uno más. Es sinónimo de guantes, de combates, de noches de gimnasio y de sacrificios compartidos en familia. En esa saga deportiva, Verónica Ruiz acaba de escribir su capítulo más luminoso: la conquista de los cinturones argentino y sudamericano en la categoría mínima frente a Mercedes Reyna

La consagración no fue un simple triunfo. Para ella significó un sueño cumplido, largamente anhelado, y también un acto de justicia familiar. Hasta entonces, tres de sus hermanos ya habían alcanzado la gloria de ser campeones profesionales: Diego, Rodrigo y Darío. Faltaba que ella se sumara a la lista. Con esta victoria, completó una herencia boxística que corre por las venas de los Ruiz.

Una familia nacida para el ring 

La historia comienza varias décadas atrás. El padre, Rubén Ruiz, también fue boxeador, al igual que un tío y el abuelo. El boxeo, más que un deporte, era un idioma familiar. No sorprende que seis de los siete hermanos hayan calzado guantes, y que cuatro se hayan convertido en campeones.

Los encuentros familiares suelen girar alrededor de ese universo. Las charlas derivan naturalmente en recuerdos de peleas, análisis de veladas televisadas o anécdotas de entrenamientos. A veces, incluso se animan a improvisar sparrings en el patio, como si volver a ponerse los guantes fuera la manera más natural de compartir tiempo juntos. El boxeo los une como otras familias se reúnen a jugar al truco o a mirar un partido de fútbol.

Para Verónica, sin embargo, el camino no fue tan lineal. De chica probó otros deportes: voley, hockey y básquet. Le gustaban, pero ninguno la atrapaba tanto como el boxeo, ese que veía de cerca en sus hermanos. Fue Darío el primero en contagiar el entusiasmo al resto. Luego Diego se subió al tren, y Rodrigo lo siguió. Finalmente, Rodrigo la convenció a ella. El círculo se completó cuando sus hermanas menores también decidieron probar. Lo que empezó como un gusto individual terminó siendo una cultura familiar.

El impulso de un padre 

Rubén Ruiz no solo transmitió la pasión, también guio a Verónica en sus primeros pasos. Fue él quien le sugirió probar suerte con los guantes, asegurándole que viviría momentos únicos: viajes, experiencias irrepetibles, amistades forjadas en el gimnasio. Con el tiempo, esas palabras resultaron proféticas. 

Hoy, Verónica recuerda cada concentración y cada combate como páginas de un cuaderno de historias que atesora. Cada viaje se convierte en una experiencia que suma a su vida y que la fortalece. “Son momentos que se quedan guardados en el corazón”, suele repetir, consciente de que más allá de los títulos, lo que permanece son las vivencias compartidas.

La carrera y los sacrificios 

Convertirse en campeona no fue un camino sencillo. Ruiz venía de dos derrotas durísimas que le habían hecho dudar de sí misma. En esos momentos, confesó más tarde, pensó que quizás el boxeo estaba destinado solo a sus hermanos, que a ella le resultaba demasiado cuesta arriba. Sin embargo, Rubén la sostuvo con fe inquebrantable. Le dijo que creía en ella y que tarde o temprano iba a lograrlo. Ese apoyo fue clave para que no abandonara. 

El sacrificio fue enorme. Entrenamientos en doble turno, días enteros dedicados al gimnasio y a la preparación física. Renuncias a momentos familiares o salidas sociales. La alimentación también pasó a ser una disciplina férrea: comidas medidas, caprichos postergados, todo en función de dar la talla en el pesaje y rendir en el ring. Correr, una actividad que nunca le gustó, se volvió rutina obligada.

Al mismo tiempo, debía sostener a su familia. Madre de dos hijos, Santino (6) y Nicole (11), trabaja como encargada en un salón de fiestas para asegurar los ingresos. El boxeo le da cierto respiro económico, pero durante mucho tiempo apenas alcanzaba para lo justo. Hoy, con los títulos sobre la mesa, reconoce que ese esfuerzo tuvo recompensa: logró independizarse y darle a sus hijos una vida mejor.

La imagen más emotiva llegó tras la pelea consagratoria frente a Mercedes Reyna: cuando volvió a casa con los dos cinturones, sus hijos corrieron a abrazarla entre lágrimas y risas. A través de una videollamada, celebraron la hazaña como si ellos también hubieran estado arriba del ring. De inmediato reclamaron la posesión simbólica de los títulos, como si se tratara de trofeos compartidos en un equipo compuesto por los tres.

