Pesada sombra*
Por Tomás Eloy Martínez
Los mandatos de Borges, que son válidos para su propia literatura, no son válidos para otros escritores. Esos mandatos son para estudiar, para analizar, pero no para seguir. En Borges mismo había un combate interno entre lo que debía ser y lo que era. Y eso se plasma en la anécdota que me contaron los profesores de Austin sobre la experiencia de Borges, al que le caía una lágrima mientras escuchaba un tango que decía despreciar. Lo que sorprendía a los profesores norteamericanos era el uso de la palabra “mandato”. Borges no era un autoritario, pero tenía ideas muy firmes sobre muchas cosas. Algunas de sus posiciones fueron interpretadas como códigos. Pero la literatura no tiene códigos. La literatura es una aventura de libertad.
*Publicado en 2002.
Borges íntimo*
Por Miguel de Torre Borges
Era un hombre muy distinto del que surge de la imagen que pueden tener sus lectores. Un tipo bromista, muy normal; era un intelectual, por supuesto, que saltaba de un tema a otro, pero podía pasar de la cuestión más abstrusa a la más banal. Como no tenía hijos, él descubrió a los chicos en nosotros. Nos trataba como verdaderos hijos; me llevaba a babucha, jugaba conmigo, me enseñaba a través de un cuento o de un chiste. No era un tío pesado que recitaba decálogos sino alguien anticonvencional, con un gran sentido del humor y una personalidad encantadora. Lo que sí había en él, y en la familia, es una prevención frente al sentimentalismo. En un cumpleaños, por ejemplo, siempre se buscaba la sobriedad.
*Entrevista publicada en 2009.
El amigo Bergoglio*
Por Daniel Dessein
En 1965 Jorge Bergoglio era un joven religioso de 28 años que enseñaba Literatura en el colegio jesuita La Inmaculada Concepción, en Santa Fe. Para estimular a sus estudiantes, invitó a Borges a dar una clase. De allí surgió un libro de relatos escritos por algunos de los alumnos. “Es verosímil que alguno de los ocho escritores que aquí se inician llegue a la fama, y entonces los bibliófilos buscarán este breve volumen en busca de tal o cual firma que no me atrevo a profetizar”, dice Borges en el prólogo. Medio siglo más tarde, la fama potencial a la que aludía Borges se posaría, de manera mayúscula, sobre los hombros del mentor de los ocho jóvenes autores.
Se forjó una amistad entre Bergoglio y Borges. “Hay algo que me alarma un poco; he observado que tiene tantas dudas como yo” le dijo el escritor, entre risas, a Roberto Alifano. Bergoglio, por su parte, cuestionó la consistencia del agnosticismo borgeano citando el microcuento “Leyenda”, incluido en Elogio de la sombra, dedicado a Caín y Abel. “Solo un hombre de espiritualidad podía escribir palabras como estas”, concluía Bergoglio.
*2025.
El hilo de Ariadna*
Por María Eugenia Valentié
En Los Conjurados, su último libro, aparece una nueva versión del laberinto, Dice: “Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo. Nunca daremos con el hilo, acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe, en una cadencia, en un sueño, en las palabras que se llaman filosofía, en la mera y sencilla felicidad.” Aquí estamos lejos de ese otro laberinto que marca un destino de hierro, sin centro ni salida. Quizás tengamos que optar por uno de esos dos laberintos, por el absurdo o por el sentido. Quizás también ocurra que en nuestras vidas pasemos por ambos. Borges nos habla de un hermoso deber. El de buscar el hilo que Ariadna dio a Teseo y que éste, después de su triunfo, no supo retenerlo. Y también dice donde encontrarlo: en la filosofía, en la fe o, simplemente, en la felicidad.
*2009.
Los clásicos y el ingenio borgeano*
Por José Claudio Escribano
Laberintos, espejos, tigres, cuchillos. En su inmensa sabiduría, Borges repitió esas metáforas hasta labrar con ellas la marca de un estilo y de una doctrina literaria.
Lo hizo sin olvido de que en la reiteración profusa Borges imitaba a Borges y terminaba por asimilarse a los discípulos que lo plagiaban. En octubre de 1977, en diálogo con Roger Caillois, en el Centro Pompidou de París, Borges admitió que aquellas palabras debían estar prohibidas para él. A veces, confesó, una distracción impedía el propósito; y así, surgía de pronto el infaltable “laberinto”, al que se resignaba. Borges reconoció que cuando escribía trataba de no ser Borges, porque eso le molestaba. Tomó como ejemplo nefasto el del poeta que se preocupa tanto en parecerse a sí mismo que corre el riesgo de convertirse en su propio discípulo.
Caillois reflexionó que con las voces por las que se lo reconocía Borges había construido un sistema: no se trataba, en su caso, del uso de palabras aisladas, sino de una sistematización debidamente elaborada de ciertas palabras. “Ahí está -contestó el autor de El Aleph- podríamos fundar una tradición con cuatro palabras disparatadas, y trataríamos luego de ser fieles a ellas”.
*Publicado en 2023.
