Recuerdos fotográficos: 1923. Corridas de toros en Barrio Norte
En este espacio de “Recuerdos” LA GACETA busca revivir el pasado a través de imágenes que se encuentran guardadas en ese tesoro que es el Archivo de LA GACETA. Esperamos que a ustedes, lectores, los haga reencontrarse con el pasado y que puedan retroalimentar con sus propios recuerdos esta nueva sección.
El domingo 18 de febrero de 1923 se anunció en LA GACETA la inauguración de un festival de corridas de toros en la capital tucumana. El aviso que reproducimos informaba de la apertura, a las 13, de la plaza praparada en la esquina de Marcos Paz y Rivadavia para que el espectáculo comenzase a las 16.
Se trataba de una propuesta de un grupo de habilidosos de España, conocidos como el primer espada Bartolomé del Valle, alias “El Pajarero II”; Lorenzo Pijuán (“El Gitano”); Manuel Pérez (“El Malagueño”); Fernando Rueda (“El Tití”); Ernesto Martínez (“El Peruano”) y Antonio Lazo (“Lazazo”).
El interventor municipal, Javier J. López, estuvo de acuerdo con los llamados “simulacros de corridas” (enfrentar al toro sin matarlo) y permitió que se hicieran 10 espectáculos dominicales entre febrero y junio, con el 10% de la recaudación “destinado a hospitales municipales”. Así lo cuenta Carlos Páez de la Torre (h) en “1923: verano con toros” (15/09/1993). En cada una de las reuniones se permitía a los aficionados que lidiaran toros “mochos”, es decir sin cuernos. Llegó a haber, inclusive, corridas nocturnas.
En sus memorias (inéditas), Leonor S. de Würschmidt cuenta que un anochecer de 1930 ella y su esposo, José Würschmidt, se llevaron un gran susto en Solano Vera y Aconquija con un toro que se había escapado de sus cuidadores, que lo preparaban para una corrida en Yerba Buena. Al respecto, cuenta “Tito” Fuentes que su padre, Melitón Fuentes -dueño de un comercio en esa esquina, donde está aún el edificio del ex cine Astral- había organizado simulacros de corridas entre los años 1930 y 1932 en un predio cercano al actual colegio El Salvador.
Por otra parte, Exequiel Díaz, en “Tucumán entre dos siglos”, cuenta su experiencia de niño en una de esas corridas. Dice que en medio del espectáculo se metió un “machao” para socorrer a un torero abatido. “Todo es instantáneo, fulmíneo; un segundo de descuido y el animal , enfurecido ya, irá contra los dos. Por ahí vemos al beodo rodar por tierra enredado en algo (se le había desprendido un botín, tropezó con él y cayó), todo lo cual terminó en una batahola infernal. Gran trabajo tuvo la policía para restituir el orden”.