La pasión por el boxeo atraviesa a toda la familia Ruiz; con este triunfo, Verónica completó la saga de campeones. La pasión por el boxeo atraviesa a toda la familia Ruiz; con este triunfo, Verónica completó la saga de campeones. LA GACETA / OSVALDO RIPOLL

La vida como superación 

Verónica suele definirse como alguien que se levantó de la nada. Pasó momentos de gran dificultad económica, en los que hasta comprar ropa para sus hijos era un lujo. Volver a vivir con su madre fue, en un momento, la única salida. Por eso, cada logro deportivo y cada mejora en su vida cotidiana tienen un sabor especial. “Lo más importante es poner el pecho a la vida y salir adelante”, suele decir cuando se le pregunta qué significa ser campeona.

Esa actitud la llevó también a transformarse en referente más allá del ring. Le gusta hablar con la gente, dar consejos, compartir su experiencia para demostrar que nada es imposible si se trabaja con constancia. No se trata solo de boxeo, es una filosofía de vida que transmite a quienes la rodean.

“C-Cuatra”, un apodo explosivo 

Su apodo nació de manera curiosa. Al principio la llamaban “La Joya”, pero ella prefería que la anunciaran simplemente como Verónica Ruiz. Sin embargo, su hermano Rodrigo, más conocido como “C-4”, intervino al momento de diseñar su primera indumentaria profesional y pidió que le pusieran “C-Cuatra”. A ella le sonaba extraño. No entendía bien el porqué, pero cuando el presentador la anunció así en una velada, el nombre quedó grabado. Desde entonces, “C-Cuatra” es su marca en el mundo del boxeo. 

La familia Ruiz no solo comparte el boxeo, también los une la música. En su casa abundan los instrumentos -guitarras, teclado, bajo, batería- y es común que los hermanos se reúnan a cantar. El padre, además de entrenador, les enseñó a tocar y a valorar el arte como otra forma de expresión. Esa faceta artística convive con la vida pugilística, como dos caras de la misma pasión familiar.

La enseñanza paterna también incluyó un mandato esencial: soñar en grande, pero mantener siempre la humildad. Esa combinación es la que guía hoy a Verónica, convencida de que nada debe impedir imaginarse como campeona del mundo, pero sin perder de vista de dónde viene y lo mucho que costó llegar hasta aquí.

Un sueño mundialista 

La victoria y los cinturones argentino y sudamericano le abren ahora una puerta concreta: la posibilidad de disputar un título mundial. En la categoría mínima hay pocas boxeadoras, lo que acelera el camino en el ranking. En el ambiente ya se habla de una chance mundialista a corto plazo, quizás este mismo año o el próximo. 

Ruiz sabe que ese sería el salto definitivo, el logro que le falta a su carrera y a la saga familiar. “Quiero sentir la satisfacción de ayudar a la gente, además de ser campeona del mundo”, suele decir. En su mente, la conquista mundial no es solo una meta deportiva, sino también un medio para devolver algo a quienes lo necesiten.

Como toda boxeadora, tiene referentes. Amanda Serrano y la argentina Marcela “La Tigresa” Acuña fueron algunas de las figuras que siguió de cerca. También admiró desde chica a Yesica “Tuti” Bopp. Sin embargo, insiste en que no busca imitarlas. Su objetivo es construir un estilo propio, encontrar sus fortalezas y potenciarlas para ser reconocida como Verónica Ruiz, sin necesidad de espejarse en nadie. 

La emoción es una constante en su relato. Llora al recordar los momentos más duros, pero también de alegría al pensar en lo que consiguió. Para ella, cada logro es un testimonio de que nunca hay que darse por vencido. Esa es la enseñanza que intenta transmitir a sus hijos y a quienes la siguen.

En definitiva, Verónica “C-Cuatra” Ruiz es mucho más que una boxeadora que ganó dos cinturones. Es el reflejo de una familia marcada por el deporte, de una mujer que convirtió la adversidad en impulso y de una madre que pelea adentro y afuera del ring. Ahora, con la mirada puesta en el horizonte mundial, busca demostrar que los sueños, cuando se persiguen con sacrificio y fe, pueden volverse realidad.

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