Mauro Icardi y Wanda Nara.
Las películas suelen vender la idea de que el amor verdadero es estar juntos todo el tiempo. En la vida real, ese “todo el tiempo” puede volverse una jaula. Wanda Nara lo sugirió con sus propias palabras durante una transmisión con Grego Rosello. “Pensé en los 12 años que estuve con él (Mauro Icardi) y nunca tuvo un jueves con amigos, una comida con el hermano, un tenis con algún primo. Yo sí las tenía y, sin darme cuenta, me fui alejando. Además me daba culpa irme porque lo dejaba solo”. Su relato podría sonar frívolo, pero tal vez retrate una escena bastante común: mujeres que terminan funcionando como la principal compañía y sostén emocional de sus parejas.
El término mankeeping surgió en el ámbito académico para describir un fenómeno bastante extendido: los varones heterosexuales rara vez se sinceran con un amigo, un hermano o un compañero de trabajo; la mayoría vuelca sus emociones casi exclusivamente en sus novias o esposas. En ese esquema, ellas se convierten en terapeutas no oficiales, cargando con la tarea de escuchar, consolar y organizar la vida emocional de la pareja. Angelica Puzio Ferrara, investigadora del Instituto Clayman de Género de Stanford, lo conceptualizó junto a Dylan P. Vergara, y desde entonces el término se popularizó en medios y redes. El contexto ayuda a entender por qué la palabra prendió: una encuesta del Centro de Estudios sobre la Vida Estadounidense, realizada en 2021, mostró que el 15% de los hombres decía no tener amigos íntimos, frente a apenas el 3% en 1990. Y el contraste es aún más marcado en la confianza: tres décadas atrás casi la mitad de los varones jóvenes aseguraba que recurriría a un amigo ante un problema personal; hoy, poco más del 20% respondería lo mismo.
Culpa
En el testimonio de Wanda aparece otra palabra clave: culpa. Ella sentía culpa por salir con amigas, por tener sus propios planes, por dejarlo solo. Esa culpa no nace de la nada, sino que parece ser parte de un mandato de género muy instalado en el que las mujeres serían responsables de garantizar la armonía emocional de quienes las rodean. Si ellos se aburren, si ellos se sienten solos, si ellos se enojan… da la impresión de que algo falló en nosotras.
El mankeeping podría pensarse como una prolongación de esa educación femenina que coloca a las mujeres en el rol de cuidadoras universales. Y no hace falta ser una empresaria de medios ni la esposa de un futbolista para experimentarlo: cuántas veces se escuchan frases como “¿y yo qué hago mientras vos salís?”, “¿me ayudás a organizar mi cumpleaños?”, “sin vos no tiene sentido”.
Lo interesante es que esta dinámica suele confundirse con amor romántico. Las frases “quiero estar con vos todo el tiempo” o “sos mi mundo” podrían sonar románticas en una comedia, pero en la vida cotidiana tal vez funcionen como formas de dependencia. La escritora española Coral Herrera Gómez ha señalado que el amor romántico se presenta como una promesa de plenitud, aunque muchas veces termina siendo un dispositivo de control y renuncia, especialmente para las mujeres. Desde esa perspectiva, no resultaría exagerado pensar que lo que se enuncia como prueba de amor puede ser, en realidad, una estrategia de vigilancia afectiva.
Wanda, al contar su experiencia, insinuó que ella también se perdió en ese juego y reconoce que mientras hacía de sostén, de compañía y de agenda, se fue alejando de lo que le daba placer, “me pasaba que inventaba planes y me iba a dar vueltas sola en el auto”. Esa imagen de una mujer escondiéndose para tener un rato de libertad dice más de lo que parece: muestra cómo la autonomía femenina todavía se vive en clave de excepción, casi como un acto clandestino.
Nombrar el mankeeping podría ser una forma de quitarle el aura de normalidad. Lo que no se dice parece inevitable; lo que se nombra, en cambio, abre grietas. Quizás de eso se trate: de aceptar que el amor adulto no necesariamente equivale a sostener al otro como si fuera un hijo. Que acompañar no es cargar, y que no querer ser la madre sustituta de una pareja no implica amar menos.
La escena de Wanda puede despertar ironías, memes y titulares ligeros. Pero también podría funcionar como espejo: ¿cuántas mujeres no famosas han tenido que inventar excusas para estar solas? ¿Cuántas cargan todavía con la culpa de querer un rato de independencia? Si la confesión de una famosa sirve para poner en circulación una palabra que nombra ese trabajo invisible, tal vez convenga prestarle atención.







