Juan José Becerra: “Todos estamos un poco enamorados de la vida que llevamos”

Es uno de los más talentosos escritores de nuestro país. Acaba de publicar dos libros que pudieron ser uno y en esta entrevista explica por qué. “La masa crítica del lenguaje social está hecha para aparentar”, plantea.

HISTRIONISMO. “Creo que no hay ningún paso dramático que demos en la vida que no sea teatral”, sostiene Juan José Becerra. HISTRIONISMO. “Creo que no hay ningún paso dramático que demos en la vida que no sea teatral”, sostiene Juan José Becerra.
31 Agosto 2025

Por Flavio Mogetta para LA GACETA

Un hombre y Dos mujeres es el nombre del díptico escrito por Juan José Becerra. Un díptico de dos novelas, que bien pudieron ser parte del mismo libro a partir de la sugerencia de la editorial Seix Barral, pero el autor entendió que la(s) historia(s) necesitaban encontrarse y desencontrarse y eso no iba a garantizárselo un único volumen. “Para defender mi capricho les dije que la gracia era que no es lo mismo un encuentro de los personajes en el mismo libro, en el mismo mundo. Y me parece que es mucho más representativo en términos de maqueta de las cadenas causales que llevan a una persona a vivir una vida y a cruzarse con personas que abandona o deja de lado o se detiene para establecer con esas personas un tipo de relaciones. Me parece que tenía mucho más que ver con lo que pasa en la vida material el hecho de que uno se cruza con alguien y sigue de largo. Y nunca va a saber qué se perdió por no haberse detenido. También ocurre a la inversa, te detenés y pensás ‘¿para qué me detuve?’”, comenta.

El punto de partida del díptico fue “una escena común que tenía. Y pensé ‘si la fuerza propia de las historias confluye en un punto de reunión, por qué razón yo me voy a encargar de redistribuir esos elementos que se acercan, los dejo en el punto en que se reunieron y lo resuelvo de una manera que para mí era una manera extra literaria -aunque literaria también-”. Por eso la negativa a que Un hombre y Dos mujeres convivieran dentro del mismo volumen. “Ese momento en que se cruzan los personajes de un libro con el otro -como sucede con la vida-, podrían haber saltado de un libro al otro del mismo modo que uno puede saltar de una vida a otra encontrándose con personas con las que se relaciona”.

-Alguna vez te escuché hablar de una suerte de anhelo humano.

-Yo creo que si hay un anhelo humano es el de la superposición. Qué no daría cada uno de nosotros por estar en varios lugares al mismo tiempo. Ese principio de ubicuidad es el sueño que más sueña despierto el ser humano y la literatura lo puede cumplir, aunque sea a través de una chispa.

-Lo fortuito, un encuentro o desencuentro tanto en la vida cotidiana como en la literatura puede torcer el rumbo de la vida de una persona o personaje para siempre.

-Creo que uno no hace nada. Hay un fetichismo de la autoría. Ni hablar de la autoría de literatura, del arte, pero de la autoría general. Todos estamos un poco o bastante enamorados de la vida que llevamos porque queremos entender que esa vida es una construcción, es una obra personal cuyo encadenamiento se forjó eslabón por eslabón por voluntad propia. Me parece que es casi todo lo contrario. Uno se va quedando, hay movimientos, fuerzas que te arrastran, paradas técnicas. Y en esas paradas se consolida el rumbo o la quietud, algo que uno empieza a considerar como propio. Recuerdo haber curioseado mucho la filosofía cuando era más joven y haberme detenido en el concierto de devenir de Deleuze porque me parecía como lo más práctico para ejemplificar el curso de la vida. Uno es una cosa, después otra cosa, otra más y otra y otra, porque no es nada. Uno se enamora de las identidades que están fuera de uno porque la identidad no está dentro de uno, la que uno sostiene vinculada a la razón social, a la ocupación. Yo soy un escritor, no sé, tengo mis dudas. No sé bien qué significa eso. Me parece que hay ahí una negación del tembladeral que es el interior, que reprimimos constantemente en nombre de la identidad que imaginamos para nosotros o que, peor todavía, los otros imaginan.

-Ahí pasa algo interesante alrededor del personaje del ingeniero, mecánico, parrillero, ladrón… De alguna manera aparece el concepto de máscaras sociales que plantea Erving Goffman, que uno posee tantas máscaras como grupos sociales con los que interactúa.

