El estado de la democracia en nuestra región

una mirada despojada de “relatos” y de “mitos de gobierno”.

Mañana se celebra el Día Internacional de la Democracia. La fecha fue instituida por la ONU en 2007, en conmemoración con la Declaración Universal de la Democracia, proclamada el 15 de septiembre de 1997. Según la página oficial de la ONU (www.un.org), es una fecha que “proporciona una oportunidad para revisar el estado de la democracia en el mundo”.

Precisamente de ello se ocupa el académico, investigador y jurista Antonio Muñoz Machado, aunque cerrando la lente para hacer foco específicamente en los países de América Latina de habla hispana. A esa tarea consagra las 1.010 páginas de su libro De la democracia en Hispanoamérica, que acaba de publicar Penguin Random House por medio de su sello Taurus. En rigor, se trata de un trabajo de ciencia política, pero el nombre de la colección que lo enmarca avisa al lector que encontrará un detallado contexto histórico dando marco a la pregunta que dispara uno de los interrogantes centrales del trabajo: “¿Cuál es el estado de la democracia en Hispanoamérica?”

El autor es nadie menos que el director de la Real Academia Española de la Lengua y la oceánica distancia que lo separa de estas costas le permite una mirada despojada de “relatos” y de “mitos de gobierno”. En definitiva, para los que poblamos América Latina, escribir sobre la región siempre implica la dilemática situación de ser, a la vez, sujetos que estudian y objeto de estudio.

La América de habla hispana es un territorio conocido para Muñoz Machado. Él viene de escribir Hablamos la misma lengua (Historia política del español en América desde la Conquista hasta las Independencias), que en 2017 publicó a través de la misma editorial. Justamente, hay cierta continuidad entre una obra y otra, dado que De la democracia en Hispanoamérica comienza, precisamente, con el reguero de revoluciones que llevaron a la emancipación de las colonias españolas en este “Nuevo Mundo”.

El retroceso

El trabajo del autor se inscribe en una de las tendencias más vigentes (el “mainstream”) de la ciencia política contemporánea: el retroceso democrático. En términos del autor, “pérdida de la potencia democrática”. Concretamente, es una suerte de arqueología de causalidades históricas para explicar la erosión de la democracia en Latinoamérica, enfocada fundamentalmente en la dimensión liberal de este sistema de gobierno. Esto es: regímenes estructurados sobre la base de la soberanía popular, la división de los poderes y la observancia de los derechos humanos.

Vale la pena una advertencia: algunos lectores con mayor sensibilidad hacia la política comparada pueden detectar cierto grado de indulgencia en el análisis del autor, cuando él sostiene que los pueblos (en todo caso, sociedades políticas) latinoamericanas son perfectamente capaces de desarrollar sistemas democráticos. Esta aclaración emerge de la constatación de la erosión democrática que han experimentado largamente las formas de gobierno en la región. En ese punto, la mirada europea es más que bienvenida respecto del análisis, pero raya la condescendencia cuando se coloca en situación de reparto de aprobaciones o aplazos. Para el caso, las dos guerras mundiales y el totalitarismo de entreguerra, en general, habilitarían estudios latinoamericanos respecto de si las democracias son posibles en Europa sin millones de muertos en el placard de la historia. Mención especial para la España de las tres décadas de franquismo.

Formulada la aclaración, también es justo reconocer que el propio autor reconoce que las democracias europeas no están exentas de retrocesos. En todo caso, el que es sujeto y objeto de estudio a la vez, en ese caso, es él.

Las revoluciones

Muñoz Machado se remonta 200 años para plantear que, en el origen de los Estados latinoamericanos, hay tres estructuras determinantes que son ciertamente deficitarias. La primera es el territorio (por caso, el 9 de Julio de 1816 se declara la independencia de “las provincias unidas en el Río de la Plata” porque no todos los distritos enviaron representantes ni hay, por tanto, certeza plena sobre el alcance geográfico de la proclama). La segunda es consecuencia de la primera: tampoco está definida la población (sumado al hecho de que la esclavitud no será abolida sino hasta el dictado de la Constitución de 1853, porque la Asamblea del Año XIII estableció un régimen de libertos). La tercera, que tampoco es menor, es la forma de gobierno, que el autor particulariza en la figura del soberano. Y recuerda, con erudito detalle, las múltiples inclinaciones y manifestaciones pro monárquicas de numerosos héroes del panteón independentista latinoamericano.

