River en Tucumán: 900 policías, controles estrictos y distintas postales de la pasión en la previa del Monumental

El operativo de seguridad incluyó retenes en Valentín Jiménez, revisiones exhaustivas en la calle Perú y hasta la prohibición de circular con camisetas celestes y blancas. En paralelo, familias concepcionenses y vendedores ambulantes vivieron a su manera la visita de River, en una jornada marcada por la vigilancia y el fervor.

La barra de River llegó a la capital tucumana alrededor de las 20.30. La barra de River llegó a la capital tucumana alrededor de las 20.30. OSVALDO RIPOLL/LA GACETA.
21 Septiembre 2025

La ciudad se transformó en un tablero de controles y pasiones. La llegada de River a Tucumán volvió a ser un acontecimiento social, deportivo y policial a la vez. Desde temprano, los alrededores del Monumental José Fierro se poblaron de efectivos: alrededor de 900 policías participaron de un operativo que se desplegó como un cerco invisible y palpable. El objetivo era claro: ordenar el ingreso de los hinchas visitantes, evitar cruces innecesarios con la parcialidad local y contener a una barra que viajaba en colectivos desde Buenos Aires.

En la calle Perú, el sol caía despacio sobre una marea de camisetas rojas y blancas. Allí se concentraron los simpatizantes “millonarios” durante todo el día, en medio de un clima que oscilaba entre la ansiedad y la desconfianza. La policía había montado un dispositivo férreo: quienes portaban indumentaria de Atlético o cualquier prenda celeste y blanca tenían vedado el paso por esa zona. Hubo escenas llamativas: un grupo de chicos intentó convencer a los uniformados de que podían circular porque “Atlético era el local”, pero no se les permitió avanzar. Minutos después, un vecino que volvía a su casa vestido con una camiseta de Racing también fue frenado. El operativo no daba lugar a grietas.

La tensión se hizo más visible hacia las 20, cuando los cuatro colectivos que transportaban a la barra de River, tras haber sido retenidos durante gran parte de la jornada en Valentín Jiménez, finalmente arribaron a la zona del Monumental. Para ese momento, la seguridad ya se había reforzado con una pared humana de efectivos en la intersección de Perú y pasaje Atlético. Uno por uno, los hinchas fueron revisados. Bolsos, banderas e instrumentos pasaron por un control exhaustivo antes de entrar al estadio. El despliegue, aunque engorroso para muchos, resultó efectivo: la jornada se vivió sin grandes disturbios.

En paralelo a la marea policial, se respiraban historias de hinchas que buscaban su propia manera de estar cerca del partido. José Romano y Carlos Aranda viajaron 82 kilómetros desde Concepción junto a Mateo y Genaro, los más pequeños de la familia. River no es para ellos un club más: es parte de la identidad familiar. “Siempre que se puede, vamos donde se pueda”, contaron con orgullo. Esta vez, el sacrificio fue hacer filas desde temprano en la Liga Tucumana de Fútbol. Carlos recordó que su padre estuvo en la cola a la mañana para conseguir las entradas y que, aunque el costo no fue sencillo de afrontar, “dentro de todo está bien, es lo que se maneja en Primera”.

El verdadero premio, dicen, es que los chicos puedan ver a River en Tucumán. “Es algo muy lindo que ellos disfruten de estos espectáculos. Que clubes como Atlético y San Martín puedan brindarnos esto es valioso”, destacaron. El futuro inmediato los lleva a mirar más allá: la Copa Libertadores y la serie frente a Palmeiras. “Hay que creer”, repiten, convencidos de que la ilusión todavía está intacta.

A pocas cuadras, otra postal revelaba la otra cara de la pasión: la de quienes no pudieron pagar el precio de las entradas. Roberto Carlos “Beto” Ruiz y sus hijo Agustín y Carlos llegaron al estadio solo para vivir la previa. “La entrada es muy cara para mí”, reconoció Beto, trabajador de la construcción. Aun así, se mostró agradecido por poder darle el gusto a su hijo de conocer el estadio y respirar el ambiente. Carlos lucía la camiseta de Atlético, pero no dudó en declarar su amor por River: “para mí es todo, lo amo”. Padre e hijo se retiraron con la promesa de seguir el partido desde casa, cuando los colectivos despejaran la zona.

Mientras unos buscaban vivir la fiesta desde adentro y otros desde la vereda, Juan Fecha se ganaba la vida entre gorros y banderas. Con la experiencia de recorrer las canchas en cada visita de River a Tucumán, admitió que esta vez la venta estuvo floja. “Está pesado, no había mucha gente. La entrada estaba cara y eso complica. Antes la gente compraba más, ahora cuida la plata”, analizó. Sus productos iban de los $4.000 por una bandera chica hasta los $10.000 por una grande, pasando por los gorritos a $5.000. Juan se las ingenia viajando a otras provincias cuando puede, pero reconoce que los tiempos cambiaron: “Antes vendías algo seguro, ahora no”.

La combinación de historias individuales y la imagen colectiva del operativo pintaron un cuadro particular. Por un lado, la pasión desbordada de quienes recorren kilómetros, madrugan para hacer filas y sostienen su amor por el club más allá de las dificultades. Por otro, el férreo dispositivo policial que, como una sombra omnipresente, marcó cada movimiento. La jornada, que terminó sin mayores incidentes, dejó una conclusión: Atlético ganó el duelo de hinchadas en su propia casa, pero la visita de River volvió a movilizar sentimientos encontrados.

En el campo, el fútbol fue una excusa; en las tribunas, una batalla simbólica. En las calles de Tucumán, el partido se jugó mucho antes del pitazo inicial, entre controles, prohibiciones, sacrificios económicos y el deseo inquebrantable de estar cerca del equipo amado.

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