IA: entre los riesgos y la fascinación

Por Dra. Marisa Álvarez - Ing. Miguel López.

IA: entre los riesgos y la fascinación
21 Septiembre 2025

La inteligencia artificial generativa ha irrumpido en nuestra vida, está presente en smartphones, computadoras, redes sociales, en las apps de nuestros bancos, entre otros ámbitos, y su avance parece imparable. A diario recibimos noticias sobre innovaciones que abarcan desde asistentes virtuales que prometen facilitarnos tareas hasta chatbots que, a partir de grabaciones de voz y datos detallados de una persona fallecida, permiten a sus familiares establecer una supuesta conversación con ella. Se están elaborando IA que simulan amistades y relaciones sentimentales, y se está trabajando en otras que prometen reemplazar a médicos, psicólogos, docentes y abogados, entre otras profesiones.

Ahora bien, para su funcionamiento, los algoritmos necesitan de una base material. Así los centros de datos explotan recursos naturales -por ejemplo, una respuesta de 100 palabras en ChatGPT requiere medio litro de agua-, trabajo humano barato y, sobre todo, una cantidad interminable de datos, que devoran con un hambre voraz e insaciable porque depende de ellos los algoritmos para aprender y entrenarse. Estos datos provienen de nuestras interacciones, la mayoría de las veces extraídas sin nuestro consentimiento.

Presentes en los dispositivos, las IA orientan nuestros comportamientos mediante sugerencias que abarcan desde productos de consumo, como películas e indumentaria, hasta propagandas políticas. Paralelamente crecen consultas de jóvenes y adultos al ChatGPT sobre problemas personales que involucran su salud mental y emocional.

Esta dinámica deja huellas profundas no sólo en el planeta -degradando ecosistemas- sino también en nosotros mismos, modelando nuestras percepciones, hábitos, deseos y posiciones éticas y políticas.

¿Dónde estamos?

Eli Parisier acuñó el término “filtro de burbuja” para dar cuenta de este fenómeno. Compartimos estas burbujas con otras personas con las que coincidimos en puntos de vistas, gustos y pensamientos, lo que refuerza nuestras ideas y decisiones: a este fenómeno se lo conoce como cámaras de eco. El problema con estos filtros de burbuja y estas cámaras de eco es que nos aíslan, entorpeciendo nuestra capacidad crítica, empobreciendo el debate público y, en consecuencia, debilitando la vida democrática.

Otro ámbito importante es la incidencia del impacto de los algoritmos en el uso que la juventud hace de la IA. Antes, para acceder a cualquier saber o conocimiento, era necesario la mediación de adultos, padres y educadores. En una época en la cual el saber se puede portar en el bolsillo a partir de la omnisapiencia del smartphone, ya no es necesario ir en su búsqueda en algún escenario institucional.

Para el psicoanálisis, prescindir del vínculo libidinal con el Otro de la cultura para la adquisición de un saber no es sin consecuencias, y todo el desarrollo de la IA va en esa dirección. Se puede ejemplificar con las investigaciones en el campo de la psicopedagogía, sobre las consecuencias de la virtualización de la enseñanza efectuada en la pandemia; que el lazo vivo a la maestra haya sido reemplazado por una notebook en muchos niños afectó la adquisición de conocimiento.

Asistimos a una transformación del lazo con el saber: la pregunta que el ser hablante formula se dirige de inmediato a un dispositivo que responde sin demora. Así, se borra la espera, el enigma, el tiempo subjetivo que requiere la elaboración. La eficacia de la IA deja por fuera el placer que implica la realización de una actividad, el gusto por la lectura, la elaboración de un texto, la producción de un escrito, etc.

¿Y entonces?

La irrupción de la IA nos ha situado ante la ineludible tarea de pensarla, no sólo como una innovación tecnológica más, sino como una realidad que afecta, reconfigura y transforma nuestras subjetividades. Nos encontramos, no sólo con la necesidad de aprender a incorporar el uso de la IA en nuestras tareas laborales, sino también con la obligación de lidiar con la creciente vulnerabilidad de nuestra privacidad y la fragilidad de los sistemas que, en teoría, están a cargo de salvaguardar nuestra información personal. A ello debemos sumarle la influencia que tiene la IA en nuestras decisiones, la transformación del vínculo que ahora tenemos con el saber y el riesgo de reemplazar la eficacia por el placer de la producción propia.

La IA, en este sentido, despliega ante nosotros un horizonte nuevo, no sólo de posibilidades fascinantes y prometedoras, sino también de peligros y relaciones de poder. Su influencia ha llegado al punto de transformar el modo en el que nos comprendemos, nos vinculamos y habitamos el mundo, convirtiéndonos en sujetos inciertos.

El sujeto de la era digital capitalista ha perdido sus certezas y tiene ante sí la loable tarea de pensarse críticamente y construir, en la medida de sus posibilidades, un nuevo lugar para sí mismo y sus semejantes.

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