Por Marcos Mirande para LA GACETA
Al igual que este año, el 28 de agosto de 1975 fue jueves. Cerca del mediodía, ciento catorce gendarmes se disponían a abordar el Lockheed C-130H Hércules TC-62 perteneciente al Escuadrón I de la Fuerza Aérea Argentina. El clima era festivo entre ellos, ya que retornarían a sus hogares en la provincia de San Juan, luego de prestar servicio en los cerros tucumanos en el marco del Operativo Independencia, ordenado por el gobierno Nacional, a cargo de María Estela Martínez de Perón.
Ni el Vicecomodoro Héctor Cocito, comandante de la aeronave, ni sus subalternos, el primer piloto, mayor Beltramone, el capitán Mensi, el suboficial mayor Barrios, ni el resto de la tripulación, imaginaban que, a 1.100 metros de la cabecera Norte y 1.000 metros de la Sur, acechaba la tragedia en el fondo de una alcantarilla pluvial en desuso que cruzaba por debajo de la pista.
Los explosivos, colocados allí por comandos del Pelotón Marcos Osatinsky, perteneciente a la Organización Montoneros, estaban constituidos por un cono que en su parte superior tenía una semiesfera de 10 kilos de TNT, a la que se agregaba una capa de diametón de 60 kilos y los restantes 90 kilos eran de amonita. Conectado con la carga explosiva, tendieron un grueso cable a través de los 250 metros del túnel, que salía a la superficie por una boca de tormenta y estaba conectado a la batería de doce voltios de una camioneta pintada con el logotipo de la empresa Agua y Energía Eléctrica, estacionada en la avenida Brígido Terán. El pulsador de control remoto sería accionado desde un pozo cercano al alambrado del aeropuerto.
A las 13.05, el Hércules aceleró los motores turbohélice e inició la carrera de despegue. Al llegar a la velocidad requerida, el comandante Cocito accionó los flaps y las ruedas se despegaron del suelo. Cuando la nave estaba a unos 15 metros de altura, uno de los integrantes de Montoneros presionó el pulsador y se produjo la explosión.
“Con el avión en el aire, vemos delante nuestro cómo se elevaban las lajas de la pista. Teniendo en cuenta lo crítico del momento, sólo pudimos inclinar hacia la izquierda la aeronave de casi 70 toneladas, con la carga completa de combustible. Sentimos, entonces, un fuerte golpe al costado derecho del avión. Se le desprendieron los motores tres y cuatro, y caímos a un costado de la pista. Se trabaron las puertas de salida y se inició el incendio. En la cabina de pilotos se abrió una escotilla de emergencia, en el compartimiento de carga lograron abrir un boquete por donde pudieron salir algunos entre la confusión, el humo y el fuego”, declararía el comandante antes de destacar la valentía del Gendarme Raúl Remberto Cuello de 19 años, quien habiendo salido ileso, entró varias veces a rescatar heridos y quedó atrapado por el humo y las llamas.
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Marcos Mirande – Periodista y escritor. Es autor de “El vuelo del tero”, libro en el que se narra los pormenores de la Operación Gardel.







