La genialidad de Lola Mora trasciende el tiempo, en viejas fotos o recreadas con IA

Se cumple un nuevo aniversario del emplazamiento de la estatua de Juan Bautista Alberdi, homenaje que los tucumanos podemos admirar en la plaza que lleva su nombre. Detrás de esa magnífica obra de la tucumana se tejió una trama que refleja las tensiones y complejidades de la época.

EL AÑO SIGUIENTE. Esta foto guardada en el Archivo General de la Nación la muestra en su taller romano en 1905, un año después de los sucesos narrados en la nota. EL AÑO SIGUIENTE. Esta foto guardada en el Archivo General de la Nación la muestra en su taller romano en 1905, un año después de los sucesos narrados en la nota.

Ocurrió el 24 y el 25 de septiembre de 1904. Ese año no fue el festejo por la Batalla lo que acaparó todas las miradas; fueron una artista y una serie de monumentos que iban a cambiarle la cara a la ciudad. Todo comenzó con la larga deuda que tenía Tucumán de hacerle un monumento a su prócer más grande, Juan Bautista Alberdi. Muerto en 1884, quince años después la ciudad no contaba todavía con uno que le rindiera homenaje, por lo que se armó una comisión especial para llevarlo a cabo. A principios de 1900 se pusieron en contacto con una comprovinciana que en ese momento residía en Roma y algunos ya la consideraban un prodigio artístico: Lola Mora.

Dolores

La señorita Mora tuvo la suerte de criarse en el Tucumán que creaba sus primeros ámbitos intelectuales, el mismo que veía expandirse la enseñanza del dibujo y la composición, el que publicaba traducciones de Viollet-le-Duc y afinaba sus criterios artísticos. Claro que la suerte de Lola estaba potenciada por un talento inusual y una voluntad a prueba de reveses. Sigamos la biografía que escribieron Carlos Páez de la Torre y Celia Terán, ahí están todos los datos.

Sus primeros pasos los dio con Santiago Falcucci, pintor y escultor instalado en la ciudad desde fines del 80. Cuando andaba por los 25 abriles se comenzó a hablar de ella por un dibujo que había presentado en una kermesse de la Sociedad de Beneficencia. Sólo dos años después, en 1894, en otra de estas jornadas a beneficio (que era todo lo que tenía Tucumán para ofrecer a sus artistas) dio un golpe de escena excepcional. Presentó una veintena de retratos a la carbonilla de los gobernadores de la provincia. No sólo obtuvo notoriedad con este trabajo, sino también se ganó el favor de la clase dirigente, obtuvo dinero y, por sobre todo, la puso en camino de una beca que, con algunos años de recorrer pasillos y pulir su poder de seducción en Buenos Aires, la llevó a estudiar pintura y escultura en Roma.

Una parte importante de la clase dirigente argentina comenzó a protegerla, mientras se acomodaba para salir en la foto de príncipes y aristócratas europeos. Mentada por parte de la prensa romana y porteña, esta menuda y vivaz provinciana asumió el rol de artista estrella. Una estrella que titilaba, se prendía y se apagaba.

EL ORDEN. Dos días antes de la gran inauguración, el 23 de septiembre de 1904, la portada del diario publicaba la imagen del monumento ya descubierto. EL ORDEN. Dos días antes de la gran inauguración, el 23 de septiembre de 1904, la portada del diario publicaba la imagen del monumento ya descubierto.

Encargos

En Europa se decidió por la escultura. Sabiendo que no sólo a martillazos se hacían las obras, a mediados de 1900 regresó al país para negociar proyectos y encargos, Buenos Aires la recibe como una reina. Después de unos meses tiene que viajar a Tucumán para reunirse con la comisión del monumento a Alberdi y cerrar el trato. La presidía Zenón Santillán, y lo acompañaban los señores Lacabera, Padilla, Beaufrere, Ávila Méndez y Paverini. La crema y nata. Finalmente llega en octubre y se hacen las reuniones.

Entre otras disposiciones, el contrato estipulaba que el monumento debía medir aproximadamente 9 metros de alto, contando con una figura de Alberdi de unos 3 metros, los materiales debían ser mármol de Carrara de primera clase y ónix de San Luis. El viaje había sido fructífero, ya que junto con el Alberdi llegaron los pedidos de una fuente para Buenos Aires y quedaban presentados varios bocetos a desarrollar. Ya tenía asegurado mucho trabajo para los años siguientes.

La genialidad de Lola Mora trasciende el tiempo, en viejas fotos o recreadas con IA
CONTRASTES. Las fotos originales y las tratadas con IA por Alejandro Grosse. CONTRASTES. Las fotos originales y las tratadas con IA por Alejandro Grosse.

