En el fútbol hacen falta más gestos como el de Rosario Central

En el fútbol hacen falta más gestos como el de Rosario Central

El fútbol argentino se parece cada vez más a un bosque incendiado. Los gritos se multiplican, el humo nubla la vista y las chispas saltan de tribuna en tribuna. Todo se quema demasiado rápido; la paciencia, el respeto, la idea misma de que el rival es apenas un adversario deportivo y no un enemigo irreconciliable. En ese contexto, en el que cada provocación parece ser leña y cada cargada un fósforo, un gesto como el que tuvo Gonzalo Belloso, presidente de Rosario Central, parece un acto revolucionario.

El ex delantero, en medio de la euforia por ganarle a Newell’s el clásico y tras el regreso al “Gigante de Arroyito” contra Boca, eligió frenar la pelota y hablar distinto. No se subió a la ola de triunfalismo obsceno que inundó las tribunas en las últimas semanas; tampoco se escudó en el folklore para justificar banderas de mal gusto, ni se escondió detrás de la “pasión popular” como excusa. En cambo hizo realmente lo contrario: le pidió disculpas públicas a Cristian Fabbiani, DT de Newell’s, por las cargadas que lo retrataban de manera denigrante. Belloso firmó un comunicado institucional, habló en primera persona y escribió sin eufemismos: “Lo ocurrido no representa al club que queremos”, lanzó.

Ese gesto, en un país futbolero acostumbrado a que el rival sea un enemigo a derrotar también fuera de la cancha, se siente como un soplo de aire fresco. En un clima en lo que lo normal es la chicana, Belloso eligió la cortesía. Y de esa manera, en tiempos de barro jugó de caballero.

No es casualidad que su gesto se destaque tanto al punto de parecer algo demasiado extraño. Contrasta con lo habitual, claro. Lo normal en este fútbol es que la dirigencia sea el combustible de la hoguera. Pablo Toviggino, tesorero de la AFA y brazo armado de Claudio Tapia, convirtió su cuenta de “X” en una tribuna desde la cual ironiza, provoca y hostiga a quienes se le cruzan o piensan diferente. Su estilo de tuit rápido y venenoso genera aplausos de los propios y bronca de los ajenos, pero siempre siembra un poco más de odio.

El filo de la rivalidad

Andrés Fassi, presidente de Talleres, también jugó muchas veces con el filo de la rivalidad. Cada vez que el clásico cordobés se acercaba, alguna frase suya servía de chispa para calentar la previa. Ricardo Caruso Lombardi fue directamente un profesional de la provocación. En cada club en el que estuvo dejó su marca con frases que podían enardecer al rival de turno. Diego Maradona fue otro que encendió la polémica cada vez que abrió su boca y no tuvo problemas en dejar en ridículo al enemigo de turno. Y Claudio Tapia, aun desde la cima de la AFA, no siempre resistió la tentación de instalar relatos de poder que indirectamente empujaban a la sospecha y a la grieta.

El fútbol argentino está lleno de ejemplos en los que la dirigencia, en lugar de apaciguar, eligió tensar. Por eso justamente es raro lo de Belloso. No porque haya sido perfecto, sino porque fue lo opuesto a la norma.

Otro capítulo preocupante lo escriben los propios clubes. Sus redes sociales oficiales, que podrían ser vitrinas institucionales o espacios de comunicación limpia, se han convertido en tribunas digitales. River y Boca, los dos gigantes, institucionalizaron la cargada con videos, con posteos o con fotos que apuntan directamente a la herida del rival. Racing e Independiente también jugaron ese juego en más de una oportunidad, replicando ironías después de clásicos calientes. Y en Tucumán, Atlético y San Martín también trasladaron a la virtualidad la hostilidad que ya se vive en las calles, con publicaciones que tenían guardadas segundas intenciones o celebraciones teñidas de rivalidad.

Los ejemplos sobran. En 2016, durante un clásico amistoso en La Ciudadela, permitieron el ingreso al campo de juego de personajes que simulaban ser Quico y El Chavo, como burla hacia los “Decanos” que (según la cargada) siempre intentaban imitar a San Martín. En 2018, tras otro juego amistoso en Bolívar y Pellegrini, el defensor Bruno Bianchi descalificó a los hinchas “santos” con una frase que quedó grabada: “esta gente no es gente”. A eso se suman las veces en que ambas instituciones se chicanearon por las redes, sin que mediara nunca un pedido de disculpas. Todo lo contrario.

Se trata casi de una barrabrava con community manager. No hay violencia física, pero sí humillación. Lo que en la tribuna era un trapo, en la red se convierte en un meme viral. Y el mensaje es el mismo, justamente diametralmente opuesto al que muchas veces quieren instalar: el rival no es un adversario sino también un objeto de burla.

Por eso lo de Belloso importa. En un escenario en el que todo empuja a la confrontación, él eligió detenerse y pedir disculpas. Su gesto no cambia la historia; tampoco modifica la esencia del clásico rosarino, ni borra la pasión ni las diferencias. Pero marca un límite y recuerda que no todo vale. Que ganar un partido no otorga licencia para la humillación o que el folklore puede existir sin caer en lo obsceno.

Pedir perdón no debilita a un dirigente; al contrario, lo fortalece. Porque en un fútbol en el que casi nadie asume responsabilidades, Belloso se hizo cargo. Su gesto no es ingenuo ni romántico; es político, en el mejor sentido de la palabra. Dice que un club grande puede disfrutar de su triunfo sin ensuciarse en la cloaca de la humillación. Que se puede competir sin odiar y que un clásico puede ser vivido con pasión sin perder el respeto básico.

Quizás sea apenas una anécdota en medio del ruido, un gesto que pronto pueda llegar a quedar sepultado por las próximas provocaciones. Pero como toda buena jugada en el barro, deja huella. En una cancha en la que abundan piedras y escupitajos, Belloso eligió tender la mano. Y en ese gesto, pequeño pero enorme, recordó algo que el fútbol argentino parece haber olvidado que el rival, antes que enemigo, es imprescindible para que el juego pueda seguir existiendo.

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