-Sí. Toda esa frase de Harold Bloom en el estudio sobre Shakespeare cuando dice que Shakespeare nos hizo teatrales. Creo que no hay ningún paso dramático que demos en la vida que no sea teatral. Los recursos dramáticos que tenemos para cada escenario que frecuentamos son sorprendentes, lo que pasa es que no lo inventariamos porque nos parece natural ejercerlo. No sólo tenemos una máscara y luego otra; tenemos muchas máscaras simultáneas, como fugas laterales de lo que sería la identidad que defendemos. Y esas fugas tienen a la vez su propio lenguaje. A mí me pasa que según con quién hable, el código de relación -el lenguaje que se intercambia- está muy determinado, encapsulado. Tiene que ver con esa persona. Incluso tiene que ver con la actividad de esa persona y la relación que tenemos. Uno no habla el mismo idioma cuando va al mecánico, a la farmacia, al trabajo o con la familia. Hay decenas de discursos disponibles que uno va aplicando conforme las máscaras que use. Parece un delirio. Lo que pasa es que es invisible para nosotros; tenemos un don para saltar de un lado a otro, de una máscara a la otra sin sufrimiento, salvo cuando te sacás la careta. Ese es un acto violento que nos reservamos para la otra vida.

-Y volviendo a lo fortuito, el protagonista que se dedicaba a coleccionar autos termina siendo a la vista de otros un mecánico.

-Creo que si uno se dejara llevar, sin la angustia que implica dejarse llevar, terminaríamos en cualquier cosa. El recorrido que haríamos en el tiempo personal que te toca vivir sería mucho más laberíntico. Ese personaje tiene en el principio la identidad original de un amigo mío que es ingeniero, que tiene una inmobiliaria en La Plata con el que tengo una relación de hermandad y con el que no tenemos nada que ver. Tenemos todas las diferencias posibles. Pero hay algo de la conexión humana que es un poco milagrosa. Él tiene una casa muy bonita y puso un taller, compró autos de colección y yo dije: “esta realidad está subejecutada, le falta. Tiene que venir la literatura a poner las cosas en orden y darle una vida a ese personaje que la persona que yo conozco no es capaz de soportar”. Yo pienso a veces en las neurosis de clase, por ejemplo, el burgués. La culpa de la neurosis la tiene el lenguaje y al mismo tiempo, ese lenguaje se produce por la insatisfacción propia de la persona que ya tiene algo y quiere más. Eso es para mí el ABC ciudadano de la neurosis. Entonces lo que veo en las clases bajas es menos neurosis, menos lenguaje, menos hablar al pedo. ¿Por qué? Por las necesidades propias de la supervivencia, la presión del tiempo sobre los momentos en los que hay que sobrevivir tiene una urgencia que la persona acomodada no puede experimentar jamás. Lo que anhela el personaje del libro “Un hombre” es esa vitalidad, poder improvisar cada día de su vida como si fuese una pequeña obra de arte.

-En el libro aparece la frase: “El mundo de lo real, donde pasan las cosas y el de la superficialidad donde se aparenta”.

- Todos vivimos en la apariencia y yo creo que un gran factor de protección de la apariencia es el lenguaje. El lenguaje como la primera máscara, que es la más fácil de poner y sacar. Lo hacés a la velocidad de la luz. Estás diciendo una cosa e inmediatamente decís otra. Y me parece que la masa crítica del lenguaje social está hecha para aparentar. No sé qué tipo de sociedad habría o en todo caso si habría sociedad a partir del momento en que las máscaras del lenguaje empiezan a caer. Imaginate un mundo en el que todo el mundo diga lo que se le antoja. Sobre todo porque cuando uno dice algo, por más que sea de la manera más afirmativa, es provisorio.

© LA GACETA

PERFIL

Juan José Becerra nació en Junín en 1965, es autor de los ensayos Grasa (2007), La vaca. Viaje a la pampa carnívora (2007), Patriotas (2009), Fenómenos argentinos (2018); y de las novelas Santo (1994), Atlántida (2001), Miles de años (2004), Toda la verdad (2010), La interpretación de un libro (2012), El espectáculo del tiempo (2015), El artista más grande del mundo (2017), ¡Felicidades! (2019) y Amor (2023).

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