Los libros y la noche*
Por Cristina Bulacio
Cuenta la leyenda que los elegidos de los dioses reciben, junto con los dones, oscuros designios del destino. Y Borges no fue la excepción. Vivió una profunda contradicción: lector infatigable, reconocido escritor y, al mismo tiempo, ciego. Amaba los libros, leía en varias lenguas, tradujo a los nueve años a Oscar Wilde, se crió en una biblioteca total, eligió la escritura como oficio. Felizmente, poseía una prodigiosa memoria -recitaba, en noches de insomnio, páginas que había leído hacía años- que, de algún modo lo compensó. La fama y la ceguera le llegaron lentamente; asumió ambas con pudor, valentía y resignación; nunca se quejó, tampoco se vanaglorió de sus éxitos.
*Publicado en 2009.
Cuando Georgie se hizo Borges*
Por Jorge Daniel Brahim
En 1923 a fuerza de obstinación y de los 130 pesos del bolsillo de su padre, publicó a las apuradas, debido a un viaje inminente, Fervor de Buenos Aires, su primer libro, con una tirada de 300 ejemplares sin numerar las páginas y sin índice. Presumiendo su improbable venta en librerías, visitó a don Alfredo Bianchi en la Redacción de Nosotros para que le permitiera la difusión de su obra, deslizando, a hurtadillas, los tomitos en los bolsillos de los sobretodos que colgaban de los percheros.
Ese libro minúsculo, y casi intrascendente en su tiempo, fue el sillar primigenio donde terminaría apoyándose toda su enorme literatura por venir. Lo confirma él mismo, con sus propias palabras, en el prólogo a la reedición de 1969: “He sentido que aquel muchacho que en 1923 lo escribió ya era esencialmente el señor que ahora se resigna o corrige. Somos el mismo. Para mí, Fervor de Buenos Aires prefigura todo lo que haría después”.
*2023.
Borges y la matemática*
Por Guillermo Martínez
El cuento “El Aleph”, posiblemente su cuento más famoso, tiene ese título justamente debido a la letra Aleph, que es la letra con la que (Georg) Cantor designa al infinito de los números naturales y él lo explicita dentro del cuento. ¿Cuál es la característica que tiene el infinito de los números naturales? Que hay una parte, por ejemplo, los números pares. Una es una parte propia de los números naturales y uno podría pensar, bueno, es como la mitad de algún modo y sin embargo esa parte es equivalente al todo, puede ponerse en correspondencia a uno con uno, cada número natural con un número par. Hay tantos números pares como números naturales, al 1 le corresponde el 2, al 2 el 4, al 3 el 6, etcétera. Y así hacemos una equivalencia perfecta entre la totalidad de los números naturales y los números pares.
Acá hay una idea ya muy curiosa, paradójica, que es que en el infinito la parte no necesariamente es menor que el todo. Hay una parte que equivale al todo. Y eso es exactamente la idea del objeto que crea Borges al pie de la escalera, la esferita es una pequeña parte en un rincón sudamericano oculto en un sótano que, sin embargo, guarda las imágenes del todo. Es una mínima parte que contiene al todo.
*Fragmento de una entrevista publicada en 2025.
Hablar en público*
Por Osvaldo Ferrari
En uno de nuestros diálogos, que se llama ¨Borges y el público¨, Borges explica que el arduo proceso que siguió en su vida para dictar conferencias, debido principalmente a su invencible timidez frente al público, se modificó al descubrir que cuando desde la audiencia, alguien le hacía una pregunta, en el intercambio con esa persona que preguntaba se daba un acercamiento, una proximidad que no existía en la conferencia, que en realidad se parece a un monólogo. En cambio, esa proximidad verbal con alguien del público, se parecía al diálogo; y entonces se dijo que al hablar con quién preguntaba, él no respondía a la multitud sino al individuo, se dijo a sí mismo que la muchedumbre es una entidad ficticia, que lo que en realidad existe es cada individuo, y concluyó: ¨No le hablo a 300 personas, hablo con cada una de esas personas; en realidad somos dos¨. Le resultaba a esa altura de su experiencia, necesario el diálogo, porque su mente, en la culminación de toda una vida de pensamiento, ansiaba expresar y expresar; y el diálogo era el mejor canal para ese volumen de expresión.
*Publicado en 2024.
En el espejo de Steiner*
Por Alina Diaconú
George Steiner considera que el año clave para el prestigio internacional de Borges fue 1961, cuando se le otorgó -junto a Samuel Beckett- el Premio Formentor.
A partir de allí se multiplicaron los premios, las traducciones, las conferencias a través del mundo, los honores…
Borges, para Steiner, es un escritor universalista. Afirma que ese universalismo es una estrategia imaginativa, donde “reagrupa elementos de la realidad en la forma de otros mundos posibles”.
Lo que le cuestiona al escritor argentino en su obra es su forma de presentar a las mujeres. Como si no tuviesen carnadura, como si no tuviesen un viso de realidad palpable. Salvo Emma Zunz, la única mujer creíble para Steiner, las demás aparecen “desdibujadas, objetos de las fantasías o de los recuerdos de los hombres. “Sabemos que uno de los cuentos que menos le gustaban a Borges de su producción era precisamente el de Emma Zunz, historia real que le había sido contada por una amiga. Steiner hace extensiva esa característica de indefinición casi onírica, donde las figuras parecen flotar, con respecto a algunos personajes masculinos también y a un espacio que siempre es mítico y no social. Según el autor “son estas lagunas, estas intensas especializaciones de la conciencia, las que explican a mi juicio, los recelos de Borges hacia la novela”.
*Publicado en 2013.