El Alberdi estaba en marcha y trabajaba en otros grupos monumentales. La Fuente de las Nereidas estaría lista en 1903, mientras las piezas tucumanas llegarían a ser tres conjuntos que se anunciaron para 1904. El dinero y algunos conflictos empezaron a marcar la agenda y en medio de un arduo trajín de obras y papeles tuvo que defenderse. Dijo públicamente en Tucumán: “me violenta ser objeto de discusiones...”

Dinero

Por la Fuente de las Nereidas arregló una suma de 25.000 pesos, y por el Alberdi, 30.000. El Gobierno provincial dividió ese pago en cuatro cuotas, desembolsando una primera de 5.000 al momento de firmar mientras se fijaban fechas para el resto. Con más de un año de trabajo empezaron los problemas. Los plazos del Alberdi no se cumplían, y cuando la Municipalidad de Buenos Aires puso en duda el encargo de la Fuente amenazó con venderla en los EEUU. Al final apareció la plata porteña y se inauguró la famosa fuente, mientras seguía peleando públicamente por los fondos que faltaban para la obra de Tucumán: “no podría nadie, por ignorante que fuese, concebir la posibilidad de que un monumento como el del doctor Alberdi pueda costar sólo 30.000 pesos, si no se considera el desprendimiento personal y artístico del autor, cuando tenemos ejemplos tan cerca, como ser la pequeña estatua de la tumba del doctor Ignacio Colombres, hecha por un artista argentino también (…) que costó 12.000 pesos (…). El monumento, sólo revestido en lastras de mármol comercial, del señor Hileret, cuesta 48.000 pesos, los calcos de bronce de la estatua de San Martín, sin ningún mérito artístico ni técnico, ni poco ni mucho, cuestan a la Provincia de Santa Fe 52.000 pesos (…) sin contar los fabulosos precios que han pagado en Buenos Aires por las estatuas de Sarmiento, Belgrano, etc, etc.”. Ante esta situación vergonzosa, sus amigas ofrecieron ayudarla, como la docente Catalina Ayala, que ofreció 1.000 pesos de su sueldo. Por intervención de sus protectores Roca y Soldati el Gobierno nacional aportó 10.000 pesos.

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Batallas

Dar pelea parecía ser el estilo que le impuso la vida. Nada le salía fácil. Cuando el Senado trató su beca, allá por 1897, empezaron los prejuicios. El senador por Mendoza objetó tener que pagar a una provinciana que bien podría perfeccionarse en la Ciudad de Buenos Aires. ¿Qué necesidad había de mandarla afuera?, se preguntaba, cuando ya varios varones porteños habían sido becados a estudiar afuera del país.

Mucho antes incluso, en aquella kermesse de 1892 que le dio su primer éxito pueblerino, había ocurrido algo feo. En un primer momento los responsables de la feria se negaron a exponer su dibujo, ese que terminó siendo la vedette de la muestra, ¿Habrán pensado que no lo hizo ella? ¿Capricho, envidia? Su maestro Falcucci habló de problemas “de apellido” y lo hizo en una revista en la que gran parte de sus editores y lectores tienen que haber presenciado el entredicho. Son sólo especulaciones pero sabemos que los problemas “de apellido” se refieren a los códigos de supremacía de algunas familias que detentan el poder. La familia de Lola había llegado a la ciudad después de una infancia en el campo, en los límites con Salta. Una campesina al lado de sus compañeras. Una chica como Lola, que se codeaba en el colegio con apellidos poderosos pero no lo detentaba, tiene que haber sufrido algunos intentos de ser puesta en su lugar. Tratándose de un pueblo chico y gente con influencias, nada parece imposible.

La genialidad de Lola Mora trasciende el tiempo, en viejas fotos o recreadas con IA
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Chismes

En abril de 1904 se embarcó hacia la Argentina trayendo consigo el Alberdi, una alegoría de la Independencia y una estatua de Roca que había sumado. Los relieves estaban en plena fundición en la capital italiana, lo que implicaba coordinar todavía su envío transatlántico. A Tucumán llegó en junio de 1904. Se puso a trabajar en los tres conjuntos simultáneamente.

Un miembro de la comisión no la quería. Nada menos que el joven y ya eminente Ernesto Padilla. No eran habladurías, Lola lo acusó de ser un “opositor acérrimo a que se me diera la obra”. Eso lo dijo en un diario. En la puja por sus proyectos había hecho del periodismo su gran aliado. El diario El Orden tomaba partido por la artista mientras le pegaba al Gobierno, al intendente y a la Comisión. Que no existían los fondos prometidos y que toda la gestión carecía de seriedad. Padilla y su staff recibían un lapidario: “la comisión no se ha reunido ni una sola vez”.

