El pasado como cárcel: el fútbol argentino y el riesgo de mirar siempre hacia atrás

El pasado como cárcel: el fútbol argentino y el riesgo de mirar siempre hacia atrás

Hay una frase que se repite en los estadios, en los bares y también durante las sobremesas: “nadie puede quitarnos eso que alguna vez fuimos”. Y es cierto; nadie puede borrar una Copa, un gol histórico o un festejo eterno. Pero en el fútbol argentino la nostalgia no es sólo un recuerdo; se ha convertido en un refugio, en un argumento y hasta en un blindaje cuando la mano viene difícil. Todos parecen aferrarse al pasado como si fuera un salvavidas en medio del naufragio; casi en una manera de maquillar derrotas presentes con la pintura dorada de viejas conquistas.

De esa manera la historia, que debería ser orgullo, se transforma en excusa. “Ah, pero en Madrid”, responde el hincha de River cuando el presente le devuelve eliminaciones dolorosas. Como si los goles de Lucas Pratto, “Juanfer” Quintero o “Pity” Martínez aún pudieran tapar la frustración de haberse quedado afuera de la Copa contra Palmeiras. Es cierto, ganar la final más importante de la historia frente el rival de toda la vida es un tesoro irrepetible. Pero ese tesoro, convertido en mantra, también se vuelve cárcel porque cada caída presente se relativiza con ese recuerdo, como si no hubiera que exigir nada más.

En Boca el fenómeno es parecido, pero con un aroma más lejano. Todos hablan de la era Bianchi; de los años en que el club fue dueño del continente y del mundo. “Tenemos más estrellas que nadie”, repiten sus hinchas, mientras se conforman con ver actualmente finales perdidas, campañas irregulares y un equipo cada vez más gris. El recuerdo de Palermo y de Riquelme, y de las noches mágicas en “La Bombonera” funcionan como un escudo contra la realidad. Pero el tiempo no se detuvo y esos años dorados quedaron dos décadas atrás. El pasado se volvió un museo en el que los hinchas siguen paseando mientras la actualidad pide a gritos algo más.

Atlético también quedó atrapado en ese juego. El “Decano” construyó una identidad reciente con sus participaciones internacionales; aquellas noches de Copa Libertadores y de Sudamericana que pusieron al club en el mapa grande del fútbol sudamericano. Sus hinchas recuerdan con orgullo el viaje épico a Ecuador con la camiseta de la Selección, o la clasificación a cuartos de final en Medellín. “Nosotros jugamos la Copa”, esgrimen sus fanáticos como contraseña de prestigio. Sin embargo, la verdad es que en los últimos años el equipo apenas se dedicó a asegurar la permanencia en Primera División, sin competir por más gloria. El brillo de esas Copas todavía ilumina, pero cada vez más tenue, como una lámpara que parpadea.

El pasado como cárcel: el fútbol argentino y el riesgo de mirar siempre hacia atrás

San Martín vive de un rito similar. La Copa de la República del ‘44, el 6 a 1 a Boca en 1988 o el gol de Tino Costa en el Monumental en 2018: estampas de un álbum dorado que siempre aparece cuando las heridas recientes duelen. “Al clásico lo ganamos nosotros y en su cancha”, dice el hincha para esconder la angustia de eliminaciones sucesivas y de ascensos frustrados. La historia funciona como refugio emocional, pero también como anestesia porque calma el dolor del presente, aunque al mismo tiempo lo naturaliza.

Cárcel de la nostalgia

Ni siquiera la Selección se salvó de esta trampa. Durante décadas vivimos esperando al “nuevo Maradona”, repitiendo que teníamos a los mejores jugadores del mundo, pero sin títulos que lo confirmaran. El relato de México ‘86 se volvió un espejo imposible de igualar. Sólo con Messi se rompió esa cárcel de la nostalgia: la Copa América en el Maracaná y el Mundial de Qatar devolvieron al país a lo más alto. Pero hasta entonces, el pasado era un mito que pesaba como una losa.

¿Por qué pasa esto? Porque en la Argentina el fútbol es mucho más que un deporte. Es identidad, es política y es orgullo colectivo. Y cuando el presente no alcanza, recurrimos a la memoria. De esa manera, un recuerdo glorioso puede más que una derrota reciente porque sirve para plantarse en una discusión, para inflar el pecho en la oficina y para calmar la bronca en la tribuna. El problema es cuando esa memoria deja de ser homenaje y se convierte en c oartada.

El fútbol argentino, en muchos clubes, vive más de lo que fue que de lo que es. Y en ese juego de espejos, dirigentes y entrenadores también encuentran un beneficio. Les alcanza con mencionar glorias pasadas para justificar proyectos que no existen o gestiones que naufragan. Y ahí la nostalgia se convierte en marketing político; un atajo para sostener poder sin dar respuestas.

En Europa, la lógica suele ser distinta. Real Madrid presume de sus Copas de Europa, pero sobre todo de que las que gana cada dos o tres años. Bayern Munich construye su grandeza en presente y no sólo en pasado. La historia se respeta, claro que sí; pero no se usa como bastón para caminar. En Argentina, en cambio, la historia suele ser el único bastón que queda cuando el presente tambalea o simplemente se viene abajo.

La tribuna lo sabe y lo repite. “Historia no tenés”, cantan algunos; “el que no salta, se fue a la B”, replican otros. El folklore se nutre de la memoria porque ahí se juega gran parte de la identidad. Sin embargo, cuando todo se reduce al pasado, lo que debería ser orgullo se vuelve un freno. Es como vivir mirando el retrovisor mientras la ruta del presente pasa de largo.

Y el riesgo de convertirnos en prisioneros de lo que fuimos es concreto. El pasado es refugio, sí, pero también puede ser cárcel. Cada vez que repetimos “ah, pero en Madrid” o “tenemos más estrellas que nadie”, nos convencemos de que ya hicimos suficiente. Y el fútbol nunca se conforma con lo que ya fue; siempre pide más.

El hincha tiene derecho a recordar y la memoria es parte del amor. Pero el desafío es exigir presente y no conformarse con estampitas del pasado, porque mientras sigamos festejando lo que fuimos, quizás estemos perdiendo de vista lo que queremos ser. Y el fútbol argentino, si algo necesita, es dejar de mirar tanto para atrás para empezar, de una vez por todas, a construir el futuro.

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