Es, en definitiva (y tomando prestado -con licencias y distancias- el concepto de Saskia Sassen), un problema de “ensambles”, sólo que a nivel sistémico, en unidades nacionales y a escala continental.

La isla omnipresente

Con el advenimiento del siglo XX, el apotegma de la doctrina del presidente James Monroe, “América para los americanos”, se mantiene “aislacionista” respecto de Europa, pero adviene diferente de este lado de los océanos. Es, sucesivamente, tutelaje, hegemonía e intervencionismo. Cuba, por cierto, se encuentra en momentos determinantes de ese ciclo. En primer lugar, con su independencia tardía hacia 1898, en lo que se conoce, en numerosa bibliografía, como la Guerra Hispano-Estadounidense. Es que la emancipación de la isla caribeña fue respecto de la Península Ibérica, pero para quedar bajo la influencia de EEUU.

En segundo término, con la revolución de 1959, que fue evolucionando hasta convertirse en un régimen comunista a unos 160 kilómetros de las costas de Florida. Como plantearon Rafael Aracil, Joan Oliver y Antoni Segura (El mundo actual. De la II Guerra Mundial a nuestros días. 1998. Universitat de Barcelona), Estados Unidos no se dejaría sorprender dos veces. La política de los “Buenos Vecinos”, que alcanzó su cenit con la “Alianza para el progreso”, se extinguió junto con John F. Kennedy. Fue reemplazada por el “Gran Garrote” y los “golpes de estado preventivos”. Desde Jacobo Árbenz, en Guatemala, antes incluso de la revolución castrista; hasta Salvador Allende, en Chile. La democracia se convirtió en un sueño eterno.

Además, populismo

Como si no fuese suficiente, dice Muñoz Machado, sobrevino el populismo. Ese fenómeno, dice el autor, es el que ha “justificado” emprender la tarea de acometer De la democracia en Hispanoamérica. En la presentación de su libro en la Real Academia Española, que consistió en un diálogo nada menos que con el escritor nicaragüense y ex vicepresidente de ese país, Sergio Ramírez (hoy asilado en Europa porque el régimen de Daniel Ortega, su ex socio político, lo acusa del delito de haber sido candidato a Presidente para competir contra la dictadura matrimonial de ese país) hizo una mención más que sustancial respecto de la Argentina.

“Habida cuenta de que nada ha funcionado bien, dirigentes políticos de izquierda, fundamentalmente desde finales del siglo XX y principios del siglo XXI, han establecido nuevas constituciones, que se separan de las constituciones liberales porque tienen nuevos principios, otras inspiraciones”, define el catedrático. En todo caso, habrá que sumar a ese pelotón también a un dirigente de la derecha pura y dura, Nayib Bukele, que ha cancelado la democracia en El Salvador de la mano de cambios disfrazados de “reformas”. Pero es justo reconocer que no hay en Muñoz Machado un sesgo ideológico en este punto. Toda investigación académica demanda poner un punto a la pesquisa, sobre todo si hay que escribir un millar de páginas, de modo que el quiebre de la democracia salvadoreña bien puede haber quedado “después” del corte temporal que el director de la RAE le dio a su trabajo.

En la conversación con Ramírez, el académico español aboga por no molestarse con el hecho de que, esporádicamente, irrumpan en el poder político “personas extravagantes, populistas de izquierda o de derecha: gente que haga disparates, como estamos viendo ahora mismo que se hace por doquier. Lo importante es que cuando llegue el momento, se presenten a las elecciones limpiamente, permitan que haya controversias y se respete al adversario, y que si pierden las elecciones, se vayan”. Ahí se cuela toda una definición minimalista de democracia: se requieren “buenos perdedores”. Es decir, derrotados que reconozcan el triunfo del adversario, entreguen el poder y se vayan a su casa.

Made in Argentina

- El populismo es otra forma de caudillismo, que ya corresponde a otra etapa de la historia de América Latina -indaga el nicaragüense, para conectar los distintos segmentos de tiempo que estructuran el libro.