La confrontación no bajaba el tono. Sin dudas ella representaba algo ominoso para esta sociedad, al menos para su clase alta, que destinaba a sus mujeres a la casa o a la beneficencia. Las mujeres de la época no estaban para manejar semejante cantidad de dinero y conducir una producción del tamaño que requerían sus contratos. En una ciudad llena de contradicciones, que veía sus primeros automóviles con la misma admiración y temor con los que veía los pantalones en una mujer, su singularidad fue tomada por ofensa. Se vestía de pantalón-bombacha. No por aplicada ni tradicionalista sino por atrevida y provocadora. La ciudad estuvo pendiente de ella por tres meses mientras daba órdenes en toscano a sus operarios italianos. De la misma manera que seducía a muchos afuera, provocaba un gran rechazo en otros adentro. Amiga de embajadores y príncipes, de Rocha, de Civit, de Soldati, por sobre todo de Roca, el hombre más poderoso de Argentina, se hizo odiar por otros varones más o menos eminentes. Las mujeres no la defendían tampoco. Que si se acostaba o no se acostaba, que si a las obras las hacía ella o sus ayudantes, que si se acomodaba o se desacomodaba.

Inauguraciones

Las rencillas podían parecer desgastantes, pero la artista no se ahorraba ninguna. Quería que se ubique su Libertad en el centro de la plaza principal. Le parecía desproporcionada para el atrio de la Casa Histórica, pero para eso había que trasladar el Belgrano de bronce a otro lugar, un juego de desplazamientos por demás engorrosos. Desde la vereda de enfrente, Mitre entró en polémica contradiciendo la orientación de la Libertad y Padilla tildó todo este movimiento de “snob”. Todo esto dilató demasiado las fechas.

Primero iba a ser para julio, luego fue para agosto, y así llegó septiembre. Al final la Libertad miró a donde ella quería y el Belgrano fue a parar al depósito municipal sufriendo algunos daños en su traslado. El 24 de setiembre se inauguraron los dos conjuntos del centro con bombas de estruendo, aplausos, discursos, misas… Una multitud esperó desde el amanecer la apertura del Templete. A la tarde se hicieron las ceremonias de la plaza Independencia. Al otro día, el 25 de septiembre de 1904, se hizo lo propio con el Alberdi. Una semana después todavía la homenajeaban. Al regreso de un ágape en la ciudad de Monteros, un grupo de caballeros de la ciudad dio un gran banquete en su honor en el Hotel Nacional. Casi no fueron mujeres. La mayoría de las damas de sociedad “no solían compartir la mesa con esta mujer soltera que tanta desenvoltura tenía para tratar con hombres casados y funcionarios y que, últimamente, se dedicaba a esto del arte, lleno de posibilidades sospechosas”, escriben sus biógrafos.

Defectos

Con la ciudad acomodada como ella quería, la noche del 4 de octubre Lola se subió a un tren para irse lejos una vez más. Iba a volver. Nunca tan intensa, tan combativa y tan genial. En medio de sus disputas tucumanas había dejado escrita una de esas cosas que no se suelen dar: explicaciones; pero, como dijimos, la tucumana no se ahorraba nada.

“Debo una explicación más al público y es que los múltiples defectos y el extraño aspecto que presentan mis trabajos, sólo se deben a mi exclusiva y propia manera de tratar mis mármoles, contando con la más colosal de las faltas: de ser sentido este arte por una que siente, quiere, sufre, odia y combate igual a ustedes”. Había dejado tres obras colosales, entre ellas el deseado monumento a Alberdi, “uno de los pocos realmente merecidos, realmente justos” según El Orden de aquellos días. De ella había quedado su exclusiva y propia manera de hacerlos, su extraño aspecto, su sentir y su querer. Obras, gestiones, diatribas y combates que alcanzan su máxima expresión en tres palabras, las más reveladoras, las que guardan el núcleo más caliente de su legado: “igual a ustedes”. El motor de su perseverancia.

El paso a paso de la restauración de las imágenes

Por Alejandro Grosse.

Cuando me encargaron la restauración de una serie de fotos de la gran Lola Mora el desafío me llenó de entusiasmo. Como tucumano que soy, el impacto que ella tuvo no sólo en Tucumán, sino en Argentina y en el resto del mundo, es algo que me llena de orgullo. También resultó interesante conocer fotografías de ella en diferentes etapas de su vida: Lola Mora adolescente, en su mediana edad y como mujer mayor.

Para la restauración el primer paso consistió en preparar las fotos originales, quitando textos y elementos que no fueran parte de la imagen. Una vez listas, hice pruebas con las dos herramientas más avanzadas de inteligencia artificial para este tipo de trabajos: Flux Kontext y Nano Banana de Google. En esta etapa es muy importante elaborar un buen prompt y comparar resultados. Si bien ambas plataformas funcionaron muy bien, terminé optando por la de Google, ya que respetaba con más precisión la foto original.

Las imágenes generadas con IA no tuvieron modificaciones posteriores importantes, salvo ajustes de contraste y sutiles retoques en el tono de la piel, realizados con Photoshop, para que resultaran más consistentes y homogéneas dentro de la serie.

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