- Bueno, hay populismos de izquierda en los primeros años del siglo XX en algunos países americanos. Pero yo creo que el gran patrón del populismo moderno ocurre a partir de los años 40 y el modelo es Argentina y (Juan Domingo) Perón.

Ramírez suma allí el nombre de Getulio Vargas. Muñoz Machado se lo concede, pero le aclara que no lo mencionada porque su objeto son los países americanos de habla hispana. Luego prosigue.

“Para Hispanoamérica Perón es el modelo. Perón inventa un modelo de Estado en el que todo pasa por su figura y por una utilización del pueblo escandalosa, y de la propaganda política escandalosa. Pero él prospera y coincide con un período en el cual en Europa se han extendido los fascismos y algunas dictaduras de derechas -correlaciona-. Ese modelo es repudiado por ser derechista en algunos casos; o por ser izquierdista en otros. Pero ha sido el modelo de los populismos de izquierdas y derechas. Estos populismos de izquierda que ahora hay en algunos países de Hispanoamérica se parecen, como una gota de agua a otra, a algunas de las proclamas que se pueden leer en los tiempos de Perón. Dicen las mismas cosas, utilizan los mismos medios de propaganda, se valen de los mismos esquemas de Gobierno -coteja-. Si uno lee un discurso de Perón puede ser un discurso de (Benito) Mussolini también. Porque la retórica que toma es la retórica del fascismo. Y eso se puede aplicar también a algunos dictadores de los populismos del siglo XXI. Su discurso es completamente fascista. Se pueden hacer tablas comparadas de que son discursos fascistas, de izquierdas fascistas”.

La cíclica obstrucción

“Parece que las venas abiertas a la democracia liberal se han tapado un poco”, asevera Muñoz Machado para empezar a contestar cuál es el estado de la democracia en Hispanoamérica. “Llevaban una deriva que realmente parecía que toda América Latina iba a acabar por el mismo camino constitucional y democrático”, recuerda. Pero a su criterio, el ascenso al poder de Hugo Chávez, en Venezuela, fue un punto de inflexión. Después, “hubo una sucesión de personajes autoproclamados de izquierda que tomaron el poder en distintos países con ideas parecidas, aunque muy diferentes entre ellos. Pero insisto en decir que unos se fueron cuando perdieron las elecciones y otros no se han ido, y este es uno de los problemas principales”, subraya.

La situación actual es, según el jurista, “que en algunos países se ha estabilizado una forma de democracia que llaman ‘nueva democracia’. Se basa fundamentalmente en la idea de la democracia participativa, la neodemocracia como alternativa a la democracia indirecta, a la democracia de partidos, que ha sido la tradicionalmente aplicada en Europa, invocando que América necesita soluciones particulares porque no es igual que Europa. Segundo, que en Europa también hay crisis en la democracia. Tercero, que hay que buscar una apelación al pueblo más continua”, enumera.

El resultado son Constituciones de más de 400 artículos que, se confiesa, lo sorprenden en su condición de profesor de Derecho Público. “¿Y cómo se llega a tantos artículos? Porque no hay ningún derecho imaginable que no esté programado allí como derecho fundamental de los ciudadanos. Ninguno. Y a los derechos de los ciudadanos se añaden los derechos de la naturaleza (…) Y luego hay instituciones nuevas, porque además de los tres poderes clásicos han creído que había que montar un poder popular. Y además, la posibilidad de consultar al pueblo continuamente en referéndums de distinto tipo”, puntualiza.

Claro está, nada de esto sería cuestionable si fuera realizable, advierte. “El problema principal es que si no han sido esos Estados capaces de aplicar una democracia relativamente sencilla, como la representativa, a estas democracias que tienen una enorme complejidad no las están llevando a la práctica. Y de hecho todas esas instituciones tan nuevas, tan modernas, han sido marginadas en beneficio del imperante: de un señor que se hace con el poder, aparta a la oposición, coarta la libertad de expresión, no permite el desarrollo normal de las instituciones y, en fin, se perpetúa en el poder”, describe, sin hesitar.

La conclusión siguiente es aún más lapidaria: “Eso es lo que pretendieron los caudillos del siglo XIX y lo que pretendieron los dictadores del siglo XX